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Dahlia de la Cerda: “El miedo a perder la reputación es un lujo burgués. Yo vengo de no tener reputación”

La escritora de origen popular, respondona y amante de los corridos, es una de las autoras mexicanas con más proyección

Dahlia de la Cerda

Que casi ninguno de sus colegas haya tenido la decencia de felicitarla cuando salió entre los finalistas del Booker “porque no les cabe en la cabeza que una como yo, tan gata, tan pedera, esté triunfando”, era esperable. Morra de barrio, Dahlia de la Cerda les arde porque no solo escribe desde los márgenes, regresa a esos márgenes: da talleres en cárceles, acompaña a abortar y ha visto de cerca torcer para bien los destinos de chicas y chicos a los que les esperaba la criminalidad o la muerte. De su relación con esas vidas —chicos desaparecidos, sicariato, mujeres ardidas, asesinas y aborteras— se alimenta su nueva novela, Medea me cantó un corrido (Sexto piso), su antirreescritura de los griegos para pedir cuentas al sistema y reparación a una mujer que mató a sus hijos por celos, para castigar al padre e hizo desaparecer sus cuerpos, “algo brutal, imperdonable en México”.

Sexto piso ha publicado 'Medea me cantó un corrido'.

¿Cómo se redime Medea?

Ayudando a otras madres a encontrar a sus hijos.

¿Qué intentas con este libro?

Visibilizar que la violencia no solo viene del patriarcado. Sí, en México matan a 11 mujeres al día, pero también a 20 hombres al día. Y no es que haya “violencia masculina” como esencia. Lo que hay es una máquina de juvenicidio, una narcomáquina alimentada por el racismo, el clasismo, la masculinidad obligatoria, el abandono estatal. Quise que la gente entendiera que detrás de ese malandro hay un adolescente.

¿Y la violencia vicaria?

Entiendo su relevancia en contextos jurídicos donde los hombres utilizan su poder para castigar a las madres, pero todo concepto esencialista o biologicista es peligroso. Me incomoda que esta categoría ponga el foco exclusivamente en la mujer como víctima indirecta, dejando a un lado la niñez. Y ahí entra Medea, que mata como una forma de decirle a su pareja: te voy a madrear donde más duele. Pero yo no quise reescribirla para que se salvara. Me interesaba que fuera crítica. También necesitamos pensar críticamente las violencias que ejercemos las mujeres. No solo las que vivimos.

Medea está ardida. ¿Qué es la ardidez?

Es estar encabronada porque un cabrón se pasó de verga contigo. Es tener emociones humanas frente a una injusticia afectiva. Y me parece absurdo que se nos censure por eso. Sí, soy ardida, y qué.

¿Y los hombres ardidos?

Estadísticamente, un hombre ardido es mucho más letal que una mujer ardida. ¿Cuántas veces hemos visto que uno mata a su novia o a su exesposa porque no soportó el rechazo? No es que las mujeres no podamos ser peligrosas. Pero una cosa es reconocer que el ardor puede llevarte a lugares oscuros y otra muy distinta es prohibirnos hablar de él. Yo no reivindico que una mujer mate a sus hijos por ardor, como Medea. Pero sí reivindico el derecho de las mujeres a nombrar la rabia.

¿Qué te juegas con tu grupo activista Help Morras?

He estado al borde de la cárcel un chingo de veces. Y en mi pueblo estoy vetada de un montón de espacios por “espanta cigüeñas”.

¿Qué te has encontrado?

Me encontré a Perla, una mujer que abortó tras una liposucción: chichotas, caderaza, nalgón power, ella perrísima. Y me dijo: “¿Cómo voy a tirar esto a la basura por un embarazo?”. Pero tenía un novio narco, provida. Mujeres que abortan en Cancún, en un resort de lujo, con una margarita en la mano. O adolescentes que abortan en el cole porque en su casa viven 10 personas en 20 metros cuadrados. Hay mujeres que se embarazaron con corridos de fondo y hay mujeres que abortaron escuchando corridos.

Fuiste viral tres días por escribir defendiendo los corridos tumbados de Peso Pluma. ¿Qué te pasa con los corridos?

Me maman. Son mi género favorito. Si quieres verme cantar con pasión, no me pongas “él me mintió”, ponme Cara a la muerte de Gerardo Ortiz. Cantar “ahora todos están callados” no siempre significa “me volví narco”, significa “me partí la madre para llegar aquí”. Son gritos de guerra, gritos de esperanza.

¿El feminismo ya fue?

Pensar que la única opresión, o la más importante, es la discriminación por tener panocha entre las piernas, es de mujeres blancas, de clase media o alta. Las demás no solo enfrentamos sexismo. Cuando te topas con un feminismo abolicionista, racista, islamofóbico, transfóbico, que solo entiende la opresión a través del sexo-género, a veces sí hay que decir: ya fue. No porque no nos violenten, sino porque ese feminismo ya no alcanza.

¿Cómo le haces para que tus libros hablen como la gente?

Yo hablo así. No me interesa mimetizarme con lo hegemónico, sino visibilizar la belleza del habla cotidiana. Porque no es lo mismo decir “mi mamá era muy trabajadora” que decir “mi jefa era bien camello”. Eso es poesía. Si fuera una escritora blanca de clase media haciendo turismo en el barrio, trayendo el slang como souvenir para la literatura, nadie se escandalizaría. Pero que alguien del barrio use el lenguaje del barrio para narrarse a sí misma, eso sí les arde.

Confieso que he visto tus luchas por Twitter y he estado a punto de decirte que lo dejes correr.

Mucha gente me lo dice, pero es que yo no crecí así. Cuando yo tenía ocho años llegaba a mi casa diciendo: “Me molestan en la escuela”. Y me decían: “Si te vuelven a decir algo y no te defiendes, yo misma te voy a romper tu madre para que se te quite lo pendeja”. Entonces me tenía que defender. Punto.

¿Cómo era tu barrio?

Te haces valiente porque si no, te comen. Si no romantizas el barrio, te suicidas. Pero la neta es que el barrio es una mamada, y si alguien te ve feo, tú tienes que ser quien le diga: “¿Qué me ves?”. Lo estoy trabajando en terapia. Porque como dice mi psicóloga: ahora estás en un lugar donde las dinámicas son otras. Pero la gente no me colabora con mi proceso.

¿Por? ¿Qué hacen?

Me pasa que estoy muy tranquila en mi casa y de pronto hay escritores, hombres y mujeres, que tuitean: “Lo que escribe Dahlia es una mierda”. Mi curva de aprendizaje fue: si alguien te dice mugrosa, le das una lección. Porque en los contextos de los que vengo, no es valioso que seas la gran intelectual, se valida que seas cabrona.

¿Por qué te atacan?

Por defenderme, por defender a una amiga de la transfobia, del racismo, del clasismo. Y eso se castiga. Pero no se castiga a las escritoras blancas que dicen mamadas. A mí sí porque soy barrializada. Porque les molesta que una mujer del barrio esté conquistando el mundo editorial. Porque soy una gata igualada. Hace poco presenté Medea en la colonia Morelos. Entraron 200 personas. ¿Sabes lo que significa convocar 200 personas en un barrio donde ni los Uber entran? Eso solo pasa cuando tu escritura les dice algo real. A esta gata igualada el barrio la quiere. Esa gente que me critica no mete ni 20 personas en el circuito Roma-Condesa. Les arde.

Yo te encuentro una dulzura de ser.

Yo no soy culera con cualquiera. Hace poco fui a un podcast conducido por dos morras fresas, Romina y Romina. Fueron amables. Y yo salgo como lo que también sé ser: amable. Y la gente decía: “¿Cómo puede ser que en Twitter sea tan chola y aquí tan tierna?”. Pues porque soy dulce cuando hay dulzura, soy perra cuando hay que serlo.

¿Qué es lo peor del mundo literario?

Es misógino, sí, pero también clasista. ¿Te acuerdas cuando una feminista te llamó “panchita de mierda”? No te lo dijo por ser mujer. Te lo dijo porque eras subalterna. Porque las mujeres como tú o como yo no deberíamos estar opinando con tanta altivez.

¿Te importa tu reputación?

Es cierto lo que decía Virginie Despentes: el miedo a perder la reputación es un lujo burgués. Yo vengo de no tener reputación. Pero ahora que la tengo, claro que me lo pienso. Porque no solo me afecta a mí. Yo he visto cómo mi reconocimiento también le ha dado paz y dignidad a mi esposo. Así que sí, estoy aprendiendo a controlarme. Pero es difícil. La misma gente que me critica por ser chola me sale con: “Ay, mucha calle y cero PDF [sin estudios reglados]”. Pues no. Tengo PDF y tengo calle. Y en los dos me la pelas. Y eso, Gaby, es justo lo que más les duele.

¿Qué es ser antisistema?

Para mucha gente ser antisistema es no venderse a las transnacionales, ser autogestiva, publicar solo con editoriales independientes, vivir en comunidad, comer orgánico, esas cosas. Pero, para mí, ser antisistema es otra cosa. No es un discurso. Es una herida abierta que decidí narrar. Es ser lo que nunca se esperó que fuéramos. Y estar donde se supone que no deberíamos estar. Y hacerlo bien. Y hacerlo con rabia, con técnica, con amor. Con calle. Y con memoria.

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