Contra la xenofobia
Frente al miedo y la destrucción de los xenófobos, es tiempo de responsabilidad: no hacerles el juego por unos presupuestos o por miedo a perder votos


“España es una nación forjada sobre los fundamentos de la filosofía griega, el derecho romano y la civilización cristiana”. Así comienza la exposición de motivos de la moción de Vox que ha expulsado las celebraciones musulmanas de las dependencias municipales de Jumilla. Así comienza también la exposición de motivos de esta moción tras la enmienda del PP que permitió su aprobación. Y ambas, que son la misma, continúan: “En este marco, determinados ritos y celebraciones importadas, como la conocida como Fiesta del cordero, resultan completamente ajenas a los usos y costumbres que han configurado nuestra identidad nacional de forma continuada”.
Si no hubiera una alusión explícita a la fiesta del cordero, una podría entender la última frase como un ataque, qué sé yo, a Papá Noel, ese abuelo gordito, barbudo y bonachón que cada Nochebuena nos inunda de regalos, incorporado a nuestros usos y costumbres en tiempos recientes. Aun por encima, este anciano del norte de Europa compite con los protagonistas de una tradición autóctona: los Reyes Magos. Una tradición autóctona, por cierto, que celebra a tres extranjeros llegados de Oriente, uno de ellos negro.
Papá Noel, en cambio, no es negro, sino de piel blanca y sonrosada, como la de muchos alemanes jubilados que viven en Baleares, llenando sus pueblos de palabras, usos y costumbres germánicas. Sobre ellos también pesa la amenaza de deportación que Vox promete cumplir si consigue arrimarse al poder lo suficiente. A Rocío de Meer y otros colegas de partido de apellidos de exótico origen les preocupa y les sobran los más de nueve millones de ciudadanos residentes en España que no han nacido aquí. Aunque tres millones de ellos ya sean españoles. También el millón y medio de menores nacidos en España con al menos un progenitor extranjero. Como Hermann Tertsch, aunque él no es menor y su identidad española es tan española en el sentido español de Vox, que supongo que no corre peligro de expulsión.
Esa identidad tan española de Vox es tan ambigua, tan pura y tan ficticia que no caben ni ellos. Pero ¿qué importa? Todo es ruido y relato en busca del miedo. La cantinela populista adopta la melodía de la xenofobia y toma por bandera el sentido literal de su etimología griega. El miedo al extranjero. Y la agitan hacia un extranjero muy concreto que subliman y convierten en el todo. Un extranjero de origen árabe y piel oscura, musulmán y agresivo, diabólico y deshumanizado. El desconocido que nos resulta ajeno y amenazador. El chivo expiatorio perfecto de todos nuestros males.
Si este paso adelante de Vox cuaja, nuestra convivencia y nuestra democracia están en peligro. Y no es alarmismo ni exageración. La exclusión y el señalamiento no son buenos compañeros de la democracia. Pero señalarlo como un mal inevitable que nos asusta tampoco es alternativa. Ni rendirse a ello. Frente al miedo y su destrucción, es tiempo de responsabilidad. La responsabilidad de no hacer el juego a los xenófobos por unos presupuestos o por miedo a perder votos. La de pelear esos votos desde la pedagogía y los datos, centrando el foco en los problemas reales de la ciudadanía y no en fantasmas de distracción. La de no rechazar y señalizar a los menores no acompañados por hacer oposición al Gobierno central. Y también la de gobernar intentando construir con todos los partidos una política de inmigración realista e integradora.
Porque la integración es un proceso demasiado complejo como para caer en simplismos y aunque no hay una solución mágica, quizás podamos empezar por entender que integrar no es sinónimo de diluir, sino de construir y asumir realidades plurales y móviles que partan de unos mínimos irrenunciables para la convivencia democrática. Sin espacio para los guetos y combatiendo la exclusión social que es la principal gasolina para los conflictos. Y sin olvidar nunca la humanidad del otro y su condición de igual.
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