Samira Hamidi, responsable de Amnistía Internacional para Afganistán: “En el mundo hay un silencio legitimador del régimen talibán”
La defensora de los derechos humanos insta a las autoridades españolas a impulsar un mecanismo internacional para que los fundamentalistas rindan cuentas y a aumentar su apoyo a las mujeres afganas, que resisten dentro y fuera del país


El exilio te da seguridad, pero no te da paz. Samira Hamidi, defensora de los derechos humanos y responsable de las campañas sobre Afganistán en Amnistía Internacional, lo dice directa e indirectamente en varios momentos de la entrevista con este periódico. La última vez que puso un pie en su país fue en 2021 y no ha podido volver por razones de seguridad, pero desde Londres trabaja para que la comunidad internacional no legitime a los talibanes, proteja a la disidencia y pelee para que los derechos de las afganas no sigan pisoteándose. Ese fue el mensaje que ha trasladado también a las autoridades españolas esta semana en Madrid.
“La no respuesta internacional, el abandono, es una inmensa decepción. En el mundo hay un silencio legitimador del régimen talibán”, recalca.
Nacida en Kabul, hace 46 años, esta activista ha trabajado para la Unión Europea, el Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD), ONU Mujeres y embajadas de varios países europeos, siempre enfocada en los derechos humanos, especialmente los de las mujeres.
“Hace cuatro años, los talibanes creyeron que encontrarían a las mismas mujeres que dejaron tras su primer gobierno, entre 1996 y 2001, cuando estábamos privadas de educación y derechos políticos, cuando éramos invisibles y vulnerables. Pero pronto vieron que no”, asegura.
Pregunta. ¿Cómo se trabaja por Afganistán desde el exilio?
Respuesta. Me ha llevado mucho tiempo aceptar que perdimos todo por lo que habíamos trabajado tan duro en estos años. Hay días en que me despierto y aún no puedo creer que las chicas de mi país ya no puedan ir a la universidad. Corrimos muchos riesgos y trabajamos sin descanso para que Afganistán fuera un lugar bueno para las mujeres. Pero no ha podido ser. Personalmente, echo mucho de menos el jaleo de las calles de Kabul, la contaminación, el ruido... Todo. Tengo una vida buena y segura en Londres, pero no siento paz. Solo me tranquiliza trabajar como una máquina en Amnistía Internacional. ¿Por qué? Porque es un interlocutor importante y creo que puedo colaborar a mejorar la situación de mi país, especialmente la de las mujeres.
P. ¿Es parte del mensaje que ha transmitido a las autoridades españolas?
R. He querido resaltar ante los responsables con los que me he reunido la necesidad de establecer un mecanismo de rendición de cuentas para que los talibanes respondan ante la justicia. También les he pedido que mantengan y aumenten su apoyo a las mujeres afganas. Las que están aquí y las que llevan tiempo en otros países esperando un visado para venir a España. Sé que son procesos largos, pero sería muy positivo si se pueden acelerar.
Hay días en que me despierto y aún no puedo creer que las chicas de mi país ya no puedan ir a la universidad. Corrimos muchos riesgos y trabajamos sin descanso para que Afganistán fuera un lugar bueno para las mujeres.
P. ¿Qué le transmiten las mujeres activistas que siguen en Afganistán?
R. Durante 20 años nos educamos, nos incorporamos plenamente al mundo laboral, viajamos, fuimos parte de la sociedad y aportamos mucho a esa sociedad. Fue un despertar a nuestros derechos. Los talibanes creyeron que encontrarían a las mismas mujeres que dejaron tras su primer gobierno entre 1996 y 2001, cuando estábamos privadas de educación y derechos políticos, cuando éramos invisibles y vulnerables. Pero vieron que no. Se dieron cuenta de que había más resistencia y sobre todo una voz unida de las mujeres, dentro y fuera de Afganistán. Las mujeres que se han quedado y siguen trabajando por el país desde dentro desafían a los talibanes cada día. Su sola presencia es ya una manera de resistir. Ellas son las verdaderas valientes, saben los riesgos que corren y encuentran mil tácticas para seguir adelante.
P. ¿Nos puede citar el caso de algún activista que le haya impactado especialmente?
R. En Afganistán no hay muchos hombres que defiendan públicamente el derecho de las niñas y jóvenes a estudiar. Por eso me gustaría recordar a uno de ellos, Matiullah Wesa, que fue detenido en 2023 y encarcelado durante siete meses. Su casa fue allanada y parte de su familia, especialmente, su madre, humillada. Me dolió mucho. Es un activista muy valiente, que hasta hoy sigue en el país.
P. ¿Siente usted un silencio o una normalización de los talibanes por parte de la comunidad internacional?
R. La no respuesta internacional y el abandono son una inmensa decepción. En el mundo hay un silencio legitimador del régimen talibán. Pero nosotros seguimos publicando datos e informes y haciendo presión a los gobiernos, a la ONU y a otros interlocutores internacionales. Amnistía Internacional tiene 10 millones de miembros y el compromiso y movilización de estas personas es nuestro gran poder. Por ejemplo, en enero, la Fiscalía de la Corte Penal Internacional (CPI) solicitó que se dicten órdenes de detención contra el líder supremo talibán, Haibatullah Akhundzada, y otro alto responsable de los fundamentalistas, por su presunta responsabilidad en el crimen de lesa humanidad que es la persecución de género en Afganistán. Estas buenas noticias no ocurren automáticamente, hay mucho trabajo, mucho activismo y mucha presión detrás.
Las mujeres que se han quedado y siguen trabajando por el país desde dentro desafían a los talibanes cada día. Su sola presencia es ya una manera de resistir
P. ¿Qué presencia tiene Amnistía Internacional en Afganistán y cómo logra hacer sus informes denunciando los abusos que se cometen en el país?
R. Desgraciadamente, no tenemos gente de nuestra organización en el terreno, debido a los riesgos extremos que implica trabajar en la defensa de los derechos humanos en Afganistán. Nuestros informes se hacen gracias a los contactos con manifestantes, periodistas, mujeres y activistas que siguen en el país y con los que encontramos canales seguros para comunicarnos. Tenemos que tener mucho cuidado porque no podemos protegerlos y Amnistía Internacional es una organización muy conocida y no especialmente apreciada por los talibanes. Hacemos muchas entrevistas también con grupos en el exilio y con personas evacuadas y contamos, en función del tema, con otros medios como imágenes vía satélite para reunir la información necesaria.
P. ¿Cuándo fue la última vez que pudieron enviar investigadores a Afganistán?
R. Yo me fui de Afganistán en 2018, cuando me uní a Amnistía Internacional, aunque viajaba a menudo por trabajo. No he vuelto desde 2021 por razones de seguridad. En 2022, hubo dos investigadores de la organización, que no eran afganos y que sí pudieron ir a Afganistán para trabajar en dos informes: uno sobre la situación de las mujeres y otro sobre las deportaciones y la situación en las fronteras. Desde entonces hemos publicado varios informes y no creo que los talibanes autorizaran ahora nuestra presencia.

P. Los talibanes han publicado más de un centenar de edictos, muchos de ellos tienen por fin invisibilizar a las mujeres. ¿Hay alguno que le ha dolido o sorprendido especialmente?
R. La prohibición de que las mujeres se formen para trabajar en el sector sanitario. No tendremos más doctoras, enfermeras o comadronas. ¿Quién va a cuidar a las mujeres? Afganistán es un país muy tradicional y en algunas partes un doctor varón no puede examinar a una paciente. ¿Qué pasará en estas zonas del país cuando una mujer dé a luz o tenga un problema serio de salud?
No tendremos más doctoras, enfermeras o comadronas. ¿Quién va a cuidar a las mujeres?
P. Se han hecho informes también sobre el preocupante aumento de los matrimonios infantiles.
R. Ese es otro drama. Los matrimonios forzados seguían registrándose en algunos lugares del país antes de que volvieran los talibanes, pero iban reduciéndose porque por primera vez teníamos una ley que protegía a las mujeres y criminalizaba estas prácticas. También había un tribunal específico para este tipo de abusos e incluso refugios para proteger a las mujeres y a las niñas. Los avances eran enormes. Recuerdo hace unos años que visité un área rural perdida en la región de Bamiyán y allá un grupo de agricultoras sin estudios me contaron que habían enviado a sus hijas a estudiar a la ciudad porque no querían que se quedaran en el pueblo y se casaran jóvenes. La mentalidad estaba cambiando.
P. En estos días asistimos también a un incremento de las deportaciones de afganos desde Pakistán, que, según la ONU, en abril llegaron a 30.000.
R. Estas repatriaciones forzosas violan el principio de no devolución, es decir, el derecho de una persona a no ser devuelto a un país en el que corre el riesgo de sufrir graves violaciones de sus derechos más básicos. Es lo que ocurre en el caso de los refugiados y solicitantes de asilo afganos en Pakistán, especialmente las mujeres, que huyeron para salvar sus vidas. Por eso seguimos pidiendo encarecidamente a las autoridades paquistaníes que respeten este derecho.
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