¿Cómo eran los marcianos que llevaron a Tejero al Congreso?
No es verosímil que un secreto capaz de cambiar la historia permanezca cincuenta años enterrado en un archivo confidencial


Me enternece ver a mis amigos historiadores tan emocionados ante la desclasificación de los archivos secretos que propone el Gobierno. No sucederá, en el mejor de los casos, hasta finales de 2026, pero ya se relamen pensando en la montaña de carpetas y las revelaciones sensacionales sobre el 23-F y los chanchullos de Adolfo Suárez. Los historiadores son un gremio austero y descreído que tira más al aguafiestismo que a la pasión. Su trabajo consiste en limpiar de literatura y poesía la verdad histórica. De tanto desmitificar, a algunos se les ha puesto ceño de profesor gruñón y fatigado de convencer a los niños de que los reyes son los padres. Por eso es hermoso verlos tan ilusionados ante los secretos que se quieren revelar. Por una vez, ellos son los niños y no los profes.
Tanto nos han reconvenido los historiadores a los escritores que jugueteamos con la historia (muchos, con cariño; otros, no tanto), que no puedo desaprovechar esta ocasión para desinflamar sus ansias. Muy pocas veces puede un novelista decirle a un historiador que modere su entusiasmo, que no eche a volar la imaginación, que no fantasee ni especule tanto sobre unos papeles que ni ha visto ni sabe si existen.
El antecedente del asesinato de Kennedy es aleccionador. Esperaban Oliver Stone y sus amigos las pruebas de la gran conspiración, pero se encontraron con que la verdad oficial coincidía con la verdad a secas. ¿Y si pasa lo mismo con el 23-F y todos esos secretos oscuros? ¿Y si resulta que las cosas fueron como nos las contaron y lo único que se escamoteó fue algún detallito que no altera la esencia de la trama?
Los escritores no somos historiadores ni nos debemos a la verdad histórica, pero entendemos mucho sobre verosimilitud. Y no es verosímil que un secreto capaz de cambiar la historia permanezca cincuenta años enterrado en un archivo confidencial sin que la nube densa de periodistas, historiadores, conspiranoicos y curiosos en general que moscardonea a su alrededor lo descubra. Con lo cotillas que somos. Con lo que le gusta hablar a la gente cuando la invitas a dos cañas. Se podrán esconder minucias, pero no elefantes blancos.
Invito a mis amigos historiadores rencorosos a guardar esta columna para echármela en cara a finales de 2026 si resulta que, al abrir los documentos, se abre también la caja de Pandora y las editoriales de libros de texto tienen que reescribir a toda prisa los de historia de España. Con gusto les pagaré unas cervezas en desagravio, para que me cuenten qué pinta tenían los marcianos que llevaron a Tejero al Congreso.
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