El hombre que no amaba las vacunas: Robert F. Kennedy, secretario de Salud de EE UU
Durante sus primeros meses de gestión, el activista contrario a la inmunización ha puesto patas arriba el sistema de salud pública con el apoyo de Trump


“¡Charlatán!”. “Un peligro”. “¡Ignorante!”. Son algunos de los epítetos que los senadores de Estados Unidos profirieron este jueves contra Robert F. Kennedy, el polémico secretario de Salud de la Administración de Donald Trump, en una de las audiencias más contenciosas de los últimos tiempos en el Capitolio. Desde su confirmación, el antiguo activista antivacunas ha puesto patas arriba su departamento y el sistema de salud pública, especialmente en torno a las campañas de inmunización. Hasta tal punto que políticos republicanos que le respaldaron en el pasado han empezado a expresar dudas sobre él. Sin embargo, sus seguidores representan unos votos electorales clave, y el presidente ha dejado claro que Kennedy, de 71 años, cuenta con su pleno apoyo para continuar su asalto al sistema sanitario.
Las medidas del que fuera aspirante a candidato presidencial demócrata para imponer su sello en el sistema de salud se han acelerado este verano. En julio despidió a los 17 miembros de la comisión asesora de vacunas (ACIP), un órgano hasta entonces estrictamente apolítico; la mitad de ellos han sido sustituidos por nombres célebres en los grupos contrarios a estas inmunizaciones.
Hace dos semanas, la Casa Blanca cesó sin contemplaciones a Susan Monarez, la directora de los Centros de Control de las Enfermedades (CDC, el mayor organismo de sanidad pública en Estados Unidos), a la que Kennedy había seleccionado personalmente apenas un mes antes y que fue apoyada por la mayoría republicana. El motivo: la negativa de ella a aceptar directrices sobre vacunas no respaldadas por la ciencia. Ante su marcha, la plana mayor científica de los CDC se fue con ella, entre los aplausos de apoyo de los trabajadores. Al día siguiente, la experta había quedado reemplazada por Jim O’Neill, número dos de Kennedy en el Departamento de Salud y antiguo empresario biotecnológico, sin experiencia en medicina.
En la sesión de control de este jueves ante el Comité de Finanzas del Senado, el sobrino del presidente John F. Kennedy se mostró desafiante ante la oleada de críticas: acusó a los CDC de las muertes en Estados Unidos durante la pandemia de covid, cerca de 1,2 millones de personas. También aseguró que no hay pruebas de que las vacunas de ARN mensajero salvaran millones de vidas durante la pandemia de coronavirus. Y sostuvo que los directivos despedidos de los CDC “no hicieron su trabajo”. Monarez, en particular, era “poco digna de confianza”, sostuvo.
El efecto Kennedy —la legitimación de las ideas antivacunas impulsada por su posición al frente del Departamento de Salud— se extiende ya fuera del organismo. Este miércoles, el responsable sanitario en el Estado republicano de Florida comparaba los mandatos de vacunación con la “esclavitud” y anunciaba su intención de cancelar la obligatoriedad de estas inmunizaciones, incluso a los niños.
La propia popularidad de las vacunas está disminuyendo en determinados círculos. Entre 2024 y este año, el porcentaje de menores inoculados cayó al 92,5% para la triple vírica (protectora contra el sarampión, la rubéola y las paperas) y al 92,1% para las de difteria, tétanos y tos ferina, según los datos de los CDC. Aunque son niveles de inmunización aún muy altos, se muestran insuficientes para garantizar la inmunidad de rebaño, que requiere un 95%.
A la vez, en la primera mitad de 2025, Estados Unidos registró la mayor incidencia de sarampión en 30 años; una enfermedad que se declaró erradicada en 2002. Mientras, en el mismo periodo, la incidencia de tos ferina se ha multiplicado por cuatro.
En una señal de la profunda polarización que suscita la actual política sanitaria entre demócratas y trumpistas, tres Estados de mayoría demócrata —Washington, Oregón y California— han optado por la vía opuesta a Florida. Esta semana anunciaban una alianza, a la que podrían sumarse otros territorios, para emitir sus propias recomendaciones sobre vacunas, basadas en las recomendaciones de “reputados científicos, médicos y líderes de salud pública”. La decisión del trío, según han apuntado en un comunicado, llega como “respuesta a los recientes actos federales que han socavado la independencia del CDC y suscitado preocupación sobre la politización de la ciencia”.
“Llevo meses preocupado”, declaraba esta semana Demetre Daskalakis, antiguo director de la División de Inmunización de los CDC y uno de los altos cargos que se marchó con Monarez, en la cadena de televisión ABC. “La barrera entre la ciencia y la ideología se ha derrumbado por completo”.

Miles de empleados en activo o antiguos trabajadores del Departamento de Salud (HHS, por sus siglas en inglés) han firmado cartas abiertas en las que piden la marcha de Kenndy, que ejerció como abogado medioambientalista. Nueve predecesores de Monarez han escrito, en una tribuna en The New York Times esta semana, que los cambios en los CDC ponen en peligro la salud de “cada uno de los ciudadanos estadounidenses”. “Ya no es posible tener ninguna confianza en lo que emana del HHS”, declaraba en la cadena CNN Tom Frieden, que estuvo al cargo de los Centros durante el mandato de Barack Obama.
En mayo, Kennedy anunció que eliminaba unilateralmente la vacuna contra la covid de la lista de inmunizaciones aconsejadas para niños y mujeres embarazadas, sin tener en cuenta el protocolo para emitir recomendaciones. El Colegio de Pediatras Estadounidense presentó este agosto las suyas propias, que sí incluyen la vacuna para la covid.
Las medidas contra estas vacunas se acumulan. Este agosto, la Agencia del Medicamento y la Alimentación estadounidense (FDA), dependiente del Departamento de Salud, restringía las dosis de la nueva vacuna contra la covid a mayores de 65 años y a pacientes con ciertas condiciones médicas, en lugar de recomendarla a todos los ciudadanos. El líder del movimiento MAHA (las siglas en inglés de Make America Healthy Again, hacer a Estados Unidos saludable de nuevo), además, ha cancelado desde agosto 500 millones de dólares en fondos para el desarrollo de vacunas de ARN mensajero.
“Abandonar la investigación sobre el ARN mensajero hace a Estados Unidos más vulnerable a enfermedades infecciosas como la gripe o la covid; a futuras pandemias; a ataques biológicos y a otras amenazas para la salud”, ha escrito esta semana la directora del Centro de Pandemias en la Universidad de Brown, Jennifer Nuzzo, en el Boletín de Científicos Atómicos. “Cede un área de investigación fundamental a otros países y complicará el acceso de los estadounidenses a estas herramientas salvadoras de vidas”, continúa la experta.
Otras vacunas también han sido objeto de la cruzada de Kennedy. En su primera reunión, en julio, el nuevo comité de vacunas ACIP retiraba de la lista de recomendaciones una inmunización contra la gripe que contiene timerosal, un conservante al que el movimiento antivacunas relaciona falsamente con el autismo.
El próximo hito puede llegar a mediados de septiembre, cuando está prevista la próxima reunión de ACIP, que podría emitir nuevas recomendaciones sobre el calendario de vacunaciones, los grupos a inmunizar y las fórmulas a aceptar. Kennedy también ha prometido para este mes la publicación de un estudio sobre las causas del autismo, que en el pasado él ha relacionado con las vacunas. Según el periódico The Wall Street Journal, ese informe atribuirá el aumento de la incidencia al consumo durante el embarazo de un popular analgésico.
La polémica no deja de crecer. Las acciones de Kennedy preocupan incluso a una parte de los republicanos, que temen el efecto en la salud pública de esas medidas. “En su confirmación, prometió respetar los estándares más altos para las vacunas, pero desde entonces cada vez estoy más preocupado”, le reprochaba el senador John Barrasso, republicano y médico de profesión, en la sesión de control en el Congreso.
A pesar de todo, el único republicano que importa mantiene su fe en el secretario de Salud: Trump ha dejado claro su apoyo a su ministro, al que cuando propuso para el cargo prometió dejarle hacer “a su antojo” en el Departamento de Salud. “He oído que lo ha hecho muy bien en el Congreso”, dijo tras la vociferante audiencia.
En parte, es coincidencia de opiniones. El presidente también ha expresado su preocupación por el aumento en los diagnósticos de autismo, por ejemplo. Pero en parte, se trata de conveniencia política: como líder de MAHA, Kennedy cuenta con su propia base de seguidores. Un grupo de votantes que difiere de los trumpistas clásicos: gente muy interesada en la salud, de pasado demócrata, y desencantada con ese partido. Un electorado que, aunque no sea especialmente numeroso —mientras Kennedy se mantuvo en la carrera presidencial, su intención de voto rondó el 2-3%—, sí puede inclinar la balanza en unas elecciones tan ajustadas como las que se prometen en noviembre de 2026, las de medio mandato.
Y aunque sus índices de popularidad son negativos, como los del resto de la Administración republicana, Kennedy es uno de los miembros del Gobierno menos impopulares: un 45% de los votantes aprueba su gestión.
“Tiene ideas un poco diferentes”, aseguraba Trump sobre su secretario de Salud tras la audiencia de confirmación. “Pero si vemos lo que está pasando en la salud en el mundo y lo que está pasando en la salud en este país, me gusta el hecho de que él sea diferente”.
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