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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alegato por la convivencia

El Rey alerta del hartazgo que la continua gresca partidista produce en la ciudadanía y del peligro que eso supone para la democracia

Consciente de que España lleva demasiado tiempo atravesada por una feroz polarización política, el rey Felipe VI dedicó ayer casi de forma monográfica su tradicional discurso de Nochebuena a una cerrada defensa de la convivencia como base de nuestra vida democrática. “Todos debemos hacer del cuidado de la convivencia nuestra labor diaria”, recalcó el Monarca. El cuestionamiento de los principios que cimentan el Estado de derecho se ha convertido en todo Occidente en una amenaza real. Cuando el multilateralismo y el orden mundial basado en reglas compartidas viven su peor trance desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las democracias afrontan “una inquietante crisis de confianza”, en acertada definición del Rey. De ella derivan la erosión de la credibilidad de las instituciones y una desafección hacia el sistema democrático que resulta cada vez más preocupante. También en España.

Hace 50 años, los españoles recuperamos las libertades tras la muerte del dictador. Comenzó una Transición no exenta de dudas y diferencias, pero que supuso un ejercicio de responsabilidad y diálogo por parte de toda la sociedad y de sus representantes. Esa apelación al diálogo permeó todo el discurso de Felipe VI, el más corto de los 12 que ha dirigido a los españoles como jefe del Estado con motivo de las fiestas navideñas, pero uno de los más inequívocamente políticos.

Son muchos y complejos los desafíos que España afronta como la democracia avanzada que es. No caben respuestas fáciles, pero la peor forma de afrontarlos es sin duda la polarización en bloques ideológicos, que está degenerando peligrosamente en la deslegitimación del contrario. A partir de las muy medidas pero muy claras palabras de Felipe VI, resulta imposible no contraponer el día a día de la política actual con el esfuerzo colectivo por el bien común que tuvo en la Constitución de 1978 su mejor fruto, no como ídolo intocable al que rendir culto sino como la norma que dio paso al periodo más próspero y pacífico de la historia de España.

Hace medio siglo, una generación de políticos y ciudadanos de muy distintas ideologías tuvieron el “coraje de avanzar sin garantías, pero unidos” en un tiempo marcado por la inestabilidad social y económica y el recuerdo de una guerra fratricida. Hoy, con una democracia cuya consolidación nadie puede cuestionar, los ciudadanos, como dijo el Rey, “perciben que la tensión en el debate público provoca hastío, desencanto y desafección”.

Hace 40 años, en el mismo Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid que el Monarca eligió ayer para dirigirse a los ciudadanos, España firmaba su adhesión a las Comunidades Europeas. Hoy Europa vive momentos de tensión y amenaza, pero sus principios y valores siguen siendo los nuestros frente a “los extremismos, los radicalismos y populismos”, frente a “la desinformación, las desigualdades, el desencanto con el presente y las dudas sobre cómo abordar el futuro”.

De pie por vez primera en sus 12 discursos, Felipe VI recordó algunos de los principales problemas que marcan la existencia cotidiana de los españoles, como el coste de la vida, el acceso de los jóvenes a la vivienda, la crisis climática o la incertidumbre laboral que genera la revolución tecnológica. El Rey no dijo qué medidas concretas tomar para solucionarlos, algo inconcebible en una Monarquía parlamentaria y que vulneraría su papel constitucional, pero insistió en que las soluciones necesitan “el compromiso de todos”, el “respeto en el lenguaje” y escuchar las opiniones ajenas. A nadie se le escapa, tampoco al Monarca, que la política española vive un visceral choque de argumentarios que, lejos de promover los acuerdos básicos, los vuelve imposibles.

Cada año, cuando termina el discurso del Rey, los portavoces de los partidos acostumbran a interpretar que las palabras del jefe del Estado les dan la razón a ellos y se la quitan a sus contrincantes. Contra esa tendencia a convertir un alegato por la concordia en una nueva disputa —esa estéril versión navideña del famoso “y tú más”—, Felipe VI fue claro al pedir que, “sin mirar a nadie, sin buscar responsabilidades ajenas”, todos nos preguntemos qué podemos hacer para fortalecer la convivencia. Pensar que la irreflexiva refriega política a la que asistimos cada semana en el Parlamento y cada día en las redes sociales no va a calar en la ciudadanía es tan ingenuo como imprudente. Si la tensión conduce al hastío, perseverar en ella por mero cálculo partidista aboca a la desafección hacia el sistema, pero también socava la cohesión social.

Como advirtió el Rey, “la convivencia no es un legado imperecedero. No basta con haberlo recibido: es una construcción frágil”. Para que la sociedad no pierda la confianza en las instituciones resulta imprescindible la “especial ejemplaridad en el desempeño del conjunto de los poderes públicos”. También en el uso respetuoso de las palabras. Sin ese respeto no hay diálogo ni democracia posibles.

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