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“No había aire acondicionado, así que había que buscarse la vida”: de las persianas de pleita o alicantinas al toldo verde

Al margen de los aparatos, los materiales tradicionales siguen siendo eficaces para mantener frescas las estancias. Algunos viven un repunte en fachadas protegidas. Otros son todo un símbolo de los barrios obreros

El bar La Cañada se encuentra en el barrio de Campamento, de Madrid, como podría encontrarse en cualquier otro lugar de España.
Jaime Lorite Chinchón

Es verano y la producción de toldos y persianas se encuentra a pleno rendimiento. A falta de aire acondicionado, sea por capacidad económica, dificultades de instalación, caseros indiferentes al bochorno de sus inquilinos o voluntad de ahorro energético, un equipamiento digno bien puede salvar del calor estival, más allá de los socorridos ventiladores, los climatizadores evaporativos y los refrigeradores portátiles conocidos como pingüinos, entre otros. Al ser de quita y pon, la persiana de pleita, un trenzado de esparto crudo, y las persianas alicantinas o de tablilla vuelven además a llevarse en zonas con fachadas protegidas donde no se pueden instalar persianas o toldos más invasivos.

En Ubedíes Artesanía, de Úbeda (Jaén), el espartero Pedro Antonio Blanco dice que la demanda de persianas de pleita puede haber aumentado, pero, en lo que a él respecta, no nota mucha diferencia: tan atareado está que no tiene tiempo de comparar datos, y menos en temporada alta. “Salen muchísimas, las hago a piñón desde hace ya bastantes años”, explica a ICON Design. “Recibimos pedidos de la mitad sur de España, sobre todo de Andalucía. También algunos del norte”. Blanco pertenece a la sexta generación de trabajadores del esparto en su familia y lleva toda la vida viendo hacer alfombras y, en particular, persianas. Coser una persiana de pleita entera de un metro cuadrado, con la trenza ya hecha, estima que puede llevar entre tres y cuatro horas. “No son caras para el trabajo que tienen. El trabajo oculto del artesano es bastante duro, te duelen las manos, te pinchas. Las agujas tienen quince centímetros y están muy afiladas, porque el esparto afila las agujas. Hay pocos destinados a aprender el oficio y trabajar, porque lleva tiempo y porque la gente no quiere unos trabajos que sean tan fuertes”.

Persianas de pleita o esparto en la Casa del Barril de Sevilla, un palacio neomudéjar diseñado por Aníbal González y concluido en 1910.

Si las persianas de pleita siguen teniendo ese empuje, es por su eficacia. “Esto antes lo usaban como aire acondicionado. Si tú espolvoreas agua por dentro, el calor se frena y entra fresquito y un olor a campo que enriquece la estancia. Es otra historia, algo más natural, más nuestro. Es lo que se ha usado toda la vida en Madrid, en Andalucía y en bastantes sitios. No había aire acondicionado, así que había que buscarse la vida con lo que se tenía a mano. Y había esparto”, cuenta Blanco. “Es una gramínea de clima semidesértico y tiene una película de aceite que impide que salga el agua, pero también impide que entre, así que tarda más en pudrir. El esparto es la hoja de la atocha. La Puerta de Atocha se llama así porque es la puerta por donde entraban los carros llenos de esparto a Madrid, para que los artesanos llevasen las cuerdas y los cestos. La estación de Atocha es un espartizal y un atochal. La Virgen de Atocha, según me contaba un historiador, se encontró entre esparto”.

La vida de una persiana de pleita va ligada a la climatología: le sienta peor la humedad que el propio sol. “Depende de muchas cosas, también del uso que le des, de si es un lugar con mucho viento. La humedad del mar es más agresiva”. El oficio tiene varios milenios de antigüedad. Los restos antiguos mejor conservados son los de la Cueva de los Murciélagos, en Granada, donde se encontraron unas sandalias de esparto consideradas el calzado más viejo de Europa, de hace 6.200 años, mientras hay cestos que tienen hasta 9.500. En el yacimiento de Les Coves de Santa Maira, en Alicante, hay fragmentos de 12.500 años de antigüedad. “En la época argárica [2.200-1.500 a.C.] ya había alfombras de pleita, pero no se puede saber a ciencia cierta de cuándo datan las persianas como tal. Igual lo que han encontrado se colgaba de una ventana directamente”, reflexiona el maestro artesano. “Los restos se conservan porque había humedad, pero no oxígeno, así que no se pudrieron. Pero el esparto, al ser una planta, no aguanta tan perfecto como la madera, que puede durar un poco más”.

Las persianas alicantinas de color verde forman parte de la identidad de la Plaza de la Corredera, en Córdoba.

En la localidad de Sax (Alicante), con ahora poco más de 10.000 habitantes, se creó en 1923 la patente de la persiana alicantina. Allí se concentra el 90% de la producción en España del sector de la protección solar. Una de sus empresas es Saxun, que sigue comercializándolas con mucho éxito. “Es una protección solar tradicional, muy utilizada todavía en esta parte del levante y gran parte de España, porque aporta ventilación y protege de la incidencia del sol”, dice Asunción Juan Amat, del departamento de comunicación de Saxun. La empresa es marca fundadora de AESSO (Asociación Española de Empresas de Sombreado y Control Solar Dinámico), desde la que, según indica, buscan “que las soluciones de protección solar se incluyan en la prescripción de los edificios desde un primer momento, teniendo en cuenta la orientación y las olas de calor”.

“Hay un movimiento de arquitectura saludable que está promoviendo que se piense más en ello”. Además de como alternativa sostenible al aire acondicionado ante el avance del calentamiento global, Amat explica que estas persianas siguen teniendo una demanda importante también por criterios estéticos. Saxun aportó nueve persianas alicantinas al proyecto Azalea, de la Universidad Politécnica de Valencia, primer premio en innovación y tercero en arquitectura en la edición de 2022 de Solar Decathlon Europe. “Al ser una casa tradicional, eso implicaba también un sistema de ventilación natural y confiaron en las alicantinas, que protegían perfectamente del sol. Por lo tanto, desde la universidad se sigue pensando en este tipo de soluciones como válidas para la protección solar”, dice la portavoz.

Cerramientos parciales o totales, tendederos o incluso verjas, un crisol de preferencias vecinales en una única fachada.

La España de los toldos verdes

El arquitecto-investigador Pablo Arboleda y el fotógrafo Kike Carvajal, autores de Toldo verde: Postales de otro patrimonio (Ediciones Asimétricas, 2024), no están interesados “en la literalidad del toldo verde”, como recalcan desde el principio de la entrevista. Lo deja claro su libro, recopilación de imágenes y textos que combina estampas urbanas de edificios de Madrid –que, al no indicarse ubicación exacta, podrían ser parte de cualquier barrio de España, de tan difícil que resulta distinguirlos– con piezas escritas que alternan el costumbrismo de Arboleda y un ejercicio de recorrido histórico por parte de Carvajal. El toldo verde es la metonimia de esos lugares conquistados por la enorme cantidad de familias trabajadoras migrantes que lucharon por unas condiciones de vida dignas en la ciudad.

“Llegó muchísima gente del mundo rural y se asentaron en chabolas. El régimen franquista, ante la vergüenza de esas chabolas, decidió empezar a edificar primero mediante planes de urgencia social, donde los edificios eran baratos, y luego ya generando lo que sería la nueva aristocracia de este país, las constructoras”, explica Carvajal. “Lo que quería ligar era ese principio de la construcción con lo que somos ahora. Cómo empieza la Transición española a partir del tardofranquismo y de esa construcción masiva de edificios, con grandes constructoras que están todas muy relacionadas con el régimen. El señor este que da premios a Milei cuando viene es el que tiene Seguros España S.A. [Jesús Huerta de Soto] y está casado con la heredera de Huarte, la familia del Opus Dei que montó la Cruz de los Caídos. Hay una línea hasta nuestros días de quién tiene el poder, que te permite ver que no es Pedro Sánchez quien gobierna en este país, sino Florentino Pérez”.

En 2017, Pablo Arboleda creó Amigos del Toldo Verde, página de Facebook que, en su descripción, defendía posicionar al toldo verde “como símbolo de significación identitaria y, por ende, patrimonial. Porque patrimonio es lo que somos, no lo que queremos ser”. “La noción es un juego, una provocación, pero si el patrimonio es de todos y La Alhambra es de todos, también lo son las calles y los barrios donde vivimos”, explica Arboleda. “El patrimonio clásico tiende a resaltar la singularidad de las cosas, pero lo que nos representa es lo que hacemos por abundancia, no por exclusividad. Si yo soy un tío que 364 días al año estoy bebiendo cerveza en mi casa y un día salgo a hacer surf, ¿qué soy? ¿Un surfero o un borracho?”.

Fachadas de toldo verde conviven con los negocios de la nueva migración, en sintonía con el carácter mestizo de barrios erigidos por y para gente de todos los lugares.

“Mucha gente de repente ve su calle en el libro y se siente súper orgullosa”, abunda el escritor. “Ven que por fin salen en algo, que por fin pertenecen a esta historia. No hay mejor ejemplo de algo inclusivo”. La fotografía callejera de Kike Carvajal monumentaliza las calles, presentándola sin gente, al estilo de la fotografía arquitectónica o de esas postales idílicas donde se ven lugares importantes que tienen todo el protagonismo, sin nadie alrededor. “A veces, Kike se paraba en una esquina cualquiera para hacer fotos y la gente se quedaba mirando al sitio, como diciendo: ¿qué habrá aquí? ¿Cuál es el interés? Una señora comprando el pan ve a un tipo con una cámara profesional en un sitio por el que jamás ha paseado nadie para hacer fotos”.

El encuentro de ICON Design con los autores tiene lugar en un bar cercano al Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde horas después participarán en un coloquio sobre el cortometraje Arquitectura emocional 1959 (2022), de León Siminiani. La pieza audiovisual comparte con el libro un elemento común, el rastreo de experiencias personales y vitales únicas en espacios que, a ojos de otro, podrían resultar anodinos. Por ejemplo, Arboleda, en una página de Toldo verde, imagina la historia que pudo haber tras una pintada que reza: “Tú y yo y unas salchipapas, piénsatelo”.

“Yo no estoy reivindicando necesariamente el toldo verde, pero es mejor de lo que había ahí hace sesenta años”, profundiza el arquitecto. “Es un salto brutal en dignificación para gente que venía de muy malas situaciones. Tener un toldo verde era un salto de calidad brutal”. Para Kike Carvajal, es en ese salto donde se gesta nuestra democracia. “Son barrios que están en medio de descampados, no tienen nada más que una carreterita pequeña con un tráfico infernal para llegar al lugar de trabajo. Entonces, las amas de casa empiezan a generar un movimiento para que existan guarderías, colegios o centros de salud. Eso se consigue gracias a los vecinos, en una época en la que no había asociacionismo. Se van juntando los típicos curas rojos que intentan ayudar a la población, los sindicatos antiguos, UGT, Comisiones Obreras, los partidos políticos que estaban prohibidos…”, relata el fotógrafo.

La puesta en marcha de áreas deportivas fue una de las reclamaciones y conquistas de los movimientos vecinales y de amas de casa instalados en el entonces extrarradio.

“Y esa historia llega hasta hoy”, retoma su compañero. “La vida en común no ha pasado de moda. Puede que la consideración de lucha vecinal se haya perdido, pero la gente se sigue movilizando. Mira el Espacio Delicias, ¡que nos lo están robando! O movimientos porque entre las ocho y las nueve de la mañana no pasen coches por una calle donde hay niños. En la última reunión de vecinos estábamos debatiendo si prohibíamos los pisos turísticos, ahí hay un movimiento comunal. El toldo verde es el espacio urbano donde eso se gesta en un primer lugar y, a fuerza de tener que vivir en comunidad, se sigue gestando”.

¿Y por qué el toldo verde es la opción aparentemente ganadora en las calles de España, más allá de la inercia de la homogeneidad que obliga a seguir instalándolo? En el epílogo del libro, Arboleda y Carvajal visitan a Vicente Pacheco, gerente de Toldos Pacheco, en Tomelloso, que gestiona también un Museo del Toldo con su colección personal. Según Pacheco, “un toldo naranja filtra al interior una luz rabiosamente cálida que pudiera resultar desagradable, mientras que los toldos azules y verdes inundan las estancias con una sensación de frescor”. El toldero calcula que se despachan 100.000 metros cuadrados de lona verde al año en España. Buena sombra a la que cobijarse a ciertas horas.

Toldos y persianas evitan el sol mientras tendederos improvisados en los balcones lo aprovechan.

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Sobre la firma

Jaime Lorite Chinchón
Colaborador de ICON desde 2019. Periodista cultural, también ha escrito para la sección de Cultura, El País Semanal, la revista Fotogramas o Ctxt. Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, también cursó Crítica Cinematográfica en la Escuela de Escritores y el Máster de Periodismo UAM-El País.
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