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columna
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El reguetón y el fin de la cultura popular

Hay señores de 50 años que fingen que les gusta, o peor aún, que les gusta de verdad

Dos jóvenes bailan en una sala de reguetón en Madrid.
Xavi Sancho

Han pasado más de diez años, pero parece que fue ayer, cuando media España andaba indignada por el advenimiento de una música llamada reguetón. Mientras, la otra la saludaba como un antídoto ante la presunta dictadura del buen gusto que se suponía llevaba décadas imponiendo el colectivo de gafapastas imbuidos por los significantes anglosajones. Fue un momento maravilloso, no por la música (o sí), sino porque, por fin, se abría un debate alrededor de los sonidos populares, una discusión transversal con la que quienes siempre apostamos por proponer los sonidos populares del momento como el mejor baremo para calibrar el estado de ánimo, las inquietudes y las veleidades éticas y estéticas de una sociedad en un tiempo y un lugar concretos, nos sentimos plenos y realizados. Demonios, que perrear era revolucionario, empoderador y emancipador. Se dijo algo similar de la movida madrileña, del punk o incluso del indie, pero siempre desde los márgenes, jamás desde los barrios, desde casi cualquier tramo de retención del IRPF. El reguetón podía parecerte una mierda, sí, pero qué marrón más interesante, oye.

El problema es que hoy seguimos igual. Debatimos sobre lo mismo y con los mismos argumentos, porque los sonidos no han evolucionado. Y nosotros tampoco. Así, resulta fascinante que en 2025 haya aún personas que teorizan sobre esto del reguetón (ver esta columna). Sigue siendo ejemplo para explicar cierta revolución antielitista, y a la vez, para contarnos la irreversible decadencia de nuestra sociedad y nuestro canon. Hay señores de 50 años que fingen que les gusta, o peor aún, que les gusta de verdad. Que han sido incapaces de apartarse y dejar que los jóvenes hagan sus cosas sin la necesidad de que sus padres las validen. Y en este caso, validarlas es mucho peor que censurarlas. Porque no es para ti, José Luis, y por mucho que intentes bailarlo, jamás lo vas a vivir. Y estas cosas se viven, no se visitan. Seguimos igual, y seguiremos igual ad nauseam. Nada se va a mover porque el reguetón es el último sonido conectado a nuestras vidas que vamos a vivir. A partir de hoy, todo será Aitana hasta que se derritan los polos y Groenlandia aparezca en la costa de Carolina del Norte.

Y vale, puede ser simple, zafio, sucio y hasta estéticamente violento, pero no olvidemos que toda cultura masiva ha sido siempre un poco más tonta que la anterior. Libros, películas, canciones, obras de arte. Lo masivo se regenera bajando el listón medio metro cada lustro. Pero se ha detenido. Y eso solo puede significar dos cosas: o ha muerto la cultura, o estamos a punto de morir nosotros.

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Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.
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