Abascal, afrancesado
Vox pregona el ultranacionalismo español mientras copia la islamofobia extranjera


La moción que planteó Vox en Jumilla para prohibir la celebración de la Fiesta del Cordero en las instalaciones deportivas de esta localidad murciana era un despropósito. La versión enmendada, apoyada por el PP y Vox, también tiene muchos problemas. Como ha explicado Germán Teruel, la idea de defender manifestaciones vinculadas a “nuestra identidad” o “proteger valores y manifestaciones religiosas tradicionales” choca con la aconfesionalidad del Estado, no encaja con la importancia del pluralismo y la libertad en nuestro ordenamiento jurídico, e ignora el deber de colaboración de los poderes públicos con otras confesiones. No está claro por qué hay que proteger esas manifestaciones religiosas y tampoco sabemos de qué se las defiende: un hecho sociológico central de los últimos 50 años en nuestro país es la secularización, producto de la libre elección de los ciudadanos. La segunda parte de la moción, que restringe el uso de las instalaciones deportivas, puede ser discriminatoria en la práctica: a fin de cuentas, es lo que pretende. No es fácil borrar su origen; su objetivo no es neutral.
Vox está en el monte y el PP está en Babia, ha escrito Víctor Lapuente, a lo que se podría añadir que el PSOE se encuentra cómodo con el tema. Al requerimiento del Gobierno para anular la moción se suman los requiebros sobre el “discurso del odio”, una categoría difusa que puede servir para desalentar críticas razonadas a las religiones: por ejemplo, desde el punto de vista de la igualdad. No se sabe lo que piensa el PP: frente a las acusaciones de no tener discurso propio, lo único que deja claro es su deseo de que la atención se centre en otra cosa. La moción original de Vox, como ha escrito Víctor J. Vázquez, más que inconstitucional, constituía una suerte de apelación a la necesidad de otra Constitución y otra nación. Vox es un partido nacionalista al que no le gusta la nación que existe, una formación católica peleada con la Iglesia y con valores esenciales del cristianismo. El partido que pregona las esencias españolas copia sus posturas del nacionalconservadurismo estadounidense, de los modos antipluralistas de Orbán o, como también ha señalado Vázquez, del lepenismo (que tiene variopintos imitadores en Cataluña: algunos piden el control de la política migratoria). ¿Quién iba a pensar que Abascal nos saldría afrancesado? Y eso que su partido defiende la estupefaciente “soberanía espiritual” española, que suena a autoayuda, remite a Alexander Dugin y recuerda al master of my domain de Seinfeld: nadie sabe bien qué es y ellos menos todavía.
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