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COLUMNA
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No desconectar

En verano no queremos descansar y olvidarnos de todo; lo que queremos es ser felices

Una mujer lee este miércoles en la playa del Rincón de la Victoria (Málaga).
Delia Rodríguez

Me gusta observar cómo cambia en verano el perrillo pastor con el que vivimos. Normalmente, sus instintos se limitan a dormir mucho y suplicar comida a desconocidos, pero cuando dejamos la ciudad se transforma. En el pueblo tiene una misión: mantenernos unidos y a salvo durante los paseos, como a un rebaño. Aquí nos juntamos con otra parte de la familia, y los días giran sobre si es mejor dar la vuelta corta o la larga y cuál es el mejor momento para salir. Entonces nos pastorea muy serio, orbitando alrededor de sus ovejas humanas para que no se queden rezagadas y caigan terribles peligros, como el improbable encuentro con un corzo o un vecino. Cuando regresamos, el animal se tumba a descansar como solo es posible hacerlo cuando sientes que has hecho lo que debías y que los tuyos están bien. Está agotado, pero satisfecho de haber cumplido un destino olvidado.

A veces cansarse descansa, y languidecer pone de los nervios. Eso ocurre porque existen varios tipos de fatiga, y poco tienen que ver la física con la mental, la emocional con la social. En su libro El arte del descanso, Claudia Hammond se basa en una macroencuesta a 18.000 personas de 135 países para describir las 10 actividades que los humanos consideran más relajantes: el mindfulness, ver la televisión, soñar despierta, tomar un baño, dar un paseo, hacer poca cosa, escuchar música, aislarse, estar en la naturaleza y, liderando esta clasificación universal, leer. La hamaca no resuelve todos los cansancios porque no es fácil identificar qué se esconde detrás de ese “no aguantaba ni un día más antes de las vacaciones”, y, por tanto, cuál es nuestra cura. Incluso puede empeorarlo todo. Cuando uno de cada tres españoles no puede permitirse irse de vacaciones una semana al año, el esfuerzo económico de un viaje puede añadir más estrés. O, si se está a cargo de personas dependientes, un cambio en la logística puede ser desbordante.

Para terminar de complicar el verano, en ocasiones no necesitamos paz, sino estímulo o —como mi perro— un propósito. De lo contrario, sería tan fácil como ejecutar la lista antes citada. Dame una playa sin nada que hacer excepto beber mojitos, y verás en dos días a una mujer quemada. Pero si el rebaño está en su redil, he cambiado de escenario y tengo entre manos una buena obsesión estival, me verás feliz. Llegamos así a la verdadera cuestión: en verano no queremos desconectar ni descansar; lo que queremos es ser felices. En esto creo al psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi cuando explicó que uno de los secretos se hallaba en el estado de flujo que aparece cuando nos dejamos llevar por algo que nos proporciona la mezcla justa entre el reto y el placer, entre la dificultad y la sencillez, y nos centramos plenamente en ello. “Los mejores momentos de nuestra vida no son momentos pasivos, receptivos o relajados —aunque tales experiencias también pueden ser placenteras si hemos trabajado duramente para conseguirlas—. Suelen ocurrir cuando el cuerpo o la mente de una persona han llegado hasta su límite en un esfuerzo voluntario para conseguir algo difícil y que valiera la pena”, escribió. “Para un niño puede ser poner con sus temblorosos dedos el último bloque de una torre que ha construido”. Nada de esto es posible si se está exhausta en todos los sentidos o si solo somos libres de dirigir nuestros esfuerzos unos días al año. Ojalá dedicar toda nuestra atención y energía no a desconectar, sino a conectarnos mejor con la vida, dentro y fuera del verano.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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