Ciudades sitiadas
El verdadero rostro de la Europa de hoy se define por su actitud ante Gaza y Ucrania: envía harina y buenos consejos


Tiempo de vacaciones y muchos salen con la idea de conocer mundo. Tendrán unos cuantos días, allí donde vayan a parar, siempre insuficientes para hacerse cargo de ciudades, paisajes y gentes. Lo que pueda saberse será siempre incompleto, fragmentario, peor aún: responderá a los tópicos de los folletos y de la conversación banal que va surgiendo al hilo de los días. Cracovia es una hermosa ciudad a orillas del Vístula. Conserva un centro histórico que se remonta a la Edad Media, tiene imponentes edificios del Renacimiento y el Barroco. En la colina de Wawel hay un recinto acotado por unas murallas y unas torres, en su interior se construyeron una catedral y un castillo, incluso se habla de que por ahí anduvo un dragón dando la lata y poblando de pesadillas los sueños de los lugareños. Es el corazón donde palpita la nación polaca. Witold Gombrowicz cuenta que hubo escritores que visitaban Wawel con la actitud del peregrino que acude a un lugar sagrado y que se postra ante sus mármoles, los toca con dedos temblorosos y clama: “¡Oh, ilustrísimos…!”.
Una nación, un pueblo, una patria, una comunidad: siempre a vueltas con lo que une de manera especial a cuantos comparten un mismo territorio y una misma historia, así que también Polonia está llena de mitos y leyendas, de héroes y mártires, y Cracovia —con el Wawel— es una inmejorable tarjeta de presentación. Más allá de los monumentos y el esplendor de la gloria, de pronto surge la voz de un poeta. Zbigniew Herbert nació en 1924 en Lwów cuando esta ciudad pertenecía a Polonia; hoy es Lviv y está en Ucrania. En un libro que selecciona algunos de sus trabajos, Informe desde la ciudad sitiada y otros poemas (Hiperión), en el que le da título se refiere precisamente a esas particulares circunstancias que han abundado en la historia de Polonia: asedios, invasiones, ataques, violencia, destrucción.
En el poema habla un viejo, inútil ya para luchar y para llevar las armas, al que le han dado para hacerle un favor “el mediocre papel de cronista” y le toca contar desde dentro lo que significa vivir en una ciudad sitiada. Dice que todos padecen ahí “el deterioro de la noción del tiempo”, habla de los niños que han dejado de ser niños, manifiesta que “en verdad es inconcebible que la Ciudad todavía se defienda”, observa que los enemigos son reemplazados y que “nada los une excepto el anhelo de nuestra destrucción”. También se refiere a “los amigos de ultramar”, explica que “su compasión es sincera / envían harina sacos de ánimo grasa buenos consejos”.
Tiempo de vacaciones, pero el resto del mundo sigue estando ahí, y ahora existen ciudades sitiadas en muchas partes, por ejemplo en Ucrania y en Gaza. El horror inconcebible de vivir ese infierno y esos amigos que se compadecen con tanta sinceridad. Zbigniew Herbert simplemente pinta el verdadero rostro de la Europa de hoy, para qué engañarse: “envían harina sacos de ánimo grasa buenos consejos”. Poco más.
Los versos de Herbert tratan de vidas malgastadas, de posadas de la desdicha, de lo difícil que les resulta a los muertos habituarse a su estado, de destellos de la nada, de las guerras, de Hamlet y de Barrabás. Igual quería escribir de Polonia, pero escribe de lo que ocurre hoy, en cada casa, y dice: “sé valiente cuando la razón flaquee sé valiente / en el cómputo final esto es lo único que cuenta”. Cracovia es una hermosa ciudad a orillas del Vístula. Si se hace caso a Google Maps, se tarda desde allí una hora y 17 minutos para llegar a Auschwitz.
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