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‘Operación Casa Blanca’: cómo los líderes europeos arroparon a Zelenski frente a Trump e intentaron colarse en las negociaciones

La cuidada coreografía europea buscaba frenar el compadreo de EE UU con Putin visto en Alaska y aumentar la presión sobre Moscú para que acepte negociar con Ucrania

Trump y Zelensky
Silvia Ayuso

A Donald Trump le gusta que le digan lo bien que lo hace todo. Así que no es de extrañar que, al comienzo de la cumbre sobre Ucrania del lunes, se vanagloriara de ser el presidente que más líderes ha recibido de una sola vez en la Casa Blanca. Eran tantos los europeos llegados para hablar con él sobre la guerra en Ucrania que tuvieron que reunirse fuera del Despacho Oval. La satisfacción del mandatario estadounidense por ese récord fue un primer indicio de que la estrategia europea de acudir en masa a acompañar al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en su segunda y muy sensible visita al republicano en menos de seis meses, podía salir todo lo bien que cabe esperar ante un mandatario tan imprevisible como Trump. Aunque los resultados no estaban garantizados.

“Fue una conversación entre amigos, entre aliados estrechos que se respetan y se gustan y se conocen muy bien”, aseguraba tras las más de seis horas de reuniones a la cadena Fox News —una de las más afines a Trump— uno de los participantes, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte.

El holandés es uno de los mayores defensores de Trump en una Europa que sigue mirando con mucho recelo a un presidente que ha demostrado una y otra vez su desdén. Pese a que ha sido objeto de críticas y mofas por sus sonrojantes elogios al magnate republicano, sobre todo durante la cumbre de la Alianza Atlántica en junio en la que se aprobó el aumento del gasto militar al 5% del PIB, Rutte no ha cejado en su estrategia.

Tampoco el lunes escatimó en halagos —como los demás invitados— a la gestión del estadounidense, al que calificó de “pacificador pragmático” (el magnate ansía el Nobel de la Paz) sin el cual no se habría podido destrabar el “punto muerto” en el que estaban las negociaciones para buscar una solución pacífica a la guerra de Rusia en Ucrania.

“Es profundamente inquietante que cuestiones como la guerra y la paz, la democracia y la autocracia dependan de halagar y adular el frágil ego del voluble y egocéntrico Trump”, lamentaba en redes sociales Kenneth Roth, antiguo director ejecutivo de Human Rights Watch.

Pero esa era precisamente la estrategia. Tras los primeros meses del nuevo mandato de Trump en los que la UE ha chocado una y otra vez ante las exigencias de Washington, los líderes europeos y sus aliados parecen haber aprendido que lo mejor para lidiar con Trump es, ante todo, prepararse bien. Especialmente ante un presidente que hace de cada comparecencia un show televisivo, como sucedió el lunes ante unos nerviosos europeos que llegaron sin saber cómo y cuándo les enfocarían las cámaras (mucho rato), siempre a la mayor gloria de Trump. Y segundo, que también es conveniente endulzar con elogios los mensajes que realmente quieren que calen en el estadounidense.

La reunión previa de Trump con Putin en Alaska el viernes había disparado (más aún) las alarmas en las capitales europeas. El estadounidense no solo no logró ni una sola concesión del presidente ruso. Putin, que fue recibido con todos los honores, alfombra roja incluida, enterró en Anchorage el aislamiento occidental y consiguió que Trump dejara de amenazarle con sanciones y volviera a asumir ampliamente la narrativa del Kremlin, incluida la idea de que no es necesario un alto el fuego para iniciar las negociaciones de paz y que Ucrania debe ceder vastos territorios a Rusia.

La UE y sus aliados, sobre todo Londres, lo tenían claro: había que contrarrestar lo antes posible esa situación y convencer a Trump de que Putin no es el socio fiable para hacer negocios (ni pactos) que cree.

Si hay algo que han aprendido los europeos es que Trump suele quedarse con la copla del último que le susurra al oído. Así que cuando Trump invitó a Zelenski a la Casa Blanca, varios mandatarios europeos aceptaron de inmediato la propuesta de Kiev de que los acompañara, temeroso el ucranio —y también los europeos— de que la Administración estadounidense volviera a tenderle una trampa como hizo en febrero, cuando prácticamente fue echado de la Casa Blanca tras recibir una bronca monumental de Trump y su vicepresidente, J. D. Vance, que esta vez mantuvo un discreto segundo plano.

La lista de acompañantes —los líderes de Alemania, Francia, Italia, Finlandia y el Reino Unido, así como Rutte y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen— no era casual. Más allá de su peso, todos cumplen una característica clave: son, como los llama Matthias Matthijs, del Council on Foreign Relations, susurradores de Trump, líderes que han lidiado ya en varias ocasiones con el republicano y saben cómo torearlo y cortejarlo: desde los halagos desacomplejados de Rutte o las partidas de golf del presidente finlandés, Alexander Stubb, a la complicidad manifiesta de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que mantiene una buena relación con Trump desde incluso antes de ser primera ministra y a la que el estadounidense calificó el lunes de nuevo como “una gran líder” y “una fuente de inspiración”.

Los preparativos fueron intensos durante el fin de semana —Zelenski viajó a Londres y Bruselas antes de despegar rumbo a Washington— y duraron hasta el último momento antes de la cita en la Casa Blanca el lunes. Los europeos y un trajeado Zelenski (en vez de la ropa militar que tanto había disgustado a Trump en febrero) acordaron una cuidada coreografía: halagos iniciales, seguidos de puntos importantes para Kiev y Europa de cara a las negociaciones.

Sorprendió la insistencia en una cuestión grave pero no necesariamente estratégica: los niños ucranios secuestrados por Rusia. Un tema en el que se hizo hincapié no solo por lo dramático de la situación, sino porque es una cuestión emocional que busca desenmascarar el carácter depredador de Putin que visiblemente ha logrado esconder ante Trump. De ahí que también Zelenski incidiera en esta cuestión, entregándole al presidente una carta de su esposa destinada a la primera dama, Melania Trump, que a su vez había escrito a Putin diciéndole que “es hora” de proteger “la inocencia de los niños”. El instante sirvió además para crear un muy buscado momento de complicidad entre ambos mandatarios.

“Los europeos prepararon sus intervenciones con antelación para no ser repetitivos y tocar las teclas adecuadas ante Trump”, resumía el exembajador francés en Washington Gérard Araud en X. Para el experto en Rusia del European Council of Foreign Relations Kirill Shamiev, el formato elegido por los europeos fue “una buena idea, y la correcta”.

Más allá de los mensajes enviados, el viaje fue “un intento de averiguar qué piensa de verdad Trump sobre el proceso de paz y Rusia”, analiza por correo electrónico Shamiev, para el que está por ver, sin embargo, qué sale de todo ello. De hecho, Washington ya se ha encargado de rebajar las expectativas europeas y ucranias respecto a las afirmaciones que les hizo Trump sobre su participación en las garantías de seguridad. En este sentido, advierte, “el viaje solo abordó las consecuencias de la irrelevancia estratégica de Europa, no el problema en sí mismo. Europa debería convertirse en una potencia militar”, subraya.

La reacción de Moscú, que vuelve a arrastrar los pies ante la perspectiva de un cara a cara entre Putin y Zelenski, y las declaraciones del ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, acusando a los europeos de intentar influir “torpemente” en Trump parecen demostrar que alguna tecla sí se tocó bien en Washington. Aunque siga sin haber garantías de que vaya a sonar la flauta.

Con información de Macarena Vidal Liy en Washington, Lorena Pacho en Roma y Almudena de Cabo en Berlín.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.
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