Cuando la comida a domicilio llega al hospital, la dieta salta a la basura
Enfermos y personal sanitario de los grandes centros públicos madrileños recurren cada vez más a aplicaciones de reparto mientras el desperdicio se dispara

Es la hora de comer y Carlos, que lleva casi un día entero en observación oncológica en el área de urgencias del Hospital Universitario Gregorio Marañón, recibe su bandeja. La mira y no le gusta lo que ve. “Es un puré que parece agua con patatas, sin color, y una ternera estofada con muy mala pinta”, cuenta Julia, su pareja, —ninguno de los dos aparece con apellidos para preservar la intimidad del paciente—. La comida que han servido queda intacta y va a la basura porque él prefiere recurrir a Glovo y pedir un pollo al limón con tallarines para compartir. No es una anécdota, encargar comida a través de las aplicaciones es cada vez más frecuente en los hospitales de Madrid. El personal médico, los pacientes y los repartidores consultados confirman que esta práctica se está extendiendo y provoca que se desperdicien más alimentos. Un estudio publicado en la revista de la Sociedad Española de Salud Pública, asegura que el 35% de lo que se sirve en los hospitales de todo el mundo termina en el contenedor y que cada persona ingresada desperdicia cerca de un kilo de alimentos al día.
El repartidor de Glovo llega a la puerta de urgencias y aparca su bicicleta al lado de una ambulancia. Son las tres de la tarde y ese martes de verano la temperatura alcanza los 34 grados. Un guardia de seguridad le pide bruscamente que mueva la bicicleta para dejar paso a las ambulancias. Está tan acostumbrado a que los repartidores entorpezcan la entrada que ya sabe qué instrucciones dar. Tras 10 minutos de espera, el trabajador de Glovo se impacienta y llama a Julia. Ella tarda en encontrarlo porque el hospital tiene cuatro entradas distintas y no están en la misma.
En los hospitales madrileños no hay restricciones para ingresar alimentos externos en las habitaciones porque se asume que es para un acompañante. Controlar si es para los pacientes es muy difícil, según la Consejería de Sanidad, y es un problema porque los enfermos deben seguir la dieta que les dicta el médico. Sanidad asegura que los pacientes “no deberían pedir comida, ya que aquellos que acaban de salir de una operación, o que están en tratamiento oncológico, tienen que someterse a una alimentación adaptada”.
El papel que hoy desempeñan los repartidores lo asumían tradicionalmente las familias. A veces, aún lo hacen. A 10 metros de la puerta principal del Hospital 12 de Octubre está Jaime, recién dado de alta tras una operación de rodilla por un accidente de moto. En los días que pasó ingresado, sus amigos empezaron llevándole Coca-Cola y acabaron ofreciéndole cerveza sin alcohol. En otra entrada de este centro espera Jeromo González a que lo recojan tras pasar consulta. Estuvo seis meses ingresado por un aneurisma y cuenta que las verduras que le daban no se podían masticar. Durante su estancia, su familia le llevó la comida de casa. “Con lo que te dan aquí no te recuperas de nada”, dice Kelly, la hija de Jeromo, con ironía.

En los hospitales madrileños se preparan más de 50 menús al día para distintas dietas, según la Consejería. Las diferencias suelen ser mínimas: desde el tipo de pan que se utiliza para el bocadillo del desayuno hasta el sabor del yogur. Por ejemplo, el Hospital Ramón y Cajal tiene al menos cinco tipos de postre: gelatina, flan, yogur, compota de manzana y helado. A determinados enfermos se les permite escoger sus comidas entre opciones reducidas, a los demás se les proporciona lo que los dietistas recomiendan.
Las quejas de los pacientes por el mal sabor de los alimentos se escuchan en los cuatro grandes hospitales de Madrid: La Paz, el Ramón y Cajal, el Gregorio Marañón y el 12 de Octubre. Los cuatro tienen cocina propia, no dependen de un catering externo. La de La Paz se encuentra en el semisótano. Unas 300 personas trabajan ahí para preparar más de 4.000 bandejas que luego repartirán entre el desayuno, comida, merienda y cena. Antes de acabar el turno, el personal tira toda la comida que sobra y limpia los utensilios.

El decreto que regula la gestión de residuos en la sanidad establece que todo aquello que se da a los pacientes no debe ser reutilizado. Lo explica la auxiliar de cocina del Hospital 12 de Octubre Mar Robles: “Al no saber lo que ocurre con los alimentos una vez que abandonan las cocinas, todo lo que regresa se tira sin importar si se ha tocado”. También acaban en la basura los paquetes de galletas sin abrir y la comida que sobra en las enormes cazuelas. Otras veces, se preparan más bandejas de las que se necesitan porque al sótano no llega toda la información de las habitaciones. Como explica la portavoz de la Asociación de Enfermeras de Nutrición, María Lourdes Arued, algunos enfermos deben ayunar para pasar una prueba médica o se les da de alta sin avisar a los cocineros.
La comida que se tira es dinero que va a la basura. Según el Portal de Contratación de la Comunidad de Madrid, los principales centros públicos gastan de media entre dos y cuatro millones de euros anuales en alimentación. La Consejería sostiene que es difícil calcular el impacto económico del desperdicio porque el número de pacientes fluctúa y también su dieta.
El olor del puré en las bandejas convive por los pasillos de los hospitales con el de las hamburguesas de Glovo. Los repartidores consultados confirman que estos centros son destinos frecuentes en sus rutas, ya sea para entregar pedidos a pacientes o a médicos, aunque no todos aceptan estos encargos por las complicaciones que implican. Raynold, que prefiere no dar su apellido por temor a perder su trabajo, relata: “Muchas veces te toca buscar la habitación del paciente y pierdes mucho tiempo”. En otras ocasiones, el personal de recepción se lo impide: “Dicen que el cliente tiene que bajar porque vienes de la calle y estás contaminado del exterior”, añade. Mientras los repartidores sortean pasillos y trabas para entregar la comida, en las cocinas las bandejas siguen acumulándose. Fuera el flujo de pedidos no se detiene; dentro, el viaje a la basura tampoco.
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