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TRIBUNA
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El dilema de Vox entre latinos e independentistas

Los ultras no se ponen de acuerdo sobre cuál es la supuesta comunidad nacional que dicen querer preservar

Santiago Abascal, en un acto de Vox en Arrecife (Lanzarote) en diciembre de 2020.
Estefanía Molina

Pongamos que Vox saliese en defensa del nacionalismo catalán. Algo parecido ocurrió hace unos días. Una heladería argentina de Barcelona fue vandalizada después de que un consejero de distrito de ERC acusase a un dependiente de haber discriminado a una clienta por hablar en catalán. La polémica acabó estallando en las redes sociales: un joven latinoamericano, visiblemente harto, pidió que se les deje de molestar con el idioma, porque en breve ellos serán mayoría frente a los autóctonos. Sus palabras fueron replicadas por el diputado de Vox Carlos Hernández Quero, quien lo acusó de hacer “apología de la sustitución demográfica”. El mensaje de Quero, aplaudido por ciertos tuiteros independentistas, desapareció misteriosamente al cabo de un rato, y el muchacho latino también se disculpó.

Así que la polémica podría haber quedado en un encontronazo cargado de bilis, si no fuese por la enorme carga política que hay detrás. La teoría del “gran reemplazo”, según la cual los migrantes acabarán sustituyendo a la población europea, es un pilar del nativismo blanco que promueve la extrema derecha en Europa. El problema para Vox es que esa retórica tan macabra se le ha vuelto en contra como un bumerán.

Primero, varios jóvenes usuarios de las redes, muy influyentes en la ultraderecha, abrieron rápidamente un debate que lleva ya más de una semana candente: ¿a quién deberían apoyar los “fachas”?, como ellos mismos se hacen llamar. Algunos sostienen que a los catalanes, incluso independentistas, porque son españoles de cuna, y consideran que su cultura es “de aquí”, aunque quieran separarse de España. Otros defienden a los latinos, porque representan la idea de hispanidad, los lazos culturales y religiosos, o la evocación romántica del antiguo Imperio español. El dilema, en definitiva, es escoger entre discriminar por el color de la piel o por el idioma.

En consecuencia, la ultraderecha dejará decepción si llega a La Moncloa: sus adeptos no se ponen de acuerdo sobre cuál es esa supuesta comunidad nacional que dicen querer preservar. España es un caso peculiar, donde varias identidades se yuxtaponen y a veces, se repelen: no existe una idea de nación homogénea, por lo que resulta difícil para la ultraderecha delimitar tanto ese “nosotros” como el “ellos”. En cambio, en otros países de la Unión Europa donde los reaccionarios están fuertes —Hungría, Polonia, Alemania— tiende a haber una única identidad mayoritaria, salvo en casos donde existe alguna reivindicación nacionalista concreta —como en Francia o Italia—.

En segundo lugar, la discusión no es solo de tuiteros, sino que habita en el propio Vox. Su exlíder en Castilla y León, Juan García Gallardo, inauguró una especie de ultraderecha con sensibilidad plurinacional al reivindicar la diversidad lingüística como algo propio de España. Siendo honestos: Vox defiende suprimir el Estado autonómico, de forma que en ausencia de autogobierno, los catalanes se limitarían a gestos folclóricos —bailes y cantes—, no a ejercer competencias.

Sin embargo, Gallardo ha acabado destapando con varios de sus mensajes otra brecha: tampoco se ponen de acuerdo sobre de qué comunidad nos quieren presuntamente defender. Una parte de los jóvenes ultraderechistas no desea ningún tipo de inmigración: ni magrebí ni tampoco latina. En cambio, en Vox habitan otras almas. Su eurodiputado Hermann Tertsch defendió el potencial de la hispanidad: fíjense que la mayoría de los discursos de Santiago Abascal utilizan como chivo expiatorio a los africanos o a los musulmanes, pero no a la comunidad latinoamericana. A algunos votantes de Vox pronto no solo les sabrá a poco el Partido Popular, sino también Abascal.

La doble moral de los populares y de Vox hace tiempo que es notoria: aunque critiquen las políticas migratorias de Pedro Sánchez, hasta ellos asumen la llegada de personas de otros lugares o tratan de sacar rédito electoral. No hay más que ver las giras de Isabel Díaz Ayuso por países del hemisferio sur y sus actos celebrando la cultura latinoamericana para entrar en ese caladero de voto.

Y tercero, a Vox en Cataluña ya le está pasando factura tanta contradicción: la ultraderecha periférica se mueve por lógicas distintas a las de la dirección nacional del partido ultra. Los nacionalismos catalán y vasco se dicen agraviados por la pérdida de sus lenguas o de sus reivindicadas identidades. No casualmente, los votantes del PNV se muestran, según el CIS de marzo, más preocupados por la inmigración que los de Vox. Por eso, quien más sale ganando con el suceso de la heladería es Aliança Catalana: rechaza a cualquier inmigrante que cuestione su supuesta idea de nación catalana. Para ciertos catalanes de segunda generación, ese “otro” quizás sea ahora el último en llegar, aunque tal vez lo fue su propia familia una vez.

En definitiva, Vox va contra los independentistas y los migrantes pero hay dudas sobre a quién repudia más. Tal vez eso explique por qué alguno de sus diputados en el Parlament unos días ataca la lengua catalana y otros se muestra hablándola a la perfección, no sea que su base social resulte más compleja de lo que intentan vender. Ni siquiera la ultraderecha puede escapar ya a la diversidad identitaria y territorial de nuestro país.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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