Las mujeres en Afganistán desafían a los talibanes con clubes de lectura secretos en WhatsApp y Telegram
La resistencia se abre paso en sesiones clandestinas y virtuales, creadas en el país y desde el exilio, donde las afganas leen, debaten y comparten archivos escaneados en PDF de libros prohibidos
La tarde del 15 de agosto de 2021, Fahr Parsi estaba ordenando libros en las estanterías de su biblioteca para mujeres en Kabul cuando los talibanes irrumpieron en la ciudad. Ese día comenzó a instaurarse en Afganistán lo que expertos de Naciones Unidas considera un “apartheid de género”, un término que define el acoso y la progresiva reducción de los derechos más elementales por el simple hecho de ser mujer.
Esta licenciada en Derecho, que tiene 29 años y utiliza el seudónimo Fahr Parsi por motivos de seguridad, vio derrumbarse sus sueños en pocas horas. La biblioteca que había fundado con sus compañeras de universidad en 2019 tendría que cerrar y dejar de ser un espacio que hasta entonces bullía con las voces de mujeres que hablaban de literatura y derecho y contaban sus aspiraciones. Parsi se apresuró con sus amigas a vender las sillas y las estanterías para pagar el alquiler pendiente. Luego, de noche, trasladaron la colección de 4.000 libros a un lugar secreto de Kabul, donde los talibanes no pudieran encontrarlos.
Junto con otras mujeres, salió a las calles de Kabul para protestar contra las restricciones impuestas por los talibanes a la educación, el trabajo y las libertades públicas. Según cuenta, dos amigas suyas fueron detenidas y sufrieron torturas en prisión. Cuando regresó a casa, su familia le rogó que renunciara a su activismo. La súplica de sus padres tenía el peso de una sociedad en la que el honor familiar puede quedar destruido por la vinculación con la disidencia. “Si te encarcelan, puedes poner en peligro tu seguridad y arruinar nuestra reputación”, le dijeron.
Desde que los talibanes recuperaron el poder en Afganistán, las niñas tienen prohibido asistir a la escuela secundaria y las universidades están totalmente cerradas a las mujeres, incluso los programas de formación médica. Las afganas tienen prohibido acceder a la mayoría de los trabajos, parques públicos, gimnasios, bibliotecas y cafeterías. No pueden viajar sin ir acompañadas de un mahram (un familiar cercano que sea varón, por ejemplo, el marido o un hermano) y, según el último decreto, tienen prohibido hablar en público.
Decenas de mujeres que han desobedecido estas normas con manifestaciones o haciendo preguntas en público han acabado detenidas y muchas de ellas denuncian haber sufrido torturas y abusos sexuales en las cárceles.
Los libros también son objeto de esta guerra ideológica. Los talibanes han confiscado volúmenes de bibliotecas públicas de Herat y Kabul, en particular los de autores, tanto afganos como extranjeros, cuyo contenido entra en conflicto con la ideología talibán. Cuando descubren a una mujer leyendo libros o educándose en secreto, la someten a acoso y palizas físicas y su familia también corre peligro de recibir castigos.
Zalmai Forotan, inspector de bibliotecas de los talibanes, declaró a la BBC persa en noviembre de 2024 que los libros que tuvieran “temas controvertidos desde el punto de vista ideológico o religioso” o que mostraran imágenes de seres vivos serían examinados y confiscados, un proceso que ha dejado las estanterías de las bibliotecas cada vez más vacías.
Al principio, los talibanes dijeron que las restricciones a la educación y las libertades de las mujeres eran temporales y prometieron revocarlas cuando se hubiera establecido el debido clima islámico. Sin embargo, las limitaciones son cada vez más estrictas y se imponen con una precisión metódica. Se ha reducido drásticamente el número de espacios públicos para las mujeres, que ahora tienen que lidiar con un laberinto de prohibiciones que regulan todo, desde los pasos que pueden dar hasta el volumen de la voz.
Redes de resistencia
Aun así, mientras los talibanes han ido reforzando el control de los espacios femeninos, algunas mujeres han encontrado formas de sortear ese control para educarse entre sí y desafiar calladamente al régimen. Fahr Parsi es una de ellas. Después de que silenciaran las protestas públicas y cerraran la biblioteca, se organizó con una buena amiga en internet para crear un club de lectura seguro en WhatsApp y Telegram y convirtió su antigua biblioteca física en una red digital de resistencia.
Empezaron por unirse a nuestro grupo de WhatsApp casi 300 mujeres, a las que proporciono archivos escaneados en PDF de nuestros librosFahr Parsi, creadora de un club de lectura online en Kabul
“Empezaron por unirse a nuestro grupo de WhatsApp casi 300 mujeres, a las que proporciono archivos escaneados en PDF de nuestros libros”, explica a este diario por teléfono. “A veces presto libros impresos a algunas socias, si son de total confianza”.
Cuando una de ellas termina de leer un libro, expresa sus opiniones mediante fotos. Pero toda la operación exige muchísima cautela, en un ambiente en el que la confianza se ha convertido en un lujo que pocos pueden permitirse.
Mi sueño era ser médica. Por desgracia, no pudo ser y ya hace casi cuatro años que dejé los estudiosFahima, mujer afgana de 18 años
“Celebramos sesiones clandestinas de lectura solo con unas cuantas socias de las que nos fiamos por completo”, añade Parsi. “Nos inquieta que pueda haber espías de los talibanes entre nosotras. Y algunas mujeres no se atreven a asistir en persona a esas sesiones por temor a que los servicios de inteligencia talibanes las detengan”.
Parsi examina personalmente a cada nueva aspirante antes de añadirla al grupo de WhatsApp y pide a las participantes que no hablen de política, por miedo a la vigilancia talibán. “El simple hecho de almacenar estos libros prohibidos es un peligro”, asegura.
Los talibanes llevan a cabo registros puerta a puerta en busca de grupos antitalibanes como el Frente de Resistencia Nacional (FRN) y el ISIS-K en varios barrios de Kabul, lo que obliga a Parsi a ocultar su colección como si fuera contrabando.
Fahima, que tiene 18 años y pide que no se mencione su apellido, se incorporó al club poco después de que le cancelaran los exámenes parciales de décimo curso cuando se prohibió la educación de las mujeres. “Mi sueño era ser médica. Por desgracia, no pudo ser y ya hace casi cuatro años que dejé los estudios”, cuenta por teléfono.
Gracias al club ha leído 35 libros y eso la ha inspirado para escribir El camino de la luz, un relato sobre la vida de una niña afgana bajo el régimen talibán. Aspira a contar a las generaciones futuras lo que perdió la suya.
Aunque no se las vea manifestándose en las calles de Kabul, eso no quiere decir que hayan dejado de protestar. Significa que la represión talibán se ha intensificadoShahrbanu Haidari, defensora de los derechos de las mujeres afganas
A pesar de los riesgos, la demanda de libros —especialmente novelas y textos motivacionales— es cada vez mayor. Parsi cree que las mujeres buscan inspiración ante la perspectiva de un futuro incierto frente al que tienen cada vez menos esperanza y recurren a la literatura como forma de evadirse y sostenerse.

Un libro que ha leído el grupo recientemente es Sinuhé, el egipcio, una novela que examina temas como la represión, la instrumentalización de la mujer, la pérdida de identidad y el poder del conocimiento.
Otra de las socias es Marjan, una mujer en la veintena que ha leído 15 libros desde que se unió al programa el año pasado. Hace cuatro, era alumna de 12º curso y estaba preparando el examen de Kankor (la prueba nacional de acceso a la Universidad en Afganistán), para ser abogada, cuando los talibanes le prohibieron continuar en la escuela.
“Estas cosas son las que me enorgullecen y me motivan para seguir adelante con este club de lectura, pase lo que pase”, explica Parsi.
Apoyo desde el exilio
Mientras Parsi corre riesgos dentro de Afganistán, otras mujeres afganas en el exilio han creado redes para ayudar a las niñas que permanecen en el país. En Alemania, la activista Maryam Amwaj coordina un grupo de Telegram con otras mujeres de países europeos a través del cual organiza círculos de lectura para niñas que viven en el oeste de Afganistán.
Entre todas seleccionan libros de ciencias sociales, novelas y textos islámicos en PDF y se ponen de acuerdo sobre qué páginas leer para luego compartir sus reflexiones.
Es una forma de resistencia consciente contra la campaña de los talibanes para apoderarse de la mente de las niñas afganas, una batalla de libros e ideasShahrbanu Haidari, defensora de los derechos de las mujeres afganas
“Es lo mínimo que podemos hacer por nuestras hermanas de dentro del país para luchar así contra una oscuridad que es cada vez peor”, dice Amwaj a EL PAÍS por teléfono.
Shahrbanu Haidari, una defensora de los derechos de las mujeres afganas e investigadora que vive en el exilio en el Reino Unido, asegura que estos clubes de lectura son una de las muchas formas de resistencia que están apareciendo en todo Afganistán.
“Las mujeres afganas no se han rendido, solo han cambiado su manera de resistir”, asegura en una entrevista telefónica con este diario. “Aunque no se las vea manifestándose en las calles de Kabul, eso no quiere decir que hayan dejado de protestar. Significa que la represión talibán se ha intensificado y las mujeres se han adaptado a la nueva situación”.
La dinámica cambió después de que corrieran informaciones sobre los actos violentos y los abusos sexuales cometidos contra las mujeres detenidas en las cárceles de los talibanes. Haidari subraya que los clubes de lectura y los círculos educativos clandestinos se están extendiendo entre las mujeres de todo Afganistán. “Es una forma de resistencia consciente contra la campaña de los talibanes para apoderarse de la mente de las niñas afganas, una batalla de libros e ideas”.
Los talibanes no han cedido en sus políticas contra las mujeres ni han revocado ninguna restricción. Y la atención de la comunidad internacional está ahora puesta en otras crisis, lo que ha dejado a las mujeres afganas cada vez más aisladas. Por su parte, Fahr Parsi no se da por vencida. “Pienso seguir adelante hasta que llegue el día en el que podamos volver a leer con libertad y pueda reabrir mi biblioteca para las niñas”.
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