Pérdida de protagonismo exterior
España ve empequeñecido su papel en la UE y la OTAN, y es necesario recuperar terreno en Latinoamérica


España no formó parte de la reacción de los grandes países de la UE, más el Reino Unido y la OTAN, para evitar que Donald Trump impusiera una paz humillante al presidente de Ucrania en la Casa Blanca. Ni siquiera participó en la videoconferencia previa de preparación. El contraste es mayúsculo con la situación hace apenas dos años, cuando el Gobierno español parecía formar parte del núcleo duro de la toma de decisiones colectivas del continente. Más allá de una imagen, la pérdida de protagonismo internacional de España es real y se ha producido de forma gradual por una confluencia de factores.
La desaparición de la escena alrededor de Ucrania está directamente relacionada con la resistencia del Gobierno español a aumentar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB, como exigía de manera absurda y autoritaria Donald Trump. Poco a poco se revela que esa postura, aunque bien razonada, fue interpretada como un desafío y puede tener costes ocultos. España se quedó sola por no firmar un compromiso genérico y sin plazos realistas. Países con las mismas dudas firmaron con la única intención de capear el temporal de Trump a corto plazo, es decir, hacer diplomacia. España decidió señalarse.
Esta posición en la OTAN coincide con un entorno cada vez más hostil en una UE escorada a la derecha. El Gobierno de Pedro Sánchez carece de aliados ideológicos para influir en la toma de decisiones. Se ha dado contra un muro en su intento de que las lenguas cooficiales españolas sean aceptadas en Bruselas, un movimiento con claves de política interna demasiado evidentes. Los servicios jurídicos de la Comisión han criticado la justificación de la ley de amnistía. Su oposición a la opa del BBVA sobre el Sabadell le ha valido una apertura de procedimiento de infracción. No es ajeno a esta pérdida de relevancia la actitud del PP en Bruselas, que confunde la crítica con el boicot y pone el electoralismo por delante de los intereses de España.
En Latinoamérica se han visto enrarecidas sus relaciones con países imprescindibles para España. Aunque con alguna excepción, se advierte una pérdida de peso general y resulta del todo una anomalía que el Rey aún no pueda visitar México. Urge que la diplomacia española y la mexicana lleguen a una normalización. Para ello es necesario que desde México se abandonen maximalismos y desde la Península prime la comprensión de lo que se siente en América y, más allá de los miedos políticos domésticos, se superen los tabúes que impiden algo tan humano como pedir perdón.
Quizá en ningún otro asunto sea tan evidente la incapacidad de España para condicionar el debate como aquellos temas en los que está en el lado correcto, como la inmigración. La postura basada en un enfoque de derechos humanos y no punitivo solo tendrá relevancia si forma parte de la conversación y se participa activamente en la toma de las grandes decisiones. Igualmente, el enfoque progresista hizo que Pedro Sánchez fuera el primer líder de la UE que, tras mostrar su apoyo a Israel, empezó a advertir de los excesos y la falta de objetivos claros de la brutal campaña militar en Gaza. Hoy, ese empieza a ser el consenso europeo, incluso en Alemania. La coherencia para señalar la barbarie desde el principio figura entre lo más destacado de la hoja de servicios exterior de este Gobierno.
La llegada de Pedro Sánchez, el primer presidente del Gobierno que habla inglés fluido, llevó a España al mayor nivel de influencia en Europa en los últimos 20 años. Los frutos están ahí con españoles presidiendo el Banco Europeo de Inversiones y el Banco de Pagos Internacionales o con la poderosa vicepresidencia de Competencia de la UE. Sánchez ha sabido mantener una buena relación con resultados prácticos con una Comisión Europea conservadora y gobiernos de signo contrario. El tacticismo de la política interna no puede poner en riesgo ese estatus. Es responsabilidad de Sánchez rehabilitarlo y protegerlo antes de que se deteriore más.
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