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lecturas internacionales
Columna
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Última fase antes del genocidio

Según la doctrina de Netanyahu los palestinos tendrán que escoger entre la deportación y la muerte

Un niño palestino, sobre las ruinas de un edificio bombardeado en Gaza.
Lluís Bassets

Hace 100 años era un crimen en busca de un nombre. Ahora es un nombre que no se puede pronunciar para denunciar su repetición sin provocar escándalo, hasta devenir culpable e incluso sometido a persecución quien lo usa. Marca entero el siglo XX, desde que el Gobierno otomano deportó y asesinó alrededor de dos millones de armenios. Alcanzó la cima de la depravación con la persecución y exterminio por el nazismo de seis millones de judíos europeos. Culminó al final de la centuria en Ruanda y Srebrenica, las primeras matanzas tipificadas como tales, que condujeron a condenas penales a cargo de la justicia internacional. Sin el horror ante el asesinato industrializado de los campos hitlerianos probablemente nadie lo habría tipificado como delito universalmente perseguible. Tampoco el Estado de Israel habría obtenido de Naciones Unidas tan rápido reconocimiento como refugio para quienes habían escapado de las matanzas y protección para los judíos de todo el mundo.

En los juicios de Núremberg contra los dirigentes nazis nadie fue condenado por tal crimen, pero tuvo un efecto inmediato, solo tres años después, en la Convención de Naciones Unidas para la Prevención y Sanción del Genocidio. Su texto traduce legalmente el compromiso internacional para evitar los intentos “de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”. Fue como decir “nunca más”. La Convención no castiga tan solo a quienes lo cometan, sino a quienes lo intenten, instiguen a cometerlo o sean cómplices, y exige de los firmantes, Israel y Estados Unidos entre otros, que lo persigan y hagan cuanto esté en su mano para evitar que se cometa.

La relatora de Naciones Unidas para los territorios palestinos ocupados desde 1967, la abogada italiana Francesca Albanese, no alberga duda alguna de que se está cometiendo en Gaza y también en Cisjordania. En su último informe ha investigado “la máquina empresarial que sostiene el proyecto israelí de ocupación colonial mediante el desplazamiento y reemplazamiento de los palestinos de los territorios ocupados” y las complicidades de las “corporaciones que aprovechan la economía israelí de la ocupación ilegal, el apartheid y el genocidio”. Como represalia, Washington ya la ha incluido en el grupo de juristas del Tribunal Penal Internacional sometidos a sanciones por “antisemitismo, apoyo al terrorismo y desacato hacia Estados Unidos, Israel y Occidente [sic]”.

Las dimensiones de la guerra en Gaza desbordan el debate jurídico sobre los delitos cometidos desde el 7 de octubre de 2023, tanto por parte de Hamás como de Israel. Muchos juristas prefieren recurrir a la tipificación de crímenes de guerra e incluso contra la humanidad, en vez de genocidio. Hay argumentos técnicos, como una cierta dificultad probatoria, pero también ideológicos, por la ruptura -para muchos insoportable- del tabú que impide acusar de genocidio precisamente al Estado judío.

Son clarificadoras las ideas de Trump y Netanyahu respecto a la ‘solución final’ imaginada entre el candidato al Nobel de la Paz y el presunto criminal de guerra que le ha propuesto para el galardón. Primero, una tregua de 60 días, con intercambio de prisioneros y rehenes, a modo de blasón de pacificador para Trump, que Netanyahu sigue demorando y no quiere que sea definitiva. Luego la paz, que el trumpismo imagina como un inmenso negocio turístico, y Netanyahu como una ‘victoria total’, interpretada por sus ministros más extremistas como la anexión territorial, la deportación de la población y la exclusión de cualquier fórmula de Estado palestino.

Sometidos al cerco del hambre, los gazatíes sufren la presión letal del “ejército más moral del mundo” y de una organización de seguridad privada que se autodenomina Fundación Humanitaria para Gaza, encargada del reparto de alimentos y responsable de cerca de 800 asesinatos en las colas de espera. En Rafah se prepara un campo de concentración, o acaso un gueto, calificado también de ‘humanitario’, para 600.000 gazatíes, mientras se allana el resto de la Franja para levantar la Riviera de Oriente Medio trumpista. Los palestinos tendrán el “derecho a escoger”, según Netanyahu: entre la deportación y la muerte, macabra sustitución del derecho a la autodeterminación.

Un genocidio no surge de pronto, sino que llega gradualmente, observa Gideon Lévy en el diario Haaretz. “Uno no se despierta una mañana y pasa de la democracia a Auschwitz”, ha contado este periodista descendiente de víctimas del nazismo y veterano portavoz de Simon Peres. Describe una primera fase de deshumanización de las futuras víctimas. Sigue otra de demonización. Y llega la última, cuando el grupo en peligro se convierte en una amenaza existencial, en el actual caso para Israel, y en culpables todos y cada uno de sus miembros, sin distinción de edad o condición. “Ahora estamos en esta última fase, la previa al genocidio”, ha escrito el veterano periodista. A diferencia de otras ocasiones, esta vez estamos todos perfectamente advertidos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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