Ucrania, un caramelo envenenado para Rusia y una guerra interminable para Putin
Aunque Moscú consiga sus objetivos militares más de tres años después de la invasión, ocupar y asimilar el país vecino sería una peligrosísima tarea


En el tablero geoestratégico, el viento no sopla a favor de Ucrania. El presidente estadounidense, Donald Trump, deseoso de impulsar sus relaciones con Rusia, intenta desentenderse de una guerra que le resulta cara, molesta y difícil de comprender; los países europeos, a su vez, lastrados por sus problemas internos y faltos de unanimidad, necesitan tiempo para sustituir la ayuda estadounidense y para organizarse en la producción y transferencia de armamento y el adiestramiento de personal en Ucrania, lo que llevará varios años como mínimo. De momento, tanto entre norteamericanos como entre europeos se observa una tendencia a ganar tiempo, a tratar de autoconvencerse de que Rusia tal vez haga concesiones y su guerra contra Ucrania se transforme en un conflicto congelado.
Sin embargo, las dos rondas de negociaciones rusoucranias en Estambul han demostrado que Moscú no planea rebajar sus exigencias, que equivalen a una capitulación de Kiev. A juzgar por el memorándum entregado por Moscú a sus interlocutores ucranios, los rusos no renuncian ni a ocupar territorios que ahora mismo no controlan (pero que Rusia ya incluyó en su Constitución), ni cejan en su objetivo de dejar a Ucrania desmilitarizada, sola e indefensa. Incluso aspiran a dictarle su política interna respecto a la lengua, la religión y la convocatoria de elecciones.
Más de tres años de guerra que han dejado miles de muertos civiles se reflejan en los campos minados, las localidades arrasadas del este ucranio, los edificios e infraestructuras bombardeadas y también en la tensión psicológica en la que vive la población, por la constante amenaza de los drones o los misiles rusos, que pueden llegar a cualquier parte del país.
No obstante, los ucranios son gente testaruda y cualquiera que haya negociado con ellos sabe que no dan el brazo a torcer fácilmente. Si el presidente Volodímir Zelenski aceptara la capitulación propuesta por Rusia, lo que no es el caso, es posible que esa posición no fuera aceptada por todos los ucranios que luchan hoy, uniformados o no, contra los ocupantes. No sería sorprendente que parte de ellos siguieran combatiendo al enemigo ruso con lo que tuvieran a mano, desde cócteles Molotov a carabinas. Cuando se produjo la invasión a gran escala, en febrero de 2022, los ciudadanos ucranios se organizaron para defender Kiev y consiguieron cortar la línea de abastecimiento de las columnas rusas que habían penetrado hasta los alrededores de la capital.
Durante siglos, los ucranios han sido considerados buenos soldados en las causas diferentes a las que han servido; fueron buenos oficiales del Imperio ruso contra Napoleón y combatieron con valor contra el Ejército Rojo. El último combate entre partisanos nacionalistas ucranios del Ejército Insurgente Ucranio (UPA) y efectivos del Ministerio del Interior y del Comité de Seguridad del Estado de la URSS (KGB) tuvo lugar en abril de 1960 en los bosques de la provincia de Ternópil, 11 años después de que, en 1949, el Consejo Supremo de Liberación de Ucrania ordenase a las estructuras de la UPA que interrumpiese su resistencia al poder soviético.
La denominada Operación Telaraña, en la que Ucrania destruyó una importante parte de la aviación militar de Rusia en cuatro aeródromos de ese país, incluida una base de Siberia, a 4.500 kilómetros de la frontera, ha llenado de satisfacción a los ucranios. “Nos ha levantado la moral porque ha demostrado que tenemos imaginación y talento”, señalaba a esta periodista un psicólogo ucranio.
Empresarios ucranios, hasta hace poco ajenos al sector de Defensa, colaboran hoy con el Ejército de su país e invierten en la descentralizada producción de drones con la misma facilidad con la que antes negociaban con otras mercancías. La socióloga ucraniana Larisa Pylgun, que ha estudiado la capacidad de autoorganización y unión de la sociedad ucrania en esta guerra, se anima cuando habla de la producción de manguitos de lana especiales para cubrir las manos de los operadores de drones y evitar que se les hielen en invierno. Pylgun califica la capacidad de autoorganización de los ucranios de “fenomenal por su envergadura, su eficacia en la resolución de los problemas, ignorando los estatus sociales, por su capacidad de aprender cosas nuevas, de invertir tiempo y recursos propios e incluso la propia vida para el futuro del país”.
La política rusa respecto a Ucrania lleva la impronta de Vladímir Putin. El presidente ruso no tiene ninguna intención de acabar la guerra, y no solo por codicia, necesidad de humillar a Ucrania y deseo de hacerla desaparecer del mapa, sino también por puro espíritu de supervivencia. Acabar la guerra es peligroso para Putin, y no solo por las numerosas dificultades para integrar las regiones ucranianas conquistadas, sino también porque la paz supondría privar al régimen militarista ruso de su columna vertebral y el sentido de su existencia. La paz supone un riesgo de desarticular un sistema político y económico que se ha ido moldeando progresivamente para la guerra y que en caso de verse privado de este fin se puede resquebrajar o verse obligado a dejar paso a conflictos ahora latentes, en las relaciones con las regiones pobladas por minorías no rusas, en el sistema económico y social y en el campo de las libertades cívicas, sometidas hoy a una dura represión en nombre de los intereses del Estado tal como los entiende el presidente ruso.
Ucrania es en realidad un caramelo envenenado para Putin y la Rusia actual. Por poco que quiera mantener con vida los “nuevos territorios” (tal como Rusia llama a las provincias ucranias de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia, Jersón y Crimea), Moscú deberá efectuar enormes inversiones para la reconstrucción de un entorno degradado cuya población en gran parte ha huido. La resistencia ucrania al secesionismo prorruso existe desde el comienzo de la guerra en 2014, pero se ha intensificado en las zonas ocupadas desde 2022. Los atentados han hecho saltar por los aires a dirigentes municipales, organizadores de los (falsos) “referendos de autodeterminación”, responsables policiales y educativos, concejales y exdiputados del Parlamento ucranio afines a los secesionistas prorrusos.
Rusia está obsesionada por la lealtad de la población local de los territorios ocupados, a la que mantiene en jaque. La Comisión Internacional Independiente de investigación sobre Ucrania, dependiente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, documentaba el pasado marzo graves violaciones de las leyes humanitarias internacionales y responsabilizaba a las autoridades rusas de “desapariciones forzadas y tortura”, “perpetradas como parte de un amplio y sistemático ataque contra la población civil y en cumplimiento de una política de Estado coordinada”. Las autoridades detienen a civiles a los que perciben como una amenaza para sus objetivos militares en Ucrania y los trasladan a “múltiples centros de detención” en el territorio ocupado o a otras prisiones en Rusia.
El número de civiles que Rusia ha encarcelado y mantiene incomunicados y en paradero secreto oscila entre 7.000 y 16.000, de acuerdo a diversas estimaciones, según Mijaílo Savva, del Centro para las Libertades Civiles de Kiev. Moscú no responde a las peticiones internacionales para revelar los paraderos de todos estos detenidos, de los cuales 1.600 han sido identificados y 900 pudieron ser visitados en 2022, antes de que Rusia vetara el acceso a la Cruz Roja. Cuando el Ministerio de Defensa ruso se ha avenido a revelar las causas de las detenciones de civiles en territorios ocupados, suele contestar con la fórmula “por oponerse a la operación militar especial (terminología oficial rusa para designar la guerra contra Ucrania)”, señala el experto. Este tipo de relación entre conquistador y conquistados invita a ser escéptico sobre la armónica integración de “los nuevos territorios” en Rusia.
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