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La infancia se consume en el infierno de Gaza

Casi 20 meses de invasión militar israelí de la Franja dejan a decenas de miles de niños sin familia, heridos y sin educación

Gaza
Alejandra Agudo (enviada especial)

Haneen tiene cuatro años y es una de las supervivientes del bombardeo israelí el pasado lunes en la escuela Fahmi al Jarjawi, que dejó 36 muertos, incluidos 18 niños. Allí se refugiaba junto con su familia y cientos de desplazados después de tener que abandonar su casa en Shujaiya, al noreste de Gaza. “De repente me desperté y vi fuego por todas partes. No podía encontrar a mi mamá ni a mi papá. Empecé a correr y a gritar ‘¡Mamá! ¡Papá!’, pero no había nadie”, recordó la pequeña al ser encontrada por trabajadores de Unicef en el lugar el mismo 26 de mayo.

La niña fue trasladada por los paramédicos al Hospital Al Ahli Bautista de Ciudad de Gaza con quemaduras de segundo grado en el 25% de su cuerpo, incluida la mitad de su rostro. Haneen es la única superviviente de su familia. Su padre Hassan, su madre Shaimaa y su hermana menor Mariam, de un año y medio, murieron a causa del fuego provocado por las bombas ese día.

La imagen de una niña caminando entre las llamas de la escuela tras el bombardeo se ha convertido en un símbolo del infierno en la tierra en la que viven más de dos millones de habitantes de Gaza desde hace casi 20 meses. Y especialmente los niños. La pequeña de esa grabación difundida por Al Jazeera es, según la cadena catarí, Ward Jalal al Shiek Jalil, de unos cinco años, que relató llorando cómo vio morir a casi toda su familia. Su padre y uno de sus hermanos sobrevivieron, pero fueron ingresados en estado grave.

“En un período de 72 horas este fin de semana, las imágenes de dos horribles ataques brindan aún más evidencia del coste desmesurado de esta guerra despiadada contra los niños en la franja de Gaza”, declaró un día después Edouard Beigbeder, director regional de Unicef para Oriente Medio y el Norte de África.

“El viernes, vimos vídeos de los cuerpos quemados y desmembrados de los niños de la familia [de la doctora Alaa] al Najjar, siendo rescatados de los escombros de su hogar en Jan Yunis. De 10 hermanos menores de 12 años, solo uno sobrevivió, pero con heridas graves. El lunes temprano, vimos imágenes de una niña pequeña atrapada en una escuela en llamas en Ciudad de Gaza”, recordó Beigbeder. Casos que “no son números”, dijo, y se suman a “una larga y desgarradora lista de horrores inimaginables”.

Para el embajador palestino ante la ONU, Riyad Mansour, los episodios de esta semana dejaron de ser uno más entre miles cuando rompió a llorar en el Consejo de Seguridad, indignado por el sufrimiento y la muerte de los más pequeños de Gaza. Desde el comienzo de la guerra en Gaza, más de 17.000 niños han fallecido, de los que alrededor de 1.000 no habían cumplido un año. “Es insoportable. ¿Cómo podría alguien tolerar este horror?“, cuestionó compungido.

La comunidad internacional ha reavivado sus críticas contra el Gobierno de Benjamín Netanyahu por el daño que su operación Carros de Gedeón para, según sus palabras, “conquistar Gaza”, está causando en la población civil de Gaza.

Además de la incesante operación militar, la política israelí de bloqueo a la entrada y distribución fluida de ayuda ha convertido a la Franja palestina en el “lugar más hambriento del mundo” ―en palabras de Jens Laerke, portavoz de la Oficina de Coordinación Humanitaria de la ONU (OCHA)―, con toda su población (2,2 millones de personas, la mitad, niños) en riesgo extremo. Un uso indiscriminado del hambre como arma de guerra, denuncia la ONU, sin distinguir entre combatientes e inocentes, que representa una violación del derecho internacional.

“Nos encontramos casos de niños que se quedan sin sus cuidadores constantemente”, asegura Rosalía Bollen, portavoz de Unicef en Gaza, donde ha estado hasta finales de abril. Al menos 39.384 menores de edad han perdido a alguno de sus progenitores, de los que 1.945 se han quedado huérfanos de ambos, según datos de febrero sobre esta circunstancia del Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás. Desde entonces, con la ruptura del alto el fuego unilateral de Israel el 18 de marzo, la intensificación de los ataques y el bloqueo a la entrada de suministros básicos, estas cifras no han dejado de aumentar.

La muerte de los progenitores y parientes cercanos no es la única causa por la que decenas de miles de niños se quedan sin cuidadores en el enclave, remarca Bollen. “El problema es mayor, hay muchas circunstancias: hay niños cuyos padres quedan heridos y son ingresados en hospitales, o padres que son detenidos por el ejército y son llevados fura de Gaza, hay casos de abusos…”. Las estimaciones que maneja la ONU elevan a 17.000 los menores en esta situación de carencia de protección parental. A falta de instituciones que se hagan cargo, la mayoría son acogidos por la familia extensa.

“Aquí existe una red comunitaria; no se quedan solos. Las familias son muy grandes y abiertas. En la clínica, muchas mujeres llegan con cinco u ocho niños, diciendo que la mitad son sus hijos y el resto son de otros familiares que fueron asesinados”, explica Martina Marchiò, líder del equipo sanitario de Médicos sin Fronteras en Ciudad de Gaza, por mensajes de texto.

En los puntos de atención sanitaria de Médicos del Mundo, explica Sally Suhail Saleh, coordinadora de la ONG en Gaza, facilitan el acceso de estos niños a los servicios directamente, “sin poner énfasis en si están acompañados por sus padres o no, o si tienen un tutor”.

A Ward Jalal al Shiek Jalil la encontró su tío cuando la vio en las fotografías de las noticias. Pero, en una Gaza colapsada, no existe un sistema estructurado de búsqueda de familiares cuando los rescatistas se encuentran a niños solos entre las ruinas. “Reunir a estos niños con sus familiares es casi imposible”, lamenta Suhail Saleh.

Unicef es uno de los organismos encargados de la ardua tarea de buscar a los parientes vivos de los niños que se quedan sin adultos cercanos que les cuiden. “Consume mucho tiempo”, pero casi siempre consiguen encontrar a alguien que asume su tutela. “Es lo más beneficioso para ellos”, explica Bollen. “Los parientes que los acogen son muy solidarios, lo hacen por defecto, no por obligación. Ellos mismos enfrentan muchas dificultades, no tienen qué comer, se han desplazado varias veces y asumen una boca más que alimentar”, agrega. A esas familias, las organizaciones las apoyan con dinero para adquirir alimentos y apoyo psicosocial.

Son una minoría, según las expertas consultadas, los que no encuentran amparo en la familia extensa cuando les falta la más cercana. En esos casos, “el riesgo que corren es extremo”, advierte Suhail Saleh, de Médicos del Mundo, por mensajes de voz. “Son más susceptibles a la explotación y el abuso. Sin tutores, son vulnerables al trabajo forzado, al reclutamiento por parte de grupos armados, y también a algún tipo de abuso sexual”. Bollen explica que sin casa o comida y traumatizados, “harán lo que sea para sobrevivir”. Únicamente en estos casos, cuando las organizaciones los encuentran completamente solos y nadie puede hacerse cargo, se les lleva a alguno de los refugios gestionados por ONG.

“La situación es difícil en todas partes ahora, especialmente en el norte. Las familias de estos niños huérfanos hacen todo lo posible por garantizar al menos una comida al día, pero muchas personas no han comido en tres o cuatro jornadas. Las cocinas comunitarias están cerradas y el mercado está casi vacío. La gente llega a nuestra clínica llorando porque están muriendo de hambre: niños, adultos, ancianos. Ayer [por el viernes], dos niños recogían hierba en la calle para cocinarla por la noche”, relata Marchiò.

“La desnutrición en niños y en mujeres embarazadas y lactantes ha aumentado un 32% en nuestras clínicas en Gaza en las últimas semanas”, asegura la trabajadora de MSF. La ONU estima en su último informe de situación del pasado miércoles que alrededor de 71.000 niños menores de cinco años están en riesgo de caer gravemente desnutridos, cifra que incluye a 14.100 en situación crítica.

“Los niños palestinos no tienen nada que ver con el 7 de octubre”, eleva la voz Bollen, indignada al otro lado del teléfono. Pero desde el ataque terrorista de Hamás en Israel ese día, en el que fueron asesinadas más de 1.200 personas y secuestradas más de 250, los niños de Gaza lo están perdiendo todo en esta guerra: la vida, su salud, a sus padres y, también, su futuro.

Las escuelas públicas están todas cerradas, ahora funcionan como refugios para personas desplazadas. La portavoz de Unicef se confiesa sorprendida porque, cuando les pregunta a los padres o tutores en Gaza qué necesitan para sus pequeños, estos responden que educación. “Una espera que le digan comida o medicinas, pero están preocupados porque, después de dos años sin clases, temen que haya toda una generación perdida”.

Unicef es una de las entidades en terreno que trata de paliar como puede esa carencia impartiendo formación en tiendas de campaña. Pero las continuas órdenes de evacuación del ejército israelí ponen muy difícil mantener estos espacios de aprendizaje mucho tiempo. “Algunos niños toman clases en línea, otros asisten a escuelas improvisadas en tiendas de campaña o edificios aún en pie, dirigidas por algunos maestros”, apunta Marchiò.

Un grupo de niños participa en actividades en un espacio de aprendizaje temporal apoyado por Unicef en el campamento de Nuseirat, en Gaza, el pasado 11 de mayo.

Todo este daño, físico y psicológico, que padecen los más pequeños, según el relato de la coordinadora de MSF, no es accidental. “Los niños son objetivos. Muchos llegan a los hospitales ya en estado crítico, con heridas graves. Algunos sobreviven, pero su vida cambia para siempre porque quedan con alguna discapacidad. Recuerdo a una niña de nueve años que llegó a nuestra clínica para que le curásemos sus heridas. Perdió las dos piernas, a su padre y a dos hermanos. Su madre y su hermana aún estaban vivas. La hermana estaba con ella. Ambas tenían la mirada de un adulto. La niña nos dijo: ‘Quiero morir para reunirme con mi padre”. En ese momento, continua Marchiò, una gran explosión sacudió el suelo y las paredes: “En ese instante pensé que habíamos perdido, que la humanidad había perdido y que mañana no habrá perdón para nadie”.

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Sobre la firma

Alejandra Agudo (enviada especial)
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM
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