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Columna
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Vivir con los ojos abiertos

La razón que me mueve a no dejar de presenciar escenas que producen dolor, furia o indignación es emocional: se basa en el convencimiento moral de que no podemos dejar solos a quienes sufren

Un hombre llora la muerte de un ser querido. A su lado, una niña herida, en el hospital de Al Shifa, en la franja de Gaza, este miércoles.
Elvira Lindo

Cada vez más gente prefiere no saber, cuidar del sueño nocturno desde que se levanta, como aconsejan los médicos, mantener a raya el nivel de estrés, cabreo o angustia. Cuando alguna vez esbozas un comentario sobre la estupefacción que te provoca lo que ocurre, escuchas: yo es que ya no veo, prefiero ignorar. Tal vez se deba a que piensen que no pueden contribuir a mejorar el mundo, que su voluntad es homeopática, no corta el mal de raíz. Entiendo esa sensación. Pero este encogimiento de hombros me irrita: yo no podría abstraerme, digo; el compromiso con mi oficio no me lo permite. Luego, ya sola, rumiando cuál habría sido la réplica más sincera, pienso que el compromiso dista de ser profesional. Hay tantos expertos en conflictos internacionales, en tribunales, en politología que mis palabras se pierden siempre entre tanto ruido. La razón que me mueve a no dejar de presenciar escenas que producen dolor, furia o indignación es más emocional: se basa en el convencimiento moral de que no podemos dejar solos a quienes sufren.

Estos días pasados, el nivel de ignominia ha superado la resistencia de muchos de nosotros. Demasiadas abyecciones que se amontonan, se solapan, que no te dejan respiro. Hubiera preferido no escuchar, por ejemplo, al canciller alemán Merz, diciendo que Israel hacía el trabajo sucio a Europa atacando Irán. ¿Por cuánto tiempo se permitirá que Alemania trate de expiar el pecado de haber asesinado a millones de judíos mediante el apoyo a un Estado genocida que actúa con igual inhumanidad? Hubiera preferido no saber que el 80% de los israelíes apoyan el fanatismo criminal del jefe. ¿Es que no perciben que así vulneran la palabra de sus ancestros, aquel tesoro filosófico y ético que contenía la religión y la cultura de los que fueron masacrados?

Hubiera preferido no ver los sonrientes rostros de los mandatarios europeos al rodear en la foto al gran matón. ¿Duermen a pierna suelta mientras cada día se asesina a bombas, disparos, hambre o frío a tanta criatura inocente? Hubiera preferido no contemplar el colegueo rastrero de Mark Rutte, no escuchar cómo animaba al super daddy a ser duro cuando los desobedientes lo merezcan o a dejar claro, por ejemplo, que con toda esa ética de la que la Unión Europea aún presume nuestro papi justiciero se puede limpiar el culo siempre que quiera.

Preferiría creer en el discurso del europeísmo (y sí, sabemos que vivimos en un lugar privilegiado), pero me indigna la hipocresía de los que dicen que pagarán lo que exige el gran líder aun a sabiendas de que cuando llegue el momento dicho líder o bien no estará en la Casa Blanca o bien no habitará un mundo que habrá dejado profundamente enfermo. Preferiría haber presenciado algo de valor, aunque el valor y la dignidad suelan despertar el conflicto. Escucho a los analistas, que suelen pensar que carecemos de astucia, advertirnos de que todo esto no es más que una estrategia internacional sobrevenida de Sánchez para contrarrestar el desprestigio sufrido por la corrupción y pienso que no me importa el objetivo último de sus acciones si ha logrado que en Europa se alce de pronto un basta ya dirigido al Gobierno de Israel y también una disensión a la codicia agresiva de Trump. Prefiero asistir a un momento incómodo en la gran orgía del armamento que tener la sensación de que en este momento histórico nada puede hacerse. Dónde queda nuestra voluntad. Nuestro viejo impulso de salir a la calle, como cuando gritamos contra la invasión de Irak auspiciada por los exportadores de la democracia, entre ellos, este señor que ahora dice que el sistema electoral español puede estar amañado. ¡Él! ¡Preferiría no verlo, ni escucharlo! Pero no puedo evadirme. Soy una más entre las muchas personas que duermen mal. Rogaría que en la sección de Ciencia se contemplara alguna vez que si no dormimos bien es porque vivimos con los ojos abiertos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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