La España de Juan Palomo
El fiscal general del Estado es el máximo responsable del combate contra el delito en nuestro país, y a la vez ha borrado huellas de posibles delitos


España es el país de Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como. Por supuesto, no hay que caer en la trampa narcisista de la excepcionalidad. Hay muchos otros ejemplos ilustres, como el ruso Leonid Rózogov, que se operó a sí mismo de apendicitis en la Antártida, o la mexicana Inés Ramírez, que se practicó una cesárea. Es menos dramático el caso de Glenn Hoddle, al que se podía ver entrenando y jugando en el Chelsea en los años noventa, y el pintor José Luis Cano, que escribió un tratado memorable sobre el esquizoide carácter aragonés. Pero en nuestro tiempo, la variante de moda es político-legal y ahí España ofrece ejemplos destacados. Esta legislatura está marcada por un acuerdo de impunidad a cambio de votos, una transacción que es una especie de matrioska de corrupciones: la ley de amnistía. Los votos de los beneficiarios de la medida han sido fundamentales para su aprobación, y la obscena crudeza de ese pacto siempre ha proyectado la sombra de la autoamnistía, como apunta la Comisión Europea.
El caso del fiscal general del Estado, inocente mientras no se demuestre lo contrario, es otro ejemplo de este círculo vicioso. Es el máximo responsable del combate contra el delito en nuestro país, y a la vez ha borrado huellas de posibles delitos. Será investigado y al mismo tiempo dará órdenes a quien lo investigue. Su dimisión es un acto libre y personal; por eso el Gobierno ha adelantado que no se va a producir. Muchas razones justificarían que dejara el cargo y hace tiempo que debería haberlo hecho: la contradicción insostenible y la posición de sus subordinados, el descrédito de la institución y del conjunto del sistema, su propia capacidad de defenderse libremente. En este momento de bucle autorreferencial y de turbiedad, con ministros en permiso de paternidad criticando a jueces y abroncando a periodistas en las redes, resulta particularmente inoportuno que la reforma de la justicia pretenda dejar en manos de la Fiscalía la instrucción de los procesos y un tanto desasosegante que la UCO vaya a depender en esa materia del fiscal general del Estado. En la versión que publicaron Isidro Ferrer y Grassa Toro del personaje, Vida y muerte de Juan Palomo, el protagonista le encontraba gusto a comerse a sí mismo y la afición resultaba fatal: esperemos que nuestro Estado controle su impulso caníbal.
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