La Torre de la Libertad de Miami cumple 100 años mientras se deporta a cubanos como nunca antes
El centenario del símbolo del exilio cubano en Florida llega en plena cruzada antiinmigrante del Gobierno de Trump

Cuando Miami anunció el mes pasado que iba a colaborar con las autoridades federales para arrestar personas por su estatus migratorio, una inusual cantidad de gente fue al Ayuntamiento a protestar contra lo que llamaron una “traición”. Si en la “ciudad de los inmigrantes” iba a pasar una ley como esa, era hora de sacar los gallos y las mesas de dominó de la Calle 8, y derribar los monumentos a los patriotas cubanos, dijo un residente que resumió la frustración colectiva: si van a hacer eso, “tiren abajo la Torre de la Libertad”.
La Torre de la Libertad cumple este mes 100 años en medio de una multimillonaria remodelación que busca cristalizar su legado histórico. Con su arquitectura inspirada en la Torre de Sevilla, la silueta del que fue brevemente el edificio más alto de la joven ciudad en 1925 y sede del primer periódico local ha ido desapareciendo engolfada por los rascacielos que parecen brotar a diario en el downtown de Miami. Pero lo que hace a la Torre un ícono es que fue ahí donde llegaron los primeros inmigrantes cubanos en la década de los sesenta, que echaron los cimientos de lo que sería la urbe más importante de la región y una comunidad de exiliados que ha sido un punto de referencia en Estados Unidos por su relevancia cultural, política e histórica.
“La Torre representa el orgullo de la comunidad que tuvo que venir a otro país, dejar su familia y empezar de cero, con la ropa que teníamos puesta”, dijo Emilio Estefan, el multipremiado productor musical, quien, junto a su esposa, Gloria, fue galardonado con la Medalla Presidencial de la Libertad, el máximo honor civil de la nación. “Me siento orgulloso del exilio cubano, y la Torre es un tributo”, apuntó Estefan, quien llegó ahí siendo niño y copreside el comité asesor del centenario.
En 1965, el Gobierno de Estados Unidos organizó los llamados “Vuelos de la Libertad” para los cubanos que buscaban escapar del nuevo Gobierno de Fidel Castro. Se estima que más de medio millón se refugió en el sur de la Florida. En la Torre se estableció el Centro para Refugiados Cubanos, luego apodado “El Refugio”. Era simplemente un lugar donde cientos de miles de recién llegados recibían ayudas del Gobierno como dinero para el alquiler, alimentos enlatados y hacían sus trámites migratorios, explicó Guillermo J. Grenier, profesor de sociología de la Universidad Internacional de Florida, que fue recibido ahí al llegar de Cuba cuando niño en los 60.

La ruta del autobús desde la Torre por la Calle 8 hacia el oeste impulsó la urbanización de la Pequeña Habana, entonces un barrio barato y cercano, recordó Grenier, que iba con su papá a buscar alimentos. En 1973, tras concluir el programa de los vuelos, el edificio amarillo y blanco de estilo neorrenacentista español se había convertido en la Torre de la Libertad, “el Ellis Island de los cubanos”, donde se había forjado la nueva identidad del exiliado, alguien que “no tiene país, porque no se considera parte del proceso en el suyo y todavía no es americano”, explicó el profesor.
Pero mientras avanzan las obras del centenario, que incluyen una exhibición permanente con relatos personales y objetos históricos llamada “Libertad”, a menos de dos kilómetros, en la corte federal de inmigración de Miami, por primera vez los cubanos están siendo arrestados y deportados tras salir de las audiencias. Cientos de miles que llegaron desde 2019 y recibieron una clase de documento en la frontera con México no han podido ajustar su estatus migratorio, a pesar de existir una Ley de Ajuste para los cubanos desde 1966. Otro medio millón que llegó a través de programas humanitarios que fueron cancelados abruptamente por el Gobierno de Donald Trump se quedaron de la noche a la mañana en el limbo. Muchos viven en Miami con familiares que fueron rescatados de balsas a la deriva, o llegaron en embarcaciones repletas durante el éxodo del Mariel, o entraron igual que ellos por la frontera, pero antes de 2017, cuando existía la política conocida como “pies secos, pies mojados”, que les permitía automáticamente quedarse.
Ramón Saúl Sánchez, uno de los estadistas más prominentes del exilio y fundador del Movimiento Democracia, llegó a la Torre cuando tenía 12 años, con un hermano menor. Nunca volvieron a ver a su madre. Su historia es una de más de 300 recogidas en formato de audio en una muestra sobre el legado de la Torre, que se estrenará como parte del centenario. Por décadas, Sánchez ha sido un ferviente activista por la libertad de Cuba, los derechos humanos en la isla y los emigrados, conocido por llevar flotillas al Estrecho de la Florida en homenaje a las víctimas del castrismo, y abogar por los balseros con huelgas de hambre —incluyendo una frente a la Torre. Su número era el que llamaban las familias “para saber de un ser querido que salía por el mar”. Recientemente se le vio silencioso en una manifestación en la Calle 8 de cubanos con I-220A, los que no han podido regular su estatus.
Sánchez estuvo preso en los ochenta por negarse a testificar en un caso de un grupo paramilitar de exiliados, y durante años no reguló su situación migratoria porque quería seguir siendo cubano para poder regresar a la isla si volvía la democracia. En 2002, tras cambios en las leyes estadounidenses por el 9/11, solicitó la residencia, que le negaron en 2016, y desde entonces no ha conseguido regular su estatus. Hace dos años un juez frenó su deportación y su abogado asegura que enviarlo a Cuba “sería una sentencia de muerte”. Otros cubanos en situación similar han sido arrestados recientemente por las autoridades migratorias, incluso después de décadas en EE UU.
“Corro el riesgo de que me deporten, pero siento que no puedo callarme la boca”, dijo Sánchez. “Estamos viviendo tiempos que avergüenzan, que angustian, y si no levantamos nuestra voz, incluso los que están apoyando esas políticas van a sufrir”. “Nosotros, que hemos pasado una dictadura como la que hemos pasado, tenemos un compromiso moral con los que escaparon. Caramba, en 66 años los cubanos no hemos aprendido nada”, agregó.
La Torre fue inscrita en el Registro Nacional de Lugares Históricos en 1979 y cambió de dueño varias veces. En los noventa fue brevemente la sede de la influyente Fundación Nacional Cubano Americana, y en las últimas décadas ha estado al resguardo del Miami Dade College. En 2008 fue designada Monumento Histórico Nacional y en 2013, en una muestra de su poderoso simbolismo, recibió a la disidente cubana Yoani Sánchez, que representaba entonces la nueva voz por una Cuba libre.
Madeline Pumariega, presidenta del Miami Dade College y cuya familia fue procesada en “El Refugio” al llegar de Cuba, dijo que con la renovación no solo están honrando el pasado de la Torre, “sino también abrazando su futuro como un centro plenamente revitalizado para la comunidad a la que siempre ha servido”.
“Aunque la inmigración sigue siendo un tema complejo, nuestro papel no es participar en la política, sino honrar las historias humanas que definieron el pasado de Miami y que continúan desempeñando un papel fundamental en su crecimiento y valores. La Torre representa la resiliencia de quienes buscan libertad y una vida mejor”, dijo en un correo electrónico.
El “nosotros y ellos” del exilio cubano en medio de la era Trump
El artista cubano Eliéxer Márquez, más conocido como El Funky, uno de los autores de Patria y Vida, la canción que se convirtió en el himno de las multitudinarias protestas del 11 de julio del 2021 que fueron reprimidas, dijo que en el exilio “hay una división obvia”. Márquez llegó a EE UU en 2021, tuvo tropiezos con sus trámites migratorios y estuvo en riesgo de ser deportado. Algunos grupos opositores lo apoyaron “con cartas abogando por él”.
“El exilio nuevo es una juventud que desconoce la trayectoria del activismo, y por otro lado llegan activistas y los ven pasando trabajo y necesidad, y no los ayudan ni a conseguir trabajo”, dijo. “¿Quién lleva la marcha del exilio aquí? No conozco un lugar donde se reúnan los exiliados, donde se hable de cómo ayudar a los hermanos. Dicen que antes sí, que te daban ropa y dinero, que te podías quedar en la casa de alguien un tiempo. Eso ha cambiado mucho”, dijo Márquez, que nunca ha ido a la Torre, pero sabe que es “un sitio importante para los primeros exiliados”.

El profesor Grenier, autor de una extensa obra sobre migración, incorporación de inmigrantes y los cubanoamericanos, dijo que los cubanos recién llegados están viviendo una “tormenta perfecta”. Por un lado, el Partido Republicano se ha virado contra los inmigrantes, apuntó.
La mayoría de los cubanos son republicanos por una estrategia del partido en los ochenta durante el Gobierno de Ronald Reagan para incorporar minorías que no estaban afiliadas, mientras el Partido Demócrata estaba en transición y menos abierto, explicó el profesor. Los cubanos fueron la guía de esa estrategia, que formó líderes políticos locales y les abrió la puerta para hacerse ciudadanos estadounidenses, dando origen al término “cubanoamericano”. Desde entonces “los cubanos son republicanos”, señaló el profesor, quien en sus estudios sociales con los recién llegados ha visto cómo muchos, aunque desconocen el sistema político norteamericano, “sabían por la tía que estaba aquí, que con trabajo se puede salir adelante, y que el partido republicano es el de los cubanos”.
Por otro lado, en cada oleada migratoria ha prevalecido el sentimiento “de los que vienen después, que no son como los que vinieron antes”, dijo el profesor. Desde el éxodo del Mariel, cuando unos 125.000 cubanos llegaron a EE UU en abarrotadas embarcaciones, “los que estaban aquí vieron a ese nuevo grupo diferente, como revolucionarios arrepentidos. Muchos dijeron ‘esa gente no es como nosotros, esperaron a ver cómo estaban las cosas para venir’. Fue el momento donde el sentido de ‘nosotros y ellos’ empezó a surgir, y se estableció como la norma entre los exiliados”, explicó.
“Entras a un país como inmigrante y quieres incorporarte, asimilarte, no ser diferente”, dijo Grenier. “Pero eso se ha puesto en esteroides con el trumpismo”, agregó. “Incluso los recién llegados, que no saben lo extraño que es el mandato de Donald Trump, se están incorporando. Ven que su tía es republicana, y que, para ser parte de la comunidad, uno de los parámetros es pertenecer al partido, y aunque no pueden votar, así y todo, simpatizan, porque quieren incorporarse, meterse en la corriente”, añadió.
Solo en el caso del niño balsero Elián González en el 2000, la comunidad se unió para pedir que se quedara, en parte porque los balseros representaron la prueba máxima por el anhelo de la libertad, apuntó. “Fue un caso extraño. El afán de reunificar a la familia superaba todas las leyes. Ahora estamos viendo que la reunificación ya no cuenta. Ahora la comunidad no se ha unido. El sentimiento es que los que están deportando, no son como nosotros. Es la doble moral, como en Cuba. Te callas la boca y vas a Walmart y compras tus cosas y nada cambia en tu vida cotidiana, pero si te toca que te deporten a un pariente, ahí sí te toca”, señaló.
“La Torre de la Libertad era un símbolo de gente huyendo de un régimen tóxico, pero ahora tenemos un régimen que expulsa a los inmigrantes. Lo que era la Freedom Tower, que representaba la identidad de exiliados que recibía a otros, ese símbolo ya no está tan plasmado en la comunidad. Eso representa un desmoronamiento del exilio”, zanjó Grenier.
Otros cubanos, como Rubén, un paramédico que llegó a través del programa CBP One y pidió no revelar su apellido porque su estatus legal fue revocado en abril como parte de la política de la Casa Blanca, dijo que no sabía qué es la Torre de la Libertad, pero que le gustaría “algún día conocer esa parte de la historia de los cubanos”. La idea de conducir hasta el downtown desde su apartamento en Broward, donde trabaja reparando techos, no obstante, lo desalentó, porque ha visto redadas y las paradas de tráfico de las autoridades migratorias, y tiene miedo.
Sánchez, por su parte, está “triste con su propia gente”. “No hubiera hecho huelga de hambre si no amara a mi comunidad con delirio, a mi pueblo, víctima de una tiranía”, dijo por teléfono con la voz quebrada. “Quisiera que esa Torre, que está llena de lágrimas y episodios de dolor, que acogió gente que llegamos sin nuestros padres, se llene de vergüenza. Tal vez me muera y no vea libre a mi patria, pero nunca pensé que me iba a morir viendo a este, mi país que amo con locura, de cabeza hacia una dictadura”, señaló.
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