¿Por qué el Pacto Histórico confía en Petro?
El día menos pensado, el presidente de Colombia puede desechar a la coalición de partidos que lo llevó al poder, tal como le dio la espalda al más juicioso de los aspirantes a sucederlo. Sin embargo, lo siguen aplaudiendo


Sí, es innegable, después de casi 100 años de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo, Gustavo Petro se convirtió en el primer hombre en lograr que la izquierda democrática llegara al poder. También es innegable que llegó representando, por un lado infinidad de sueños e ilusiones de millones de colombianos que no ven la posibilidad de que su generación pueda cambiar la triste y miserable vida que Colombia les ofrece, pero también llegó al poder porque su candidatura resultaba menos incierta y reaccionaria que la de un simpático, pero inestable ingeniero, que era su contendor en la segunda vuelta de 2022. Es innegable que Petro ganó, así como es innegable que los 11 millones de votos que obtuvo, y que cada que puede le enrostra al país como si estos fueran un cheque en blanco, no fueron en su totalidad votos a su favor, sino votos en contra del alocado ingeniero.
En aquel distante 2022 Petro parecía un tipo dispuesto a cambiar a Colombia de la mejor manera con talante democrático y conciliador. Se sentó a hablar con Uribe. Nombró en su gabinete personas que nada tenían que ver con sus raíces de izquierda revolucionaria. Nada hacía anticipar lo que poco a poco se fue desvelando y que hoy, así muchos lo nieguen porque prefieren seguir en un imposible ensueño, nos tiene al borde de echar por la borda al país entero.
Lo que sorprende es escuchar a aquellos que siguen viendo en Petro a un líder ejemplar, cuando este en varias ocasiones ha desconocido con descaro decisiones judiciales en su contra, sino que además sin vergüenza alguna ahora piensa pasar como una aplanadora sobre los poderes públicos garantes de nuestro sistema democrático, como si aquella votación de 2022 (que no fue a favor suyo, sino en contra de su geriátrico contendor) hubiese sido la coronación de un monarca.
“Democracia es permitir que el pueblo se exprima”, dice Petro encerrado en ese palacio que dice detestar, pero cuyos muros sirven para ocultar sus misteriosas desapariciones. “El Senado le hizo trampa a la democracia”, dice el presidente que ahora quiere hacerle trampa a la Constitución. Que él es un demócrata, dice el presidente que trapeó el suelo con el más juicioso de los aspirantes a sucederlo, el mismo presidente que trata de “HP” a quien no piensa como él.
Petro: el mismo que defendió durante más de un mes a Olmedo López, ex M-19 y amigo del senador Carlos Trujillo, a pesar de que se acumulaban más y más pruebas de la corrupción en la Unidad de Gestión del Riesgo. Petro: el mismo que no es capaz de deshacerse de Benedetti el radioactivo y su joven aprendiz Laura Sarabia, pero sí lanza por la borda a su viejo compañero Jorge Rojas o a su juiciosa seguidora Susana Muhammad. Petro: el que llevó a mentir a su hija afrancesada para ocultar quien sabe qué cosas que anduvo haciendo en París. Petro: el que no es capaz de condenar con vehemencia la imparable violación de derechos humanos en Venezuela como si el de Maduro fuera un paraíso donde Lenin y Marx tocan armoniosas harpas mientras querubines estalinistas llenan las neveras y alacenas de los venezolanos que no son secuestrados por el Sebín. Petro: el que exigió cambiar el nombre de un documento a firmar con la China porque el nombre original no le parecía que generara suficiente miedo. Petro: el que traicionó a su fiel (y temida) Laura, para entregarse al hombre radioactivo.
¿Qué más hace falta para que los señores del Pacto Histórico se den cuenta que siguen aplaudiendo a quien el día menos pensado los va a desechar? ¿Qué otra alarma necesitan?
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