Corazón
Si las mujeres son víctimas en los procesos de aborto, como entre líneas plantea la reforma británica, ¿no sería lógico trabajar para que no tuvieran que tomar esa decisión?


Hace un par de semanas, el Parlamento británico aprobó la despenalización del aborto para las mujeres en cualquier estado de gestación. Esto no implica que el aborto vaya a ser libre a partir de ahora, al menos sobre el papel. Los plazos previstos por la ley siguen vigentes: se puede abortar hasta la semana 24, y hacerlo más allá de ese período sigue siendo ilegal. Pero las mujeres que incurran en esa ilegalidad no serán investigadas ni juzgadas, recayendo la responsabilidad penal solo en quienes posibiliten o colaboren en el aborto, normalmente personal sanitario.
Quizá no sea intencionado, pero eximiendo a las mujeres de toda responsabilidad, esta ley no las concibe como sujetos libres y dueños de sus decisiones (pues, si lo fueran, tendrían que asumir responsabilidades, como asumirán los médicos), sino como víctimas del aborto. Víctimas de las circunstancias que llevan a algunas a tomar esa decisión, que pasa en infinidad de ocasiones por parejas negligentes, cuando no maltrato físico o psicológico, falta de acompañamiento familiar y social o inestabilidad laboral o económica. Y también víctimas de lo que vivirán después de haberla tomado, lo cual incluye posibles secuelas psicológicas que algunos defensores del aborto se empeñan en negar.
La lógica que se ha seguido al tomar esta medida es similar a la de las propuestas abolicionistas de la prostitución. En ellas, la prostitución es un delito para quien la posibilita (proxenetas) y para quien la consume (puteros), pero no para quien la ejerce (las prostitutas). Se las exime de toda responsabilidad porque el abolicionismo defiende que, incluso cuando no son víctimas de trata, sí que lo son de una serie de circunstancias y dinámicas (económicas, sociales) que las privan de una libertad efectiva para tomar la decisión de prostituirse.
Puede que lo que parece un tanto para los partidarios del aborto libre sea, paradójicamente, una de las llaves que abran la puerta a un cambio de paradigma. Pues si las mujeres son víctimas en los procesos de aborto, como entre líneas plantea la reforma británica, ¿acaso no sería lógico trabajar para que no tuvieran que tomar esa decisión, del mismo modo que el abolicionismo de la prostitución plantea la necesidad de encontrar los cauces sociales y políticos para evitar que ninguna mujer se vea abocada a dedicarse a ello?
El pensamiento liberal progresista parte de una ingenuidad: cree estar mandando al traste lo anterior y fundando, a su vez, lo definitivo. Piensa, en una contradicción inexplicable, que los habitantes de los últimos dos siglos y pico hemos cuestionado el legado de los anteriores, pero que las generaciones venideras abrazarán acríticamente nuestra herencia. Pero vendrán quienes cuestionen lo que ahora pensamos conclusivo. Quienes nos hagan ver que estábamos equivocados en cuestiones que defendíamos como impepinables.
Y no sé si lo veré, ni si lo verán ustedes, pero intuyo que una de las sorpresas será la relativa al derecho a la vida, cuya defensa vendrá quizá de lugares que ahora nos parecen insólitos, como el feminismo. O igual no tan insólitos: busquen los discursos de Clara Campoamor en defensa de la protección del no nacido y la embarazada. Pueden llamarme loca; no solo están en su derecho, sino que igual les doy la razón. O pueden pensar que, como escribió Pasolini, ese comunista ateo contrario al aborto, es probable que vengan quienes ya no tengan “miedo ―como teníamos antes, con razón― de no desacreditar lo suficiente lo sagrado, o de tener un corazón”.
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