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Columna
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Cuando se derrumba la confianza

O se restaura enérgica, radical e inmediatamente. O se cierra etapa y se abre nueva página

Pedro Sánchez, en la rueda de prensa del 13 de junio.
Xavier Vidal-Folch

Cuando se derrumba la confianza (en una pareja, en una empresa, en un proyecto político), o se restaura enérgica, radical e inmediatamente. O se cierra etapa y se abre nueva página.

Esto sucede hoy con el mandato de Pedro Sánchez. No por ilegítimo (esa falsedad ultra). Ni porque sus políticas públicas sean injustas o ineficaces (al contrario, el grueso de las mismas es remarcable: en lo económico, lo social, lo energético, la normalización de Cataluña…). Ni por sus discutibles modos (exceso de decretos-leyes, tendencia a confrontar antes que a cooperar…).

Sino a causa de dos casos de presunta corrupción: José Luis Ábalos, Santos Cerdán. Porque su selección y mantenimiento como secretarios de Organización del primer partido en el poder revelan un error de juicio grave y continuado del líder. En asunto clave, la identificación de instrumentos esenciales (personales) para una política. Y con efectos contaminantes en el Gobierno: en el anterior, pero que en esencia es el mismo y con igual presidente. Subrayemos que se trata de un acto continuado: no solo en Derecho dos sentencias constituyen jurisprudencia.

El goteo diario de ambos casos (y el de Koldo, que en realidad conforman uno, pues una es la trama) en diarios y noticiarios será letal si se añade algún cuarto personaje o ramificación de bulto. Pero ya es ahora insoportable para la estabilidad parlamentaria y la emocionalidad ciudadana, por mera tracción de la inercia procesal. La obscena aparición sucesiva de conductas desaprensivas sepultará toda novedad positiva. Iremos a susto diario y no habrá espacio en la conversación pública para cualquier atisbo de gobernanza.

Solo una reacción rampante para revertir la desconfianza (empeorable) revertiría este desastre.

Con medidas entrelazadas, como: 1) elección para la nueva cúpula del partido de gente honesta, con años de credibilidad acreditada ante el electorado, y no burócratas oscuros; 2) separación entre liderazgo en el partido y del Gobierno, troceando el control, hoy verticalizado y unipersonal: Sánchez debería elegir entre encabezar uno u otro; 3); en cualquier caso, remodelación ministerial; 4) en ausencia de una moción de censura, ese deber incumplido de la oposición, cuestión de confianza; para reconstruirla ante todos y visualizar una mayoría (o no) parlamentaria; 5) o bien medidas de efecto (casi) equivalente, como un pacto para el presupuesto de 2026, que evidenciaría estabilidad, sin acogotar a los aliados; 6) en su defecto, propuesta, por Sánchez, de un candidato alternativo a la presidencia del Gobierno, de su misma familia política: nueva investidura por dos años; y 7) programa legislativo exprés anticorrupción: medidas contra los sobornos, inhabilitaciones permanentes; y transparencia de todos los actos administrativos, incluido el más nimio, desde la primera propuesta. Al menos.

O algo parecido, o combustión acelerada.

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