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Antonio Muñoz Molina, escritor: “Como viví el progreso, duele más el retroceso”

Novelista consagrado de la cultura de la democracia, el escritor conversó, en su casa en Valencia, de su infancia y la evolución de España, de lo real y el arte de la novela, sobre la ficción, la desinformación y su nuevo libro: el ensayo ‘El verano de Cervantes’

El escritor Antonio Muñoz Molina en su casa de Valencia, el 22 de mayo de 2025.
Jordi Amat

El 8 de noviembre de 1580 Miguel de Cervantes participó en un juicio en Valencia para testificar sobre el caso de Jeroni Planelles, un pescador desaparecido. Cervantes, tras cinco años de cautiverio, afirmó haber visto en Argel alguien con sus características en una cola junto a 20 pescadores y firmó su declaración para que así constase. El 22 de mayo de 2025, en la puerta de su casa en Valencia, cerca de la Estación del Norte, me encuentro con Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956). Pasaré dos horas escuchándole sobre la novela y sobre el presente, mientras la brisa agita el silencio, el tiempo parece haber desaparecido y una persiana de caña va golpeando el marco de la ventana. Este miércoles llegará a las librerías El verano de Cervantes (Seix Barral), un ensayo que es una admirada y apasionada lectura del Quijote. Es la obra de un humanista contemporáneo. Leo su libro como una invitación a volver al clásico. “Eso espero”. También tiene mucho de autobiografía —“cuando leo el Quijote estoy leyendo mi propia vida”— y de ejercicio personal de sanación.

Pregunta. ¿Por qué fue distinta la lectura que hizo del Quijote en 2015?

Respuesta. El libro lo ocupó todo, ¿sabes?, no quería hacer otra cosa que leerlo. Y en un cuaderno en el que estaba trabajando en otro proyecto, hice algo que no había hecho en lecturas anteriores: ponerme a tomar notas, sin orden, de manera anárquica. Escribir a mano da más libertad, parece que eres más irresponsable. Entré como en una fase de saturación, en el sentido positivo. Llené dos cuadernos. A lo largo de otros veranos, volvía, hasta el verano pasado, con el temor de que esa intensidad se pudiese desdibujar.

P. El libro está cosido a través de sus recuerdos. De su infancia hasta hoy. Uno de los protagonistas es el niño que usted fue, como si ahora se hubiese activado su memoria remota.

R. A los libros se llega por muchos caminos y toda experiencia es transmitible, pero en mi caso, sí, confluyen la lectura con mi experiencia de la vida.

P. El mundo del Quijote se parece más al mundo de posguerra de su niñez trabajando en el campo que a nuestro presente.

R. El mundo en el que crecí, que era un mundo rural y que ha desaparecido, se cultivaba prácticamente como en el siglo XVI porque la guerra había provocado un enorme retroceso en el campo. Se trabajaba con animales y a brazo. Se segaba con hoz. Recogíamos las hortalizas, las cargábamos en una yegua y las subíamos al mercado donde mi padre tenía un puesto. Hasta la adolescencia, en casa, no tuvimos baño ni agua corriente. Y el mundo manchego en el que se desarrolla la novela y el mundo jienense están muy cercanos.

P. ¿Cuál es hoy su relación vivencial con ese mundo desaparecido?

R. Tú tienes un núcleo de experiencia del que emana todo lo que eres y desde el que miras el mundo. En mi caso ese núcleo es haber transitado de un mundo cerrado, que parecía intemporal y donde parecía que nada podía ser de otro modo, a otro mundo distinto, a un mundo urbano, en el que gracias a los azares y las becas pude hacer el bachillerato, ir a la universidad… Como he vivido el progreso, duele más el retroceso. Porque sé, como sabe la gente de mi generación, que lo que ahora se da por supuesto, antes no existía. Ni Europa, ni la democracia ni el agua corriente. Hay un deber cívico en decirlo, “recuérdalo tú y recuérdalo a los otros”, como decía Cernuda.

Retrato de Antonio Muñoz Molina en su casa de Valencia.

P. ¿De qué núcleo de experiencia emana la mirada de Cervantes, esa mirada que, como consignó Thomas Mann, le permite ver más allá de su época?

R. Después de darle bastantes vueltas, creo que Cervantes acumuló a lo largo de su vida una experiencia personal de una gran riqueza y gran complejidad. Tiene la literatura, porque parece haberlo leído todo, y tiene la experiencia de la vida. La vida ambulante con un padre solo. La Italia de la libertad de costumbres y de la cultura humanística mientras España se está cerrando. Después la experiencia militar de un soldado bisoño que de pronto se ve en la batalla de Lepanto. En tiempos de la pureza de sangre, pasó cinco años de cautiverio en Argel cuando era una ciudad de las más populosas del mundo. Vuelve a España y tiene que empezar otra vida. Es un hombre de su tiempo que ha tenido experiencias completamente distintas a las que han vivido muchos de sus contemporáneos. Su interés por la vida de la gente común es tan exagerado como su sensibilidad literaria.

P. Sigue el rastro de Cervantes como generador de la novela moderna y señala que en España es una obra “que no origina tradición”.

R. Las resonancias son enormes cuando se está creando la novela moderna, desde Diderot a Dickens, de Jane Austen a Flaubert, Twain o Melville, pero ¿dónde están las resonancias aquí? Es como una paradoja borgiana: la obra máxima de la literatura española está allí, pero no tiene resonancias hasta Galdós, que tal vez llegó a él a través de Dickens. El primer ejemplo lo toman panfletistas antiliberales, en tiempos de Fernando VII, para burlarse de la Constitución de 1812: convierten a don Quijote en un liberal enloquecido que, en un momento de necesidad, se limpia el culo con una página de la Constitución. Como habrás visto, tampoco tengo mucha simpatía por Unamuno y Ortega. Lo que han escrito me parece tan superficial. Unamuno, que se supone que es tan listo, está furioso porque no ha escrito el Quijote y no se da cuenta de que es un libro de risa. Y Ortega. “Dios mío, ¿qué es España”, dice Ortega, pero “Dios mío” por qué, ¿por qué está metafísica nacional que es tan funesta? Es tan funesta esa pompa, esa monumentalidad. Covadonga, El Escorial, el Quijote… Quizá de una manera inconsciente, porque no era mi propósito, el libro tiene algo de respuesta a esto.

P. De entre esas resonancias, que conectan a Cervantes con Velázquez o Caravaggio, es la relación con Montaigne la que más destaca. Recuerdo que ya los comparó en el discurso inaugural de la Feria de Fráncfort de 2022.

R. Los dos tienen una curiosidad universal, todo les interesa. Tanto los Ensayos como el Quijote tienen la capacidad de dirigirse al lector con llaneza. Por la naturalidad de la escritura en prosa y por la naturalidad de ponerlo en duda todo, pero no es una lucidez abrasiva, ellos no. Parece que no pierdan la sonrisa. En Cervantes y en Montaigne no encuentras a un autor, como decía Stendhal, encuentras a un ser humano. Sus libros son la destilación de la experiencia de su vida.

P. ¿Cuál es ese destilado en Cervantes?

R. Mira una de las cimas de la novela: el pasaje de los peregrinos mendicantes que piden limosna a Sancho y él descubre que uno de ellos es su vecino Ricote, morisco. Reproduje la cita en una exposición sobre el exilio que hicimos en el Instituto Cervantes de Nueva York. Piensa que lo escribe cuando la expulsión de los moriscos está en marcha. Y representa varias cosas. Es el testimonio de una historia nuestra que ha sido más borrada que la parte judía, un acto de crueldad y de daño autoinfligido. Y luego está el modo de contarlo, por encima de los prejuicios de Sancho y del propio Cervantes. Cervantes no era un progresista del siglo XXI, era un católico castellano del XVI. Pero en la novela la razón narrativa se impone sobre la ideológica. Sancho no escucha a un estereotipo sino a un ser humano, un vecino de un pueblo diminuto: “Soy el tendero de tu lugar”. Es el reconocimiento compasivo de la variedad humana, muestra la humanidad de la novela. Cada persona es un mundo, “hay gente pa to”, como dicen. Tiene el sentido de la tolerancia y de la aceptación de las cosas en un mundo en el que eso era inexistente.

P. ¿Qué hace a Cervantes humanamente útil hoy?

R. La conciencia de la fragilidad del conocimiento y de la facilidad del engaño. ¿Cómo la mente humana se deja engañar tan fácilmente? Cervantes escribe en una época en la que una innovación tecnológica —la imprenta— ha sacudido la comprensión del mundo. Hubo personas tan poseídas por lo escrito que no eran capaces de distinguir lo imaginario de lo real, incapaces de ver lo que tienen delante de los ojos, y eso los lleva al fanatismo. Quijote es buena persona, pero es un fanático. Si la imprenta tuvo esa fuerza para trastornar la imaginación, imagina las tecnologías de ahora. Son tecnologías de intoxicación cognitiva que ha diseñado el capitalismo… La cuestión es si somos capaces de mirar lo real.

P. ¿Qué no vemos ahora?

R. Soy de una generación en la que la ideología tuvo un impacto tremendo desde el final de la adolescencia. Proyectabas tu armazón ideológico sobre la realidad y no querías renunciar a ello. Don Quijote siempre tiene una explicación paranoica. Tú dices, a partir de una información limitada, “esto no es un rebaño de ovejas, esto son dos ejércitos”. Luego la realidad se impone, pero eso no despierta o te despierta a una nueva alucinación. Todavía habrá cosas que hoy no veremos. Cuando yo era joven, los progres no veíamos nuestro propio machismo y estaba delante de nosotros. Y fíjate ahora la cantidad de cosas que la gente elige no ver, el deterioro del medio natural y el cambio climático. Y, claro, luego viene la dana, pero se sigue sin querer ver. Las novelas son una especie de gimnasia cognitiva, la ficción te enseña a mirar la realidad y a mirar la ficción.

“Algo oscurecidas con manchas, con las venas más pronunciadas", así describe Antonio Muñoz Molina las manos con las que releyó la novela de Cervantes. Fotografía tomada en Valencia el 22 de mayo de 2025.

P. “Tomo cada día pastillas blancas que a veces no llego a saber si ayudan a disipar la negrura o la acrecientan”. ¿Escribe este libro estando jodido?

R. La última parte sí.

P. Dice que el Quijote fue para usted “un refugio literal de supervivencia”.

R. Este último año ha sido una época difícil, sufría un proceso depresivo. Pero una gran parte del libro estaba escrita, no avanzaba sobre el vacío. Y, por el oficio de escribir, he desarrollado una capacidad de trabajar casi en cualquier circunstancia. Durante esos meses el Quijote ha sido un refugio y una evasión en el sentido más noble de la palabra porque la lectura y la escritura te sacan de lo peor de ti mismo.

P. ¿Por qué lo cuenta? ¿Podría no haberlo contado?

R. Los libros tienes que hacerlos con la verdad profunda de lo que tú eres. Tú no puedes nadar y guardar la ropa. La manera en la que estaba percibiendo a Cervantes y al Quijote mientras escribía esos capítulos finales estaba muy influida por ese estado de ánimo. Me impulsaba a refugiarme más en la lectura, en las sensaciones y en la memoria. Probablemente esa intensidad con la que aparece el niño que fui no habría sido la misma si no estuviera relacionada con una especie de deseo de supervivencia.

P. En el libro describe sus manos, “algo oscurecidas con manchas, con las venas más pronunciadas”, y reflexiona sobre “el estilo tardío” del Quijote. ¿Cómo se relaciona, como creador, con esa plenitud de Cervantes en la vejez?

R. Me produce admiración y deseo: ojalá fuera yo capaz de encontrar ese estilo tardío, del que habló Edward Said. Hay quien llega a la madurez con un estilo anquilosado y empobrecido. Pero luego está Ticiano, en Desollamiento de Marsias, donde se ven las trazas de los dedos en el lienzo, o el de Beethoven con esa libertad radical de la que habló Said. También hay músicos de jazz que al final de su vida tienen esa soltura que es una especie de abandono. O Leonard Cohen o Bob Dylan en Murder Most Foul. En lugar de llevarte a la solemnidad o a saberlo todo, ellos escriben, pintan o interpretan con una libertad que es una especie de desvergüenza, un arrastrarte, un dejarte llevar. Ojalá encontrase ese estilo tardío ahora.

El verano de Cervantes

Antonio Muñoz Molina
Seix Barral
448 páginas. 22,90 euros

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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