‘Gerrymandering’, la manipulación electoral legal
En este preocupante camino hacia el final de la democracia, o se ignoran las reglas o se hace un uso bastardo y partidista de ellas


Cuando en un futuro relativamente próximo se explique el final de la democracia de los Estados Unidos, lo más probable es que se empiece con el asalto al Capitolio aquel nefando 6 de enero del 2021. No solo por lo abominable del hecho en sí, sino porque su máximo responsable quedó sin castigo. En el impeachment al que fue sujeto Trump con posterioridad, su instigador fue eximido de responsabilidad por los senadores del partido republicano (se exigen dos tercios de los votos de esa Cámara). De haber triunfado la moción, el actual presidente habría quedado incapacitado para ocupar el cargo que actualmente ostenta. El temor a las represalias del sector popular trumpista pudo, pues, sobre el coraje cívico y la lealtad a las instituciones.
Lo que ha venido después, una vez instalado Trump en la Casa Blanca, es de sobra conocido. Quedémonos en los dos ejemplos más recientes de esta dinámica de erosión de la democracia. El primero es el cese fulminante de la responsable de las estadísticas laborales por limitarse a reflejar un hecho, el debilitamiento del empleo. Con ello se transmite un mensaje claro, quienquiera que ponga en duda los progresos del Gobierno se arriesga a ser despedido. Y la consecuencia más general no es menos meridiana: ¿quién va a fiarse a partir de ahora de los datos aportados por agencias públicas sobre el funcionamiento de cualquier otro sector de actividad; o de un gobierno integrado no por personas capaces sino por su lealtad al líder?
El segundo ejemplo es eso que se conoce con el exótico nombre de gerrymandering, que alude a la capacidad que tienen los Estados federados para reajustar el diseño geográfico de sus distritos electorales —por eso se llama también redistricting—. Es una actividad perfectamente legal, pensada para poner en práctica la adaptación del cambio demográfico al bosquejo previo de las circunscripciones electorales. Como ahora observamos en el caso de Texas, sin embargo, la idea es que el reajuste se haga de tal manera que acabe favoreciendo al partido republicano. Dado que sistema electoral es mayoritario, de lo que se trata es de que el nuevo dibujo de los distritos se ajuste al fin perseguido, ya sea concentrando el voto demócrata en menos distritos o disolverlo en distritos más amplios para que acabe venciendo en ellos el candidato republicano. De esta forma piensan sumar cinco escaños republicanos más, algo fundamental para las próximas elecciones de mitad de mandato.
La reacción de los demócratas, que al fin parecen haber despertado, no se ha hecho esperar y muchos diputados demócratas de Texas se han ido del Estado para evitar que haya quórum cuando se convoque su Parlamento para aprobar la reforma. Aunque lo más importante es que en los Estados donde hay mayoría demócrata, como California, se amenaza con proceder a su propio rediseño. De hacerlo obtendrían cinco escaños adicionales, compensando lo perdido en Texas. La guerra del dibujo partidista de las circunscripciones está servida.
El gerrymandering no es nuevo, desde luego. De hecho, debe su nombre a un gobernador de Massachusetts apellidado Gerry, que en 1818 ajustó los distritos del Estado de una forma que recordaba al perfil de una salamandra. Pero es un ejemplo muy significativo de lo que está ocurriendo en este preocupante camino hacia el final de la democracia. O se ignoran las reglas, como cuando Trump no reconoció el resultado electoral de 2020, o se hace un uso bastardo y partidista de ellas. El problema de fondo, y esto ya sí que no tiene solución, es que algunos partidos —y su base electoral— prefieren mantenerse en el poder o acceder a él antes que vivir en una democracia.
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