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COLUMNA
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El largo verano de las furgonetas camperizadas

Siento que toda Europa empieza a ser el salón de una marquesa entrampada que intenta mantener las apariencias

Trump y Von der Leyen se dirigían el lunes a posar para la foto de grupo en la Casa Blanca. A la derecha de Trump, el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y tras Von der Leyen, el presidente francés, Emmanuel Macron, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.
Sergio del Molino

El verano pasado fueron las caravanas. Aparcaban por doquier y convertían el pueblo donde veraneo en un campamento nómada. Este año ya no se ven tantas. Las han sustituido las furgonetas camperizadas, la mayoría con técnicas caseras. Los tutoriales sobre cómo convertir una furgoneta vieja en salón-dormitorio son un éxito en YouTube. El pueblo ya no parece un campamento nómada, sino un episodio de dibujos animados de Los autos locos: hasta pasaron un señor francés y un perro que recordaban a Pierre Nodoyuna con su perro Patán. Vehículos de todo tipo apañados en mil estilos intentan darle un toque chic o aventurero a la precariedad vacacional. En los hoteles y en los restaurantes, cada vez más extranjeros y gente mayor y bien vestida, veraneantes de toda la vida. Fuera, la plebe viaja y duerme en cacharros porque, con la ración de navajas a 20 euros; el pulpo, a 30, y la noche en el hostal, a 200, ya no hay quien vacacione como antes.

Estos camperos son la versión viajera del coliving y del coworking. Otro brochazo de barniz romántico a la pobreza, otro intento por mantener una normalidad de clase media. Este año han espantado el fantasma de quedarse sin vacaciones con un remiendo. Tal vez el que viene ya no puedan pagar la gasolina. Entonces, triunfarán los tutoriales de YouTube para hacer autostop sin que te multe la Guardia Civil. El caso es salir de casa.

Recuerdan al pueblo resignado de María Antonieta en la anécdota apócrifa: si no pueden comer pasteles, comen galletas. Y si no, pan con mantequilla. Y después, sin mantequilla. Y al final de todo, fingen que mastican. También hay en estos empeños un resto de aquellos hidalgos del Siglo de Oro que vivían en una casona en ruinas, pero blasonada.

Siempre me gustaron las historias de nobles arruinados: los muebles del palacio metidos en un piso; el retrato que Goya le pintó al tatarabuelo, lleno de mugre, y la vajilla de porcelana descascarillada donde se sirven unos fideos instantáneos. Pero en este verano de apariencias traqueteantes siento que toda Europa empieza a ser el salón de una marquesa viuda y entrampada, y ya no le veo tanto encanto a la decadencia. Ursula von der Leyen frente a Donald Trump parece esa señora que negocia una prórroga con el casero y le recuerda que ella es grande de España y adelantada de Indias, y que su abuela bebía champán con Picasso y Dominguín. Ahora, su nieto le ha camperizado una furgo pequeña de segunda mano, para que pueda escaparse un par de días a la playa, si al casero le parece bien.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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