Defender el Báltico es defender Europa
El despliegue militar de Alemania en la frontera báltica con Rusia indica que se dispone, por fin, a tomar las riendas de la seguridad europea y a confirmar las palabras con hechos


Fue un momento histórico cuando el canciller alemán, Friedrich Merz, recién elegido, llegó a Lituania el 22 de mayo de 2025 y subrayó el primer despliegue permanente de tropas de la República Federal en el extranjero desde la Segunda Guerra Mundial, si bien bajo los auspicios de la OTAN. “Debemos hacer todo lo posible” por reafirmar la disuasión y la defensa de Europa, “para que nunca” tengamos que utilizar nuestras armas y nuestro personal con el fin de “defendernos”, afirmó Merz en Vilna, durante la ceremonia que conmemoraba la creación de la 45ª Brigada Blindada Litauen de Alemania.
Frente al “revisionismo agresivo de Rusia”, Merz hizo un llamamiento a los demás miembros europeos de la OTAN a que sigan su ejemplo e incrementen drásticamente los esfuerzos para reforzar su capacidad militar. Porque la actuación de Rusia en Ucrania, derivada del empeño de Putin en redibujar el mapa de Europa para que esté en consonancia con lo que considera la esfera de influencia “legítima” de Rusia, crea graves peligros para la seguridad de todo el continente. Rusia, proclamó Merz rotundamente, “es una amenaza para todos nosotros”.
Por consiguiente, la seguridad del Báltico y la seguridad de Alemania son la misma cosa. “Proteger Vilna es proteger Berlín”. Alemania, “junto con sus socios”, defenderá “cada centímetro” del territorio de la Alianza, insistió Boris Pistorius, el ministro de Defensa socialdemócrata, que acompañó a Merz en su histórico viaje.
Estas palabras hacen pensar que Alemania se dispone, por fin, a tomar las riendas de la seguridad europea y que va a confirmar sus palabras con hechos. Todo indica que el Báltico será la prueba de fuego de este cambio político histórico. No es por casualidad que el presidente de Finlandia, Alexander Stubb, estuviera presente en la visita que los líderes de Ucrania, la OTAN y las mayores economías de Europa hicieron a la Casa Blanca a explicarle a Donald Trump la amenaza rusa para la seguridad del continente.
Los Estados del Báltico siempre han estado en el punto de mira del Kremlin, y no solo porque sean relativamente pequeños y vulnerables desde el punto de vista geoestratégico, sino también porque formaban parte del Imperio zarista hasta 1917 (aunque Lituania fue durante siglos una potencia formidable, un gran ducado que mantuvo una unión dinástica con Polonia hasta que desapreció del mapa, tras la partición de 1795). Después del pacto de 1939 entre Hitler y Stalin, la Unión Soviética se anexionó en 1940 Estonia, Letonia y Lituania, que eran independientes. Y, desde que recuperaron la independencia en agosto de 1991, Tallin, Riga y Vilna viven sometidas a la presión constante de Moscú. Han sufrido desde campañas de propaganda, desinformación y acusaciones públicas hasta ciberataques, operaciones encubiertas de espionaje y exhibiciones descaradas de fuerza militar en todo el flanco noroeste de Rusia, desde Kaliningrado hasta Kola.
La remilitarización rusa después de que terminara la Guerra Fría ha ido acompañada de impresionantes demostraciones de material militar en desfiles navales celebrados en San Petersburgo y maniobras a gran escala en mar, tierra y aire. Rusia también ha exhibido su preparación mediante incursiones aéreas constantes y, en los últimos tiempos, el uso de buques de guerra y aviones de combate para proteger su flota fantasma.
Después de que Rusia invadiera Ucrania en febrero de 2022, la guerra latente pero constante del Kremlin en el Báltico —no lineal e híbrida— se ha intensificado y diversificado. Además de instrumentalizar sin cesar los derechos de las minorías rusas y la política migratoria y de fronteras, todo señala que Rusia es responsable de más de una docena de incidentes de sabotaje contra infraestructuras energéticas y de comunicaciones de importancia vital en por lo menos dos Estados ribereños de la parte occidental del mar Báltico (es decir, Polonia, Alemania, Dinamarca, Suecia, Finlandia y las tres repúblicas bálticas).
Por eso la OTAN permanece en estado de máxima alerta, sobre todo desde que Finlandia y Suecia se incorporaron a la Alianza, en 2023 y 2024. La OTAN, como cualquier observador atento, considera que el Báltico se está consolidando como escenario de guerra rusa en “zona gris” y en varios planos.
La nueva Brigada Litauen o Panzerbrigade 45 alemana estará plenamente operativa en 2027-2028. Supondrá estacionar en territorio extranjero a 4.800 soldados y 200 civiles y a sus familias. El Gobierno de Vilna se ha comprometido a construir las viviendas y las infraestructuras necesarias. Junto a estas tropas alemanas se desplegará una unidad de combate multinacional y ampliada de la OTAN. Esta unidad de combate, también bajo mando alemán, llegó por primera vez a Lituania en 2017. Con 1.700 soldados de la Bundeswehr, estos dos despliegues hacen que Alemania sea el país con mayor presencia militar en la región, muy superior al número de estadounidenses en Polonia, canadienses en Letonia y británicos en Estonia. El Báltico llevaba mucho tiempo esperándolo. Durante los 13 años posteriores a su adhesión a la OTAN en 2004, el único contacto que tenían los bálticos con las fuerzas armadas aliadas se producía durante las maniobras militares o la Misión de Policía Aérea del Báltico de la Alianza.
Lituania, el más meridional de los tres pequeños Estados bálticos, es el más expuesto. Comparte frontera marítima y terrestre con el enclave supermilitarizado de Rusia en Kaliningrado, que alberga un volumen considerable de fuerzas de combate rusas, la Flota del Báltico y misiles móviles Iskander con capacidad nuclear. Por el sureste, Lituania limita con Bielorrusia, firme aliado de Moscú. Además, está situado sobre el muy vulnerable corredor de Suwalki.
En vista del aislacionismo errático de Trump, que suscita graves interrogantes sobre las probabilidades de que Estados Unidos vaya a seguir respetando la cláusula de defensa mutua de la OTAN (artículo 5), Lituania ha hecho un gran esfuerzo para apuntalar sus flancos vulnerables. En enero de este año, su Consejo de Defensa decidió aumentar el presupuesto del sector del 3,0% al 5,5 % del PIB anualmente entre 2026 y 2030.
Además, Lituania, Letonia y Estonia (así como Finlandia y Polonia) se han retirado del Tratado de Ottawa, que prohíbe las minas antipersonales. El propósito de esta decisión es preparar el terreno para levantar una “línea de defensa báltica” de los tres Estados en toda la frontera con Rusia (más Kaliningrado) y Bielorrusia, compuesta por unos 600 búnkeres, de dientes de dragón, erizos antitanques y alambradas, que está ya en construcción.
El refuerzo del compromiso de Alemania respecto a Lituania se produce después del de otros elementos de cooperación reforzada en materia de defensa; entre ellos, la adquisición conjunta de sistemas de defensa aérea IRIS-T de medio alcance alemanes por parte de Estonia y Letonia. Este sistema futuro de protección común se ha denominado “el Escudo de Livonia”, en homenaje a la confederación medieval creada por los Caballeros Teutónicos de Livonia en el territorio actual de estos dos Estados bálticos.
No obstante, los tres Estados bálticos querrían que Alemania desempeñara un papel todavía más importante en su defensa. Son conscientes de la posición geopolítica fundamental que ocupa Alemania en el corazón de Europa, su poderosa industria armamentística y el enorme volumen de su economía. Y, sobre todo, de los vínculos históricos de Alemania con la región, unos lazos muy antiguos y apreciados que sirven además para demostrar la pertenencia de las naciones bálticas a la esfera política y cultural de Europa occidental.
Sin embargo, sigue habiendo recelos. En el caso de los bálticos, esos recelos derivan de la frustración por el tibio apoyo de Alemania durante los últimos 30 años, en los que Berlín estuvo obsesionado por mejorar las relaciones con Moscú. También del recuerdo de la brutal ocupación nazi, que llegó después de la de las antiguas élites aristocráticas. En el caso de los alemanes, el recuerdo de los sufrimientos compartidos con los bálticos por las duras imposiciones geopolíticas de la Guerra Fría se mezcla, a partir de los años noventa, con el tópico de los ingratos que odian a Rusia.
La brutal “guerra de conquista” de Putin en Ucrania lo ha cambiado todo.
Aunque hay muchas dudas de que el ejército alemán, muy debilitado tras la Guerra Fría, sea verdaderamente capaz de proporcionar efectivos y material a tiempo, la retórica firme de Merz y la decisión del Bundestag de inyectar cientos de miles de millones en aumentar su poder militar han tenido buena acogida entre los socios europeos, en especial los bálticos. Mientras tanto, la reciente observación del ministro Pistorius de que Rusia podría estar en condiciones de atacar un Estado de la OTAN en un plazo de cinco años no ha hecho más que subrayar el evidente giro de Alemania hacia una interpretación de lo que hace Moscú más realista y de realpolitik. Es más, en una vuelta de tuerca histórica, es el gobierno de Berlín el que ha apoyado “categóricamente” la propuesta de la UE de prohibir los gasoductos Nord Stream, con el objetivo de intentar frenar cualquier intento bilateral de Estados Unidos y Rusia de reactivar los enlaces gasísticos.
Como todos los lituanos saben, y me dijeron en mi reciente visita, “si llegan los rusos, no se salvará nadie; pero los lituanos, desde luego, están dispuestos a luchar hasta el último hombre (y mujer)”. Está por ver si los alemanes —los soldados, la sociedad civil y la clase política— comparten verdaderamente esta opinión.
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