España como verso suelto europeo
El Gobierno mantuvo una loable posición sobre Gaza y señaló los problemas de un excesivo aumento del gasto en defensa, pero debe no despertar recelos por una insuficiente inversión militar o su posición hacia Pekín


Los gobiernos de Pedro Sánchez han impulsado en los últimos años a España hacia el centro motor del proyecto europeo. Su aporte constructivo ha sido sin duda superior al de los ejecutivos de Mariano Rajoy, con una relevancia apoyada tanto en iniciativas gubernamentales como en la proyección de figuras de peso en la órbita europea. En esta legislatura, sin embargo, asistimos a una metamorfosis que, en importantes aspectos, ha empujado a España hacia el papel de verso suelto. El propio presidente encarnó visualmente esa dinámica política en la foto de familia de la reciente cumbre de la OTAN, en la que se le ve ligera pero claramente separado del grupo.
Esta dinámica tiene un trasfondo ideológico —España como último gran baluarte socialdemócrata— y tres líneas fundamentales de desarrollo: la política hacia Israel, la mencionada cuestión de la defensa y las relaciones con China. Los habituales comentaristas militantes trazan balances maniqueos. La realidad, en cambio, está llena de matices.
En el primer plano, el de Gaza, el Gobierno de Sánchez merece un rotundo elogio por haberse desmarcado pronto de la infame apatía de tantos ejecutivos europeos y de las instituciones comunitarias por ellos bloqueadas. Dijo las palabras correctas e hizo gestos adecuados cuando otros permanecían incrustados en posiciones lamentables. Tan solo ahora Francia o el Reino Unido han dado pasos hacia el reconocimiento del Estado palestino, cuando España actuó hace más de un año. Tan solo ahora Alemania suspende el envío de ciertas armas a Israel. La política de Sánchez no fue fácil en ese momento, porque el mainstream estaba en otro lugar, y solo acompañaban a Madrid países de peso reducido. Puede decirse que lo hecho no es suficiente, pero es, no obstante, admirable, y puso a España en el lugar correcto de la historia. Es un caso de verso suelto extremadamente positivo que se ha convertido en una estela a seguir: otros han emprendido después el mismo camino.
En el plano de la defensa, el Gobierno español tiene el mérito de haber planteado en voz alta dudas más que justificadas acerca de un salto excesivo del gasto militar. A la vista del panorama, el asunto requirió gallardía. También, sopesados pro y contras, acierta en renunciar a los F-35 estadounidenses, aunque las alternativas sean de calidad peor. Pero gallardía y elementos argumentativos correctos se ven opacados por la realidad de un camino marcado por la parálisis de la coalición. Marcado hasta el punto de que la legítima crítica a un aumento exorbitado del gasto en defensa se torna en una perspectiva de inmovilismo por la ingobernabilidad.
Los argumentos pierden peso cuando los hechos que siguen son que España considera que está bien quedarse en el nivel de gasto que se pactó en 2014: aquel era otro mundo. Si un 5% (con la fórmula del 3,5% + 1,5%) es un exceso, anunciar que España puede cumplir con todo lo que hace falta con un 2,1% —después de décadas de infrainversión y con un stock envejecido y menguante— suena bastante a decir que con Madrid se puede contar poco. Desde luego, así es como se ha entendido en muchas capitales. El presidente Sánchez ha mantenido la retórica adecuada durante la crisis de Ucrania, alejado de cierto pacifismo infantil de parte de la izquierda —o del pacifismo de cálculo mezquino de otra parte de la izquierda—. Cabe intuir que, si de él dependiera, haría más. Pero no puede, y ello coloca a España en una posición incómoda, de verso suelto al final de la cola.
En el plano de las relaciones con China, España parece también situarse en un lugar algo desmarcado de la posición dominante. Esta es una de creciente escepticismo y disposición al pulso con Pekín. La música que emana de Madrid toca acordes que suenan más conciliadores de la línea dominante. El Gobierno de Sánchez acierta en pensar en un mundo en el que Europa debe reducir su tóxica dependencia de EE UU, pero debería mantener un mayor nivel de desconfianza hacia China, que es lo que es: un régimen autoritario y un rival sistémico. La contratación de servicios de Huawei, más allá del riesgo real que suponen —que quien escribe no está en condiciones de juzgar con solidez— es un error político. Recibir elogios en un editorial del medio Global Times del régimen chino y suspicacias por parte de muchas democracias occidentales no es un gran resultado. Si España quiere ser puente entre China y Europa, conviene hacerlo de otra manera, una que no despierte suspicacias.
Son hipérbole equivocada las acusaciones políticas o los comentarios periodísticos que quieren retratar una España aislada en Europa. Pero la realidad de ser el último verdadero baluarte socialdemócrata, conectada con algunas decisiones geopolíticas recibidas con perplejidad o recelo, no debe pasar desapercibida. España ha sido una fuerza constructiva y bien integrada en el proyecto europeo en los últimos años y debe seguir siéndolo. España necesita a Europa. Y Europa necesita a España.
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