Iguales, pero no del todo
Hay un retorno a los valores tradicionales por parte de una generación cuya memoria histórica no va más allá de la Play Station 2


Hace unos días me gritaron "¡bollera!" en la calle y me pareció muy vintage. ¿Hemos vuelto a los ochenta? Me pregunté, sorprendida de que a estas alturas escandalice que dos mujeres se besen. A ver si ha sido un ósculo mágico y he retornado al pasado. Lo descarté pronto; a mi alrededor nadie llevaba Privata y de fondo sonaba reguetón, no italo-disco. Lástima.
No me alarmó el exabrupto, sino que proviniese de un grupo de chavales normales —expresión aterradora—, e indiferenciables: pelo brócoli, chinos y camisas planchadas por algún progenitor que cree ciegamente que su hijo es “un buen niño”. Esos proyectos de cayetanos homogeneizados por las redes sociales y el discurso mononeuronal de los Xocas y los Jordi Wild han nacido en un país que hace dos décadas aprobó el matrimonio homosexual; el tercero del mundo, como recuerdan en Iguales, el especial sobre el aniversario de aquel momento histórico, disponible en RTVE Play. Quizás, incluso, después de que el Constitucional lo avalase tras el recurso en contra del PP; los primeros en denunciar cualquier progreso social y en hacer uso de ellos. Jalearon con idéntica alegría los gritos de “Sodomía, no con mi dinero” en la manifestación organizada en comandita con el Foro de la Familia que las canciones de ABBA en la boda de Javier Maroto con su novio. Si algún diccionario ilustrado necesita definir hipocresía, tiene buen material en ese enlace.
Veinte años después no se produjo el fin de la familia que presagiaban; al contrario, quienes hacen uso de la ley honran sus ritos: hijos, SUV horrendos, hipotecas y sábados en centros comerciales. Hace 56 años, un grupo de valientes se rebeló en Stonewall para que hoy matrimonios homosexuales de mediana edad puedan discutir por una mesa Mörbylånga o una Nordviken. Gracias, Marsha, Sylvia y Stormé.
Me resbalaron sus graznidos, pero pensé en los niños y niñas LGTBIQ+ que comparten sus espacios. ¿Qué aguantarán ellos si esos mendrugos se sienten impunes para insultar a dos adultas a plena luz del día? Hace mucho que no escuchaba improperios, pero percibo que entre muchos jóvenes la homofobia está repuntando, o peor, normalizándose. Mientras la ficción vende una juventud moderna y desprejuiciada, de pelo rosa y "estos son mis pronombres", en la realidad permea un retorno a los valores tradicionales impulsado por parte de una generación cuya memoria histórica no va más allá de la PS2. No diré que estamos peor que hace 20 años, pero a poco que levantemos el pie del acelerador social, estaremos mucho peor que hace 50.
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