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tribuna
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La derecha Valdebebas

Con su miseria y su gloria, el nuevo barrio es la expresión más pura de tres décadas de PP en Madrid, que se empezó a gestar con Aznar y Aguirre y hoy perpetúa Ayuso

Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y José María Aznar en la clausura del XXI Congreso del PP en Ifema, el pasado día 6.
Ignacio Peyró

Valdebebas es un barrio tan nuevo que todavía está por terminar, pero no por eso ha renunciado —con un parque dedicado a Leonor y otro a Felipe VI— a un nomenclátor capaz de rivalizar con El Escorial o Aranjuez en materia de realeza. Incluso está al lado de otro parque llamado Juan Carlos I. Cegados por el nuevo Madrid latinoamericano, que ha popularizado los tequeños en las cartas del barrio de Salamanca, no podemos olvidarlo: hoy, el mejor lugar para leer Madrid es Valdebebas. Para trazar de dónde viene y a dónde va.

Conviene, por tanto, detenerse. Al norte, Valdebebas limita con una de esas radiales que se construyeron cuando nos íbamos a comer el mundo y que suspendieron pagos cuando la crisis casi se nos come. Al sur, linda con el recinto ferial (Ifema) con el que Madrid se abrió a los circuitos internacionales después de que la democracia acabara con el monopolio que Franco había concedido a Barcelona y Valencia en materia de “muestras y exposiciones”. A su oeste quedan esos barrios de la nueva mesocracia —Las Tablas, Sanchinarro— que votan a Ayuso con la intensidad con que Dos Hermanas votaba a Felipe. Valdebebas, en fin, se asoma por el este a Barajas, que es un aeropuerto y también el nombre de una batalla: el sueño de la capitalidad aérea internacional que Aznar alumbró y Sánchez, más centrado en El Prat, ha sepultado.

Valdebebas, como se ve, tiene un mensaje. Un mensaje para todo el mundo, porque es capaz de desnudar a todo el mundo en sus inconsistencias y obsesiones. El nacionalista verá confirmadas en este páramo sus intuiciones sobre la derecha madrileña, pero tampoco podrá dejar de observar su desarrollo urbanístico como síntoma de ese Madrid que rebosa y pide cancha. Y el progresista se acercará al hospital Zendal con el horror y la fascinación de un castillo transilvano en la tormenta, pero al pasar por la Ciudad Real Madrid o al leer sobre el Madrid Innovation District tal vez se pregunte cuántas veces le han salido mal las cosas a Florentino Pérez, el Miguel Ángel de los palcos.

La derecha también tiene motivos para el sonrojo. Valdebebas fue, hace 20 años, el emplazamiento elegido para la Ciudad de la Justicia de Madrid, una obra que en los plazos se parece a la catedral de Chartres, y en los costes —los sobrecostes— ha terminado por parecerse al palacio de Versalles. La ejecución del proyecto ha conllevado, además, una derrama muy hispánica en forma de escándalos de corrupción: un festival de la malversación encabezado por Alfredo Prada, primero jefe y después colocado de Pablo Casado, y a quien Esperanza Aguirre arrojó a la gehenna no por sus deméritos gestores sino por apoyar a Rajoy. Aquello ocurrió en 2008, menos de una semana después del XVI Congreso del PP. Aguirre siempre ha negado que, por esos mismos tiempos, hubiera espionaje político en la Comunidad de Madrid, y hay que creerla: si no, se habría enterado de las andanzas de los cuatro consejeros de su Gobierno que, Prada incluido, cambiaron la Administración regional por el régimen penitenciario. (NB: Aguirre terminaría fichando por una empresa de cazatalentos. Duró poco).

Con estos antecedentes no extraña que, durante mucho tiempo, el único edificio terminado de la Ciudad de la Justicia, el Instituto de Medicina Legal, pareciera alzarse, no solo por su forma, como una corona de espinas: el testimonio de cómo unos partidarios del Estado Mínimo terminaron naufragando en un proyecto cuya vastedad hubiera embriagado a Ceaucescu. Madrid, con todo, es propenso a estas oposiciones dickensianas, y si hay un “invierno de la desesperación” bien puede haber, tómese con un grano de sal, una “primavera de la esperanza”. Y es una bella ironía que Ayuso, con menos obra de Gobierno que Aguirre, vaya finalmente a llevar la Ciudad de la Justicia a su conclusión. Al fin y al cabo, nadie ha dudado nunca de que Valdebebas saldría adelante: el Real Madrid siempre ha tenido talento para el urbanismo y desde el principio estaba allí. Lo dice Isaías: “el Líbano se convertirá en un campo fértil”, y ya veremos cómo la paramera de Valdebebas se convierte en un vergel. De momento, con su miseria y su gloria, es la expresión más pura de tres décadas de PP en Madrid, de esa labor de Gobierno que se empezó a gestar con Aznar y Aguirre y hoy se perpetúa con Ayuso. Dejo al criterio del lector sopesar cuál era mejor apuesta: si un Valdebebas o un Fórum Universal de las Culturas.

Hace apenas dos semanas, el PP ha acogido su XXI Congreso Nacional en Ifema, que está junto a Valdebebas y forma parte de su misma geografía espiritual. Aznar, siempre más aplaudido que obedecido, acudió a dar su apoyo a Feijóo. Ayuso le habló en términos litúrgicos: “tuyo es el partido”. Aguirre, contra todo empirismo, sigue de voz moral de la derecha. Pero en absoluto de la derecha en su conjunto. Para ganar de verdad, Feijóo, un gallego rodeado de gallegos, nacido a 495 kilómetros de la M-30, tenía que ganar allí, en Ifema, en Valdebebas, en la casa de los duros, en la Mezquita Azul del PP. No nos atolondremos con las conclusiones: a Feijóo no le será más fácil conquistar la Presidencia del Gobierno que conquistar la presidencia del partido. A esta parábola le basta con ser un recordatorio: el centroderecha español no es el nacionalismo mesetario.

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Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, dirige el centro de Roma. Su último libro es 'El español que enamoró al mundo'.
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