“Romper con la exclusividad sexual no me parece revolucionario; los hombres llevan haciendo eso toda la vida”
La escritora y comunicadora Sandra Bravo, impulsora de la comunidad Hablemos de poliamor, enlaza en su segundo libro sus reflexiones y vivencias como mujer bisexual, no monógama y promiscua con un llamado urgente a colectivizar los cuidados
Conocemos a la escritora, periodista y terapeuta Sandra Bravo por su comunidad virtual Hablemos de poliamor y por su primer libro, Todo eso que no sé cómo explicarle a mi madre. (Poli)amor, sexo y feminismo, que va por la quinta edición. Tras un accidente por el que no pudo caminar en un mes, se ha concienciado de que promover la colectivización de los cuidados es más urgente y esencial que centrar su reflexión en los modelos relacionales.
Es por eso que en su segundo libro, Si te he amado, no me acuerdo. Cuaderno de vulnerabilidad compartida, Bravo vuelve a escribir sobre el gozo y el estigma de ser una mujer bisexual, no monógama y promiscua, pero enlaza ese tema con otros que tienen que ver con los derechos sociales y las condiciones materiales de vida.
Publicó su primer ensayo en el sello Plan B, del grupo Penguin Random House y, esta vez, ha elegido a una editorial independiente, cuya editora la ha apoyado y acompañado para dar forma a un libro híbrido y “mamarracho”. En Si te he amado, no me acuerdo, la autora combina el diario íntimo con entrevistas a amigas y recursos variopintos: tests para averiguar si tú también eres no monógama, relatos calientes de orgías bisexuales, definiciones de diccionario inventadas o una página en blanco invitando a las lectoras a dibujar la parte de su cuerpo que quieran.
Tu primer libro era un ensayo divulgativo más clásico en cuanto a forma. En este te atreves a mezclar géneros y a jugar.
Sí, el primero era más desde el pensamiento político, en diálogo con otras voces feministas, y en este me voy mucho más a la carne, a lo personal, a lo vulnerable, a los tropiezos, a los “no puedo”, a las amistades. Es un libro con un público quizá más reducido o diferente, pero creo que también es un libro mucho más “yo”, y esto me hace muy feliz. Me he permitido una estructura bastante mamarracha, porque yo tengo ese punto, pero a veces lo pierdo escribiendo.
¿Cómo surgió la idea de dedicar la segunda mitad del libro a entrevistas a tus amigas?
Cuando estoy con mis colegas es cuando más aprendo. A veces pondría la grabadora. Creo que es un lugar en el que nos preguntamos y compartimos cosas que difícilmente salen de otra manera, porque no hay miedo al juicio, podemos decir tonterías, reír, poner la vulnerabilidad en el centro… y no nos apuñalan. Me pareció algo digno de transmitir, porque el conocimiento que nos llega siempre es del señor de la universidad de turno, que dice cosas porque su título lo avala. Por eso mis amigas salen sin apellido y sin detallar a qué se dedican, porque no es la academia quien les da valor, sino su sabiduría popular. Quería recuperar eso que, no hace tanto, permitió a las mujeres sobrevivir: contarse la vida, las violencias y las alegrías en el lavadero. Contarnos la vida me parece un gesto revolucionario y yo quería ponerlo en el centro. Eso le ha conferido al libro una estructura poco convencional, pero yo tampoco soy convencional.
Relacionas esa apuesta vital con la ruptura de la monogamia, pero evitas caer en el dogma de que las poliamorosas cuidáis más a las amigas.
Romper con la exclusividad sexual y afectiva no me parece excesivamente revolucionario; los tíos llevan haciendo eso toda la vida. Lo que me parece más revolucionario y jodido es cuidarnos en una sociedad que nos precariza, que nos agota, en la que estamos todas pluriempleadas y con ansiedad. El libro está atravesado por un accidente que tuve, en el que me tuve que comer con patatas los discursos sobre la interdependencia, porque vivo en un quinto sin ascensor y necesitaba ayuda para las cosas más básicas. Por eso creo que romper con la monogamia no pasa tanto por si quieres tener una pareja o dos, sino por cambiar dinámicas de convivencia, de consumo, de cuidados...
¿Qué es esto de la vaina de los cuidados que menciona una de tus amigas?
Es un concepto que se desarrolló en San Francisco [Estados Unidos] para denominar a un grupo de personas con un objetivo común y concreto de cuidados, que suelen utilizar las nuevas tecnologías para organizarse. En la práctica, creo que es la versión “moderna” de lo que hacían nuestras abuelas en los pueblos: formar grupos de apoyo mutuo para cuidar a una persona en una situación concreta. En mi caso, hicieron un grupo de Telegram para coordinar tareas como comprarme comida, bajarme la basura o hacerme compañía. Creo que es algo fácil y útil.
Citas a la filósofa Marina Garcés, cuando dice que los planteamientos anarquistas y feministas de hace 150 años sobre el amor libre no contaban con dos factores: un malestar social que no decae y un capitalismo emocional que se acentúa.
Eso es. Por eso ya no estoy en una lógica identitaria poliamorosa: no es tanto quién soy, sino qué necesito. Siento que cada vez me importan menos los discursos sobre el poliamor, porque creo que lo que tenemos que hacer es manifestaciones por salarios y alquileres dignos. Las lógicas LGTBIfóbicas duras a las que estamos asistiendo también atentan contra los derechos básicos. A veces se nos olvida que las relaciones están atravesadas por la materialidad de la vida: cuando cuesta sostenerla, cuesta sostener el resto.
Precisamente, si en el primer libro hablabas de tu “sexilio” de un pueblo de Alicante a Barcelona para poder vivir tu disidencia, en este te planteas volver.
Es un tema que me atraviesa mucho. Querer dedicarme a la escritura es bastante incompatible con habitar la ciudad, donde te piden cuatro nóminas, cinco avales y un riñón para tener un sitio donde vivir. Una gran ciudad como Barcelona me aporta anonimato: puedo ser todo lo bisexual y promiscua que me dé la gana y nadie me va señalar. Pero también tengo ansiedad por no saber si mi casera me va a subir el alquiler. Pero en mi pueblo, ¿qué hago?, ¿'armariarme’? Aunque tenga mucho activismo a mis espaldas, me doy cuenta de que siempre que vuelvo hay cosas que callo, que silencio, que disimulo. No sé qué me compensa más.
En el libro narras un polvo con un amante en una terraza saludando al vecindario. Ese tipo de prácticas exhibicionistas son impensables en un pueblo de mil habitantes.
En mi pueblo, cómo me visto ya es exhibicionismo. Mi madre me repite constantemente: “Siempre tienes que estar llamando la atención. Qué vergüenza”. Me lo dice si llevo falda corta o escote, pero también si llevo colores chillones.
El conflicto materno-filial está muy presente en tus dos libros. En este hay una frase desgarradora: “Volver a casa es preguntarme si me quieren por quién soy o porque deben quererme”.
Mi madre está frustradísima por tener la hija que tiene, y eso es una realidad. Pero ella tampoco se va a permitir jamás no quererme, porque la obligatoriedad de quererme a toda costa es un mandato muy grande. Pero luego me hace y me dice cosas que no son muestras de afecto. Está constantemente cuestionando mi físico, pese a que le he dicho mil veces que no lo comente. Le he dicho que no lea el segundo libro y se lo está leyendo. Con el primero me dijo de todo menos guapa.
Tenemos referentes mediáticos como Inés Hernand, que han roto con sus familias de origen por sentir que son un fuente de sufrimiento. ¿Te lo has planteado?
No, porque siendo de un pueblo pequeño, afectaría mucho a otros vínculos que me hacen bien: mi tía, mi hermano, mis amigas.… Para ser honesta, no sé si me puedo permitir otro desgaste emocional. Mi madre no me permitiría un corte seco; me lo echaría en cara y sería un conflicto permanente.
Volvamos a los vínculos sexoafectivos: en el libro abogas por un ritmo lento en el amor frente a la droga de la intensidad romántica.
Sí, la intensidad amorosa es muy adictiva. De vez en cuando me meto algún chute, pero me sienta mal. Me ha llevado a meterme hostias, a perderme, a verme discutiendo de cosas que no tienen sentido. He llegado a la conclusión de que quizá en otras dinámicas de relaciones más lentas (que no tienen por qué ser descafeinadas ni desconectadas) la intensidad esté más en los cuidados y en la presencia que en el ansia romántica, que a veces tiene mucho de performance. Estoy apostando por vínculos sin tanta idealización, con menos máscara, en los que vivo más tranquila. Me dan mucha paz, me siento querida y quiero. Además, este tipo de relaciones me permiten ser más coherente con mi modelo relacional: descentralizar la pareja y ver más a mis amigas.
Comentas con una amiga que tenéis más chascos con hombres, pero que con las mujeres os cuesta más establecer vínculos sexuales.
He hecho varios talleres sobre deseos sáficos con bolleras y bis, y las conclusiones se repetían: “No tengo muy claro cuándo me están entrando, no quiero ser invasiva, me da miedo el rechazo”. En la presentación del libro en Barcelona me acompañó Elisa Coll [activista y escritora bisexual] y dijo una cosa muy interesante: no es que con los hombres sea más fácil, sino que es el lugar conocido y conocemos los códigos. Vivimos en una sociedad heteropatriarcal donde todo el imaginario colectivo sobre el deseo está atravesado por la heteronorma. Hay muy poca representación en la ficción audiovisual de un deseo sáfico pasional y complejo: o nos vamos al porno mainstream pensado por y para hombres o nos vamos a imaginarios de mujeres que son como muy cuquis o descafeinadas. Generalmente, los hombres, por cómo están socializados, tienen más tendencia a buscarte, y tú solo tienes que decir que sí o que no. Nosotras nos quedamos esperando a que la otra lleve la iniciativa. Se trata de enfrentar esa incomodidad, aprender que entrarle a una tía no es machista ni invasivo de por sí y, evidentemente, aceptar su “no”.
En tu libro haces referencia a iniciativas que abren a personas trans, mujeres bisexuales y lesbianas prácticas asentadas en la cultura gay, como el cruising o las saunas.
Sí, me hacen muy feliz estas iniciativas. En el cruising hay dinámicas de sexo casual superrápido, muchas veces sin ningún tipo de interacción, sin necesidad de saber el nombre de la persona. Sabemos que sus orígenes tienen que ver con la homofobia, con tener que hacerlo en un pis pas para que no te pille la policía. Pero cabe preguntarnos: ¿por qué hay personas socializadas de una manera que pueden vivir su sexualidad y su deseo de equis forma y personas que estamos en otra que nos cuesta muchísimo más? No es casual.
Ironizas sobre tu frustración por que en espacios de ligoteo sáfico cueste calentar motores, en contraposición con la facilidad con la que fluye el intercambio sexual en los clubes swinger.
Sí, me he visto en esos espacios haciendo bromas de mal gusto, en plan “¿aquí cuándo se folla?” Los espacios sexuales no mixtos me han enseñado a ser más humilde, porque hay gente con determinados cuerpos e identidades, determinadas violencias a sus espaldas que, obviamente, necesita unos cuidados, unos tempos y unas dinámicas que, a lo mejor, otros cuerpos no necesitamos. Pero a veces se pasa de ese cuidado imprescindible a una dificultad colectiva para pasar a la práctica.
Volvamos al heteropesimismo. ¿Dónde encuentras esos amantes majos y guapos de los que hablas en tus diarios?
No me lío con heteros al uso. Ahora estoy conociendo a un hombre que está revisando su atracción hacia la masculinidad, y es algo que me encanta. Me resulta complicado conectar con hombres incluso para sexo casual: no me atrae la masculinidad hegemónica y necesito que tengan un mínimo de conciencia feminista. A eso hay que sumarle que haya un deseo y una disponibilidad mutua. Por suerte, tengo vínculos maravillosos desde hace años con los que puedo repetir: un hombre cis bisexual y un novio marica.
En el libro de hablas de que tu identidad y tu forma de construir intimidad están muy construidas en torno al deseo y al sexo. ¿Cómo te interpela el activismo de personas asexuales?
A mí el activismo asex me fascina, he aprendido un montón. Porque, además, siento que las promiscuas y las asex somos extremos que nos tocamos: se nos cuestiona por follar mucho o por follar poco, como si hubiera una medida correcta. Me han dado más mapa y matices para distinguir tipos de atracción y de deseo. A veces lo que me puede llevar a querer tener sexo con alguien es que tenga un discurso intelectual de la hostia o que me despierte una ternura muy grande, porque hablar cuerpo a cuerpo me parece una manera muy bonita de conocer a alguien.
Otro nexo entre las no monogamias y el activismo asex es la reivindicación de romper con la centralidad de la pareja.
Me parece muy interesante. Aparte, parece que el sexo siempre tenga que estar ligado al amor, y que en una relación de pareja nos debamos sexo. Está la confusión de pensar que las personas asex odian el sexo. No todo el mundo folla desde la atracción sexual. La gente me dice: “¿Pero cómo va a ser marica tu novio si tenéis una relación sexual?” Porque a él no le ponen las tías, pero nos queremos, hay una relación de compañerismo y, desde ahí, al igual que nos vamos a ver una peli, podemos compartir intimidad sexual.
En el diálogo con una de tus amigas recordáis el sentido original del concepto “utopía”: no alude a un ideal irrealizable, sino a ensayos reales de otras formas de vida y de organización social. ¿Cómo podemos promover y extender utopías?
A veces me tengo que recordar, para que no gane el pesimismo, que la sociedad neoliberal es jodida, pero que se puede todavía confiar en lo humano, en que nos salvan las amigas, los lazos de apoyo mutuo. Eso es lo maravilloso de juntarnos y contarnos la vida, que nos permite recobrar el aliento para poder ir haciendo grietas en este sistema que parece que nos esté diciendo: “El capitalismo ha triunfado y no hay alternativa”. Creo también en lo gozoso, en lo divertido, porque a veces en los activismos nos vamos a debates muy sesudos, muy intelectuales, nos ponemos muy serias. Es importante bailar juntas, reírnos, desearnos, sentir el tacto de nuestras pieles porque, si no, nos desconectamos y pensamos que nada es posible.
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