Niñ@s soldado
El uso de un menor de edad para atentar contra una figura pública, como en el caso de Miguel Uribe, no es una novedad en Colombia, donde desde hace décadas los menores han sido instrumentalizados

No podemos tapar ni hacernos los ciegos con nuestra historia. En Colombia se han instrumentalizado a los menores de edad para cometer crímenes y otros delitos asociados a nuestra violencia política. Desde los magnicidios de finales de los 80 y principios de los 90 hasta operaciones militares, escuelas de entrenamiento y centros de tortura han contado con la participación de niños, niñas y adolescentes.
“Perdón, lo hice por plata, por mi familia”, aseveró el menor de edad que disparó en tres oportunidades contra el precandidato presidencial Miguel Uribe, cuyo pronóstico de salud sigue reservado. Aunque la violencia en el ejercicio de la política ha sido una constante en nuestro país, el atentado contra el senador revive pasajes de la historia de 35 años atrás cuando, en vísperas de las elecciones de 1990, fueron asesinados tres candidatos presidenciales.
Andrés Arturo Gutiérrez y Byron Velázquez son dos nombres desapercibidos para la opinión pública si no se contextualiza su historia. Gutiérrez fue el sicario que disparó contra Bernardo Jaramillo Ossa, candidato presidencial de la Unión Patriótica, en el Puente Aéreo de Bogotá el 22 de marzo de 1990. Velázquez fue uno encargados de asesinar al ministro Rodrigo Lara Bonilla y pertenecía a la banda Los Priscos, una red de sicarios al servicio del Cartel de Medellín. Al momento de los hechos ambos eran menores de edad.
Al igual que Gutiérrez y Velázquez, decenas de menores de edad han sido utilizados por el crimen organizado, guerrillas, grupos paramilitares y hasta por agentes de Estado para la consecución de sus fines políticos o militares. En 1989, cuando reinaba el poder del narcotráfico, Pablo Escobar bautizó a un grupo de jóvenes de las comunas de Medellín como Los suizos. Eran de bajos recursos o en situación de calle y dispuestos a morir tras cometer los crímenes en acciones suicidas.
En el libro 1989, la periodista María Elvira Samper describe en orden cronológico los hechos violentos que sacudieron Colombia en uno de los años más sangrientos en la historia del país. En algunos de estos, menores de edad y adolescentes estuvieron involucrados. El carro bomba contra la sede del DAS el 6 de diciembre de 1989 y el maletín bomba en el avión de Avianca que cubría la ruta Bogotá- Cali el 27 de noviembre de 1989- acciones realizadas por el Cartel de Medellín- son ejemplo de ello.
En la década de los 90 también fue frecuente la utilización de adolescentes en acciones criminales. La banda La Terraza, al mando de Diego Murillo Bejarano Don Berna, tuvo entre sus sicarios, motociclistas y espías a menores de edad. En el libro Las Vueltas de la Oficina de Envigado, de Juan Diego Restrepo, se referencian las denuncias de líderes sociales y comunales sobre el reclutamiento de menores en las comunas de Medellín, a manos de desmovilizados del Bloque Cacique Nutibara, para ponerlos al servicio de las Bandas Criminales.
La Fuerza Pública también instrumentalizó a los menores de edad y ejerció violencia sobre ellos. En el informe No es un mal menor de la Comisión de la Verdad, se recogen testimonios de niñas, niños y adolescentes que fueron utilizados como informantes e infiltrados en grupos insurgentes, a otros los reclutaron siendo menores de edad, los utilizaron como correos humanos para llevar mensajes encriptadas y cientos que se fugaron de las filas de las guerrillas fueron interrogados sin respetarles sus derechos.
“Fue el man de la olla, yo digo quién fue, déjenme darle los números”, fue otra de las expresiones del menor que disparó contra el senador Miguel Uribe. Aunque aún las autoridades están lejos de esclarecer los móviles del atentado y sus determinadores, la caracterización del entorno familiar, económico y social del menor establecen, una vez más, que la vulnerabilidad y las precarias condiciones de vida siguen siendo alimento para que los criminales instrumentalicen a los adolescentes.
Pareciera haber quedado inmortalizada en nuestro país la frase recogida por Alonso Salazar a un joven de una banda de sicarios de Medellín: “Es que no importa morirse, al fin uno no nació pa’ semilla. Pero morirse de una, para no tener que sentir tanta miseria y tanta soledad”.
Quedará en manos de las autoridades que se preserve la vida del menor, no puede ocurrir, como en otros hechos del pasado, que el autor material termine siendo asesinado. Lejos del debate jurídico sobre la imputabilidad o inimputabilidad del menor, Colombia merece saber qué ocurrió, quién lo ordenó y cuáles fueron las razones detrás del repudiable y condenable atentado.
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