Antonio Muñoz Molina, escritor: “Si hay una salvación posible de este mundo es recuperar la idea de escasez”
El autor afirma que la cultura del despilfarro es insostenible y que el nuevo privilegio es no ver de dónde viene ni hacia dónde va lo que se consume
El escritor Antonio Muñoz Molina tiene muy presente el día en que, siendo todavía un niño, colocaron un grifo de agua corriente en su casa de Úbeda (Jaén). El autor de El invierno en Lisboa, El jinete polaco y El verano de Cervantes ―publicado en junio― cuenta, a sus 69 años, que aquella infancia austera lo convirtió en “militante de la conciencia de los límites”. Pasó de crecer entre olivos a ocupar un sillón en la Real Academia Española y a dirigir el Instituto Cervantes de Nueva York. Nunca dejó de creer que la conciencia de la escasez es el principio de una sociedad más justa. Por eso, ahora acepta abordar el derroche de comida en una conversación telefónica. Atiende la llamada desde Ademuz (Valencia), donde cultiva su huerto de calabacines, cebollas, berenjenas y tomates e intenta que no sobre nada.
Pregunta. ¿Los españoles le dan menor valor a la comida que las generaciones anteriores?
Respuesta. He pensado muchas veces en qué se puede aprender de la generación que vivió la escasez, que es la de de mis padres, y es la noción de la limitación de los recursos. Las personas hasta mi generación nos educamos desde niños en la conciencia de que los recursos importantes son muy limitados. Entonces había muy pocas cosas y había que administrarlas muy bien. Ahora nos toca una nueva experiencia, que es que hay demasiadas cosas, pero que sigue siendo importante preservar las fundamentales. Esa lección del pasado se corresponde o se complementa con una conciencia medioambiental o ecológica. Es algo de lo que me considero militante, esa conciencia de los límites.
P. ¿Vivir lejos del lugar donde se producen los alimentos hace que desecharlos resulte más fácil?
R. Digamos que el privilegio del primer mundo se basa en eso: las cosas vienen y no se sabe de dónde y, una vez que se han usado, desaparecen y no se sabe a dónde van. Pero es una cosa completamente disparatada, porque vienen del trabajo de mucha gente. Ese melón que hay en el supermercado lo ha recogido un inmigrante a 40 grados al sol. Una vez que lo tiras, aunque desaparece de la vista de de los privilegiados, no desaparece del mundo. No solo la comida, toda la basura electrónica o de ropa que nosotros producimos va generalmente a países pobres.
P. ¿Cree que la sociedad española le da mayor importancia a no desperdiciar comida que otros países europeos?
R. En la sociedad española la pobreza y el atraso terminaron hace relativamente poco, pero la capacidad de olvidar es extraordinaria. De clase media para arriba, tenemos tan poca conciencia de esas cosas como cualquier sociedad privilegiada.
P. Aprendió de sus padres lo que es la escasez. ¿Cómo lo transmite a sus hijos y nietos?
R. Intentamos enseñar a nuestros hijos el límite de las cosas. Les decía cuando eran pequeños: “La energía más limpia es la que no se gasta”. Intento transmitir esa conciencia, no por una cuestión de lealtad al pasado, sino porque creo firmemente que, si hay una posibilidad de salvación de este mundo, es mediante la recuperación de una cierta idea de la escasez.
P. ¿Qué se puede hacer para tomar conciencia del despilfarro de alimentos, cuando en los supermercados no falta la comida?
R. Este mundo, tal como está ahora mismo, no puede durar. Hay un sistema económico que se basa en el crecimiento permanente y un entorno físico en el que los recursos son muy limitados. Ahora hay menos conciencia de eso, pero con el tiempo va a llegar, como cuando ha habido grandes sequías y la gente ha tenido que limitarse. Creo que ese va a ser uno de los principios fundamentales de una sociedad más justa, más igualitaria y más respetuosa: la cuestión de que las cosas son limitadas y son de todos.
P. ¿Reaprovechar las sobras es parte de la tradición de cocina en España?
R. Lo hacemos en mi casa y creo que mucha gente todavía en España lo hace. No es por una especie de ascetismo, es que las cosas están muy ricas. La cultura popular siempre se ha basado en el aprovechamiento de lo que hay a mano. En la arquitectura popular, si hay madera, se construye con madera; si hay arcilla, se hacen ladrillos. Pasa también en el arte. Para cantar ópera hace falta una voz tremenda y supereducada; en la música popular cualquiera puede cantar.
P. ¿Tirar comida es un problema ético?
R. Hay una injusticia en cómo se reparten los alimentos, y también una de base: que los precios que impone la gran distribución significan que un agricultor normal no pueda sobrevivir. La ecología y el feminismo han hecho que la ética pase al comportamiento cotidiano. Cuando yo era joven, la gente de izquierdas solo teníamos teorías efervescentes para todo. Pero luego, en la práctica, tú podías tener una teoría radical sobre la igualdad entre hombres y mujeres y, al mismo tiempo, esperar a que tu hermana te sirviera el desayuno. El feminismo y el ecologismo se practican en lo cotidiano de manera inmediata. Son decisiones éticas fortísimas.
P. ¿Qué piensa del sentimiento generalizado de que no derrochar y reciclar en realidad no genera un impacto?
R. ¿Para qué voy a cuidar a un niño? Si hay millones de niños. ¿Para qué voy a ser justo en mis relaciones con una mujer? Si la injusticia es tan grande que eso no va a variar. Ese es un argumento estupendo para no hacer nada. Tenemos la posibilidad de actuar con decencia y de ayudar a difundir esa decencia.
P. ¿Qué obras recomienda sobre este problema?
R. Recomiendo leer Walden, de Henry David Thoreau, porque es un manifiesto sobre la autosuficiencia y la conexión con el mundo natural. Hay un libro que sigue siendo fundamental que es Primavera silenciosa, de Rachel Carson. Es el título fundador del movimiento ecologista, fue el primero que llamó la atención sobre el efecto de los pesticidas sobre los pájaros a principios de los sesenta.
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