Ir al contenido
_
_
_
_
Miguel Uribe
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Atentado contra Miguel Uribe: urge sacar a la violencia de la política

No se debe esperar a que la campaña presidencial se siga tiñendo de sangre para deponer odios. Debe primar la cabeza fría, y no intentar sacar partido político de un atentado

La Policía custodia la zona donde fue herido el senador colombiano Miguel Uribe Turbay, este sábado, en Bogotá.

Para quienes vivimos los tiempos de las violencias cruzadas de los años ochenta y noventa, es inevitable la sensación de déjà vu al ver las imágenes del atentado a Miguel Uribe Turbay en el occidente de Bogotá. Se trata de un precandidato presidencial tiroteado en pleno día en un acto de campaña. Eso lo vimos, lo vivimos, lo padecimos y no deberíamos repetirlo. No se debe tolerar la violencia en ningún escenario y en algún momento tenemos que sacarla de la política, en donde ha estado metida desde hace décadas. En los momentos de crisis y de incertidumbre, calma y cabeza fría. Bajar la temperatura del enfrentamiento político es lo que debe primar y no intentar sacar partido político de un atentado.

El impacto de este episodio debería llevar a todos los líderes políticos, de izquierda, derecha y centro, empezando por el presidente de la República Gustavo Petro, a asumir con responsabilidad el poder y el megáfono que tienen para evitar que las palabras enciendan los ánimos y que la campaña se salga del cauce democrático. Las investigaciones dirán qué ocurrió, de dónde vinieron las balas y cuál era el interés perverso detrás del atentado. Toda especulación prematura es nociva y puede encender aún más la hoguera de la confrontación política.

La mesura no abunda en estos tiempos de polarización y fundamentalismo, pero es precisamente en los momentos críticos en los cuales se puede medir el talante de los liderazgos. No se debe esperar a que la campaña se siga tiñendo de sangre para deponer odios y encontrar un punto de encuentro en medio de las diferencias: el rechazo a toda forma de violencia, que debe ser contundente y sin condiciones. En este país quebrado y cargado de odios no sería poco lograr el consenso contra los violentos. No se puede repetir lo que padecimos en la campaña de los años 89 y 90 en la cual fueron asesinados cuatro candidatos presidenciales.

Miguel Uribe Turbay, precandidato del Centro Democrático, era un niño de unos cuatro años cuando su madre, la periodista Diana Turbay, fue asesinada después de varios meses de secuestro. Ella iba buscando una entrevista que resultó un engaño y quedó en manos de Los Extraditables de Pablo Escobar. En un confuso tiroteo murió y su hijo, como miles más en Colombia, quedó huérfano y condenado a crecer sin madre. Ahora, convertido en dirigente político, ese hijo huérfano es víctima también de las balas en medio de una campaña presidencial. La violencia se conecta, se recicla, no pasa. La violencia también se alimenta de todos los que sacan provecho de ella. Poder quebrar esos círculos viciosos es una tarea pendiente en este país. Una tarea que solamente tendrá éxito cuando los que se benefician de la muerte dejen de sembrar odios y cuando todos, como ciudadanos, dejemos de justificar la violencia de algún bando.

Las primeras versiones, las que se conocen en caliente después del atentado al precandidato, indican que uno de los sospechosos es un joven menor de edad que fue capturado. Si se confirma su participación en el delito, estaríamos también ante una realidad que nos persigue y nos condena de manera recurrente: los niños y jóvenes metidos en el torbellino de la violencia, reclutados de manera forzada como sicarios o empujados a la ilegalidad por la fuerza de circunstancias difíciles en las cuales a muchos se les ha cerrado la posibilidad de futuro. Aunque sea una imagen muy frecuente y a la que nos hemos acostumbrado, no es normal que tengamos que ver a niños y jóvenes armados. No es normal. No está bien. Como tampoco está bien tener siempre como telón de fondo de la política la violencia en sus múltiples manifestaciones.

Muchos de los líderes políticos se pronunciaron en las primeras horas después del atentado. El rechazo unánime y generalizado es un paso necesario, pero no suficiente, en el camino para el desarme de las palabras y los espíritus. Además de condenar es necesario dejar de aprovechar la violencia para conseguir fines políticos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_