Enviada especial a X
Una visita a la capital de las redes, donde una fan del anime se hace preguntas vitales y Grande-Marlaska aparece viendo el tenis

Me asomo a esta ventana mientras se dan un chapuzón los teclados de los compañeros que, a la manera del corresponsal, cuentan aquí lo que pasa en las redes. Digamos que estoy de enviada especial a una región cuya geografía desconozco, esencialmente, porque la frecuento poco. Aterrizo en X, la capital de las redes, donde están los centros de poder, y donde algunos estamos como muchos en Washington o en Bruselas: por razones de trabajo.
Nada más pisar la jurisdicción de Elon Musk, la primera, en la frente: “Dudo que haya en Europa una organización más siniestra que la Redacción de El País”, tuitea uno. “La tuna de Derecho”, le replica otro. La mayoría de las veces, lo mejor de un tuit son las respuestas. A este fraseo entre gente con currículos carísimos, le siguen anuncios de criptomonedas, del menú degustación de un tailandés y de Temu, lo que me confirma que quienes estén ahí arriba me han robado pocos datos.
Ustedes creen que sería más difícil que una persona de la actualidad de adapte a la era medieval o que una persona de la era medieval se adapte a la actualidad?
— 𓆩♡𓆪 (@xrdnxjxlx) July 12, 2025
Sigo haciendo scroll y me sale al encuentro, cosas del algoritmo, una joven argentina fanática del anime, @Xrdnxjxlx, que suelta como quien se aburre muchísimo: “Ustedes creen que sería más difícil que una persona de la actualidad se adapte a la era medieval o que una persona de la era medieval se adapte a la actualidad?”. “Un pibe de la era victoriana se come unos Doritos con una coca y se desintegra”, le ilustra un tipo que asegura ser abogado. En X siempre sale un abogado que responde a tus dudas, sobre lo que sea. Son como Grok, la IA del dueño del cotarro, pero de oficio.
Porque Musk ha engendrado un hijo llamado X Æ A-12 y un cuñado que se llama X. Cuentan los viejos del lugar que antes de llegar él, cuando era Twitter, todo era campo. Los tuiteros se saludaban al cruzarse bajo el trinar del pajarillo, y se pedían sal, y se cuidaban a los niños, y nadie cerraba con llave. Dicen que aquello daba gusto, era un caos ordenado por el buen rollo, donde los políticos eran políticos y los periodistas, periodistas.
Pero en X, al que asome la cabeza lo acribilla un ejército de valientes escondidos bajo las faldas del pseudónimo. Y uno de los rasgos que adornan la red es una misoginia feroz: “@pilareyre és una puteta barata”, escupe un tipo bajo un nombre absurdo. “De barata nada”, se carcajea la veterana periodista y escritora.
Hablando de periodistas y escritores, quien nunca falla es Pérez Reverte, que tiene entre sus virtudes ser el mejor guionista de sí mismo después de Joaquín Reyes. Anduvo Don Arturo, como le llaman los que sueñan con Alatriste, inaugurando la temporada de verano con su bronca anual sobre la rojigualda que ondea en su barco. “¿Algo que objetar?”, provoca con un vídeo de una bandera con el escudo constitucional flameando en su (preciosa) embarcación. Y ya se entretiene la tarde con que si el escudo real es para la Armada y lo propio para su barco es el de la corona en azul, y otras discusiones de mostrador de tienda de maquetas. Don Arturo, siempre a su altura, zanja las enmiendas con un “¿Y?”. Después, aplaude una soflama de Meloni que daría escalofríos fuera de esa red borracha de llamadas al linchamiento de la “manada de moros invasores” en Torre Pacheco. Avanzas un poco y te topas con Grande-Marlaska en la final de Wimbledon. Y decides que no quieres ver más, ni quieres leer más. Solo quieres embarcarte en un (precioso) velero como el de Don Arturo, pero con el escudo del Cádiz, y echarte a la mar.
¿Algo que objetar? pic.twitter.com/XJN8kzeRv6
— Arturo Pérez-Reverte (@perezreverte) June 28, 2025
Hay otros mapas. Espacios que ofrecen un amable asilo a quienes logran salir de la red de un desquiciado millonario ultra. Bluesky, Mastodon… lugares que a los adictos a los chutes fuertes les parecen la Real Academia o un parque de bolas. Pero también se puede escapar uno de todo eso y echarse a la calle a pasear, y cruzarse con los vecinos y saludarlos, incluso pedirles sal. Como si viniera otro apagón. Como si volviera el viejo Twitter.
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