Srebrenica: estábamos allí y no sirvió de nada
Lo sucedido hace 30 años sigue siendo uno de los fracasos más dolorosos de la diplomacia mundial, de la presencia humanitaria y de mi propia experiencia

Hace 30 años, el 11 de julio de 1995, comenzó la masacre de Srebrenica, uno de los episodios más atroces de la guerra de Bosnia y la peor matanza en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. En el transcurso de apenas unos días, más de 8.000 hombres y niños bosnios musulmanes fueron sistemáticamente ejecutados por las fuerzas serbobosnias bajo el mando del general Ratko Mladić y sus milicias. Srebrenica había sido declarada “zona segura” el 16 de abril de 1993 (Resolución 819) por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La ONU no impidió el avance serbobosnio ni protegió a la población civil. Las fuerzas de paz de la ONU, superadas en número, mal equipadas y sin estrategia, no ofrecieron resistencia significativa.
La masacre fue calificada como genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia y confirmada por la Corte Internacional de Justicia, marcando un hito jurídico y moral en el derecho internacional. Este genocidio fue observado, subestimado y, en última instancia, tolerado por la comunidad internacional. Este crimen marcó un fiasco colectivo en la protección de poblaciones civiles y cuestionó la eficacia del sistema multilateral para prevenir atrocidades masivas, dejando cicatrices profundas en Bosnia y una lección amarga y vergonzosa para la comunidad internacional sobre las consecuencias de su inacción.
Srebrenica sigue siendo uno de los fracasos más dolorosos de la diplomacia mundial, de la presencia humanitaria y de mi propia experiencia. A día de hoy, persisten preguntas sobre el significado de ser testigo, alzar la voz y actuar —o no actuar— ante una atrocidad masiva.
Una falsa promesa de seguridad
Como actores humanitarios, llevábamos en Srebrenica desde 1993, prestando apoyo a clínicas, atendiendo a los heridos e intentando abastecer a un enclave azotado por el hambre. Pero cuando comenzaron las matanzas, solo pudimos proteger a parte del personal. Fuimos testigos, no escudos. Personas que prestaban ayuda, pero no elementos disuasorios.
La protección que parecía ofrecer la “zona segura” era una falsa promesa, respaldada por fuerzas de paz con recursos insuficientes, indecisión política y una presencia humanitaria impotente frente a la maquinaria asesina.
La comunidad internacional —la OTAN, la ONU y las potencias occidentales— solo intervino de forma decisiva tras la masacre, lo que refleja sus prioridades geopolíticas y el hecho de que consideraban Bosnia más un territorio que gestionar que una entidad soberana.
Lecciones que ya deberíamos haber aprendido
Los trabajadores humanitarios aprendieron, o deberían haber aprendido, duras verdades: ignorar las voces locales y ver los conflictos a través de una lente norte-occidental distorsiona la comprensión que podemos tener de los mismos y la capacidad de respuesta. Centrarse en el control y la estabilidad suele ir en detrimento de la justicia y la reconciliación. En este caso, el mero hecho de estar presentes no protegió a la población, sino que solo sirvió para presenciar la violencia. El silencio en nombre de la neutralidad supuso un riesgo de complicidad, difuminando la línea que separa la acción de la inacción moral. El humanitarismo nunca debe servir de excusa para la inacción internacional ni sustituir el valor político y la protección militar.
Más allá de esto, a menudo se pasa por alto una lección crucial: en crisis como la de Srebrenica —y la actual de Gaza— los esfuerzos humanitarios deben ir más allá de la ayuda de emergencia y apoyar soluciones no humanitarias al genocidio y los crímenes contra la humanidad. Lo que podría haber salvado vidas en Srebrenica no era otro convoy médico con suministros quirúrgicos, sino el valor de abrir corredores seguros para que las familias pudieran escapar a Bosnia central y reunirse. En Gaza, por el contrario, aunque la gente pueda intentar huir, la denegación del derecho al retorno, ya anunciado por Israel, niega a los palestinos la posibilidad de salir y volver después a sus hogares, lo que les deja atrapados en una situación desesperada e ineludible.
Justicia internacional: tardía pero necesaria
Los tribunales internacionales tardaron años en hacer justicia con algunos de los arquitectos del genocidio. El TPIY contribuyó a definir la jurisprudencia en materia de genocidio y las normas de rendición de cuentas. Karadžić, Mladić y Milosevic fueron capturados y juzgados. Pero los supervivientes tuvieron que esperar demasiado tiempo. Muchos de los responsables siguen en libertad. Y el genocidio sigue sin reconocerse en algunas partes de Bosnia y de toda la región.
Si bien no es competencia de los trabajadores humanitarios actuar como ejecutores de la justicia, sí que forma parte del reto humanitario: no impartir justicia directamente sino preservar la memoria, proporcionar datos, defender la verdad y garantizar que los supervivientes puedan tener un espacio donde expresarse.
De Srebrenica a Gaza o Sudán
Al conmemorar este 30 aniversario, nos persiguen crisis morales similares: en Gaza, Sudán, Tigray y Myanmar, los civiles son sistemáticamente atacados, privados de alimentos, desplazados y bombardeados, a menudo a la vista de todo el mundo. ¿Estamos preparados para hablar con claridad cuando vemos patrones de exterminio? ¿Cómo desafiamos la duplicidad de los gobiernos? ¿Podemos seguir pagando cualquier precio, aceptar condiciones inaceptables, con tal de lograr acceso a la población para prestar ayuda?
La responsabilidad de recordar y actuar
Homenajear a las víctimas de Srebrenica hoy debe ser algo más que un acto de duelo. Debe servir como memoria institucional para las organizaciones humanitarias. Si decimos “nunca más”, debemos actuar en consecuencia, sabiendo reconocer, 30 años después, los primeros indicios de atrocidades en otras crisis, resistiendo las presiones políticas que pretenden minimizarlas y exigiendo medidas, incluso cuando ello ponga en peligro nuestro acceso a la zona.
Porque el próximo Srebrenica no siempre vendrá precedido de sirenas de alarma. A menudo llega lentamente, y después se manifiesta en toda su crudeza de golpe: mientras el mundo debate sobre semántica, espera una verificación o, simplemente, decide mirar hacia otro lado.
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