El nuevo esclavismo español
Criminalizar a los menores migrantes en lugar de protegerlos contrasta con la benevolencia de la memoria nacional con quienes se enriquecieron vendiendo a africanos

En los primeros meses de 2021, la extrema derecha contrató espacios donde exhibir en Madrid grandes carteles alertando del verdadero peligro que acechaba a los españoles. Nada de contagios por un enemigo mortal e invisible, o una llamada de atención sobre la masacre silenciosa que había tenido lugar en las residencias de mayores durante la pandemia. El enemigo número uno tenía por nombre un acrónimo: mena. Los carteles explicaban que los llamados “menores no acompañados”, representados con un rostro embozado, eran una amenaza que cada mes costaba a las arcas públicas 11 veces lo que recibía una persona beneficiaria de la pensión no contributiva. La Audiencia Provincial de Madrid rechazó el recurso de la Fiscalía que apuntaba a un posible delito de odio hacia niños alentado con mentiras. El auto de la Audiencia contiene una peculiar declaración al referirse a los menores extranjeros: “Con independencia de si las cifras que se ofrecen son o no veraces, representan un evidente problema social y político”.
El problema creado por estos menores no estaba referido a delitos tipificados por el Código Penal. Eran migrantes menores de edad, personas vulnerables y, en consecuencia, objeto de protección de acuerdo con las leyes. La barrera de edad es indistinta a haber nacido en el Palacio Real con el futuro resuelto, en Esplugues de Llobregat y dedicarte al fútbol, o en Tombuctú y haber llegado saltando una valla de concertinas o en cayuco burlando la fatalidad caprichosa que siembra el mar.
Los menores migrantes, en su mayoría varones, ¿representan un evidente problema social y político? Samuel Johnson escribió que el patriotismo es el último refugio de un canalla. No podía imaginar que existe un resguardo más recóndito: el desprecio y la incitación al odio hacia niños y muchachos. De repente, nuestro país ha descubierto que uno de sus mayores problemas son los casi 5.800 menores acogidos en Canarias, que muchos de los gobiernos de las comunidades autónomas se niegan a recibir y atender. ¿Será porque son niños negros que un día serán adultos negros?
En otro tiempo, la preferencia de los españoles por los niños y los adolescentes africanos era tan exagerada que los europeos no salían de su asombro. No los querían para nada sucio, no vaya a pensar mal el lector desprevenido. Era para algo muy, muy sucio, tanto que ha sido borrado de la memoria nacional y de los manuales escolares, no vaya a suceder que nuestros niños descubran a lo que se dedicaban sus antepasados.
Desde el siglo XVI, el comercio de africanos esclavizados fue una actividad muy lucrativa en la Corona de Castilla y en sus dominios de América. Unas veces se dejó el negocio de la trata en manos de los súbditos y en otras se otorgó la concesión a casas extranjeras, en cuyos barcos no era difícil encontrar marinos españoles. La actividad mercantil clasificó a los esclavos por edad y sexo. Los había de tres categorías: pieza de Indias era el mayor de 16 años; se llamó mulecón al que tenía de 12 a 16 años; y muleque al que tenía de 6 a 12 años. La Hacienda Real cobraba una escala de derechos según estas categorías. Puesto que las licencias reales (los privilegios de comercio) tomaban como unidad de cuenta la pieza, y los barcos calculaban su carga humana en personas adultas, la afición por incluir menores 16 años tenía un doble estímulo, fiscal y de transporte, ya que podían añadir más al embarque. Los niños de más corta edad se podían vender como criados y pajes. Los adolescentes, mulecones, eran iniciados en cualquier tarea y pronto estaban en edad de ser dedicados a tareas más penosas, al alcanzar su plena capacidad de trabajo.
Las contratas realizadas con casas de comercio inglesas para llevar esclavos a América mantuvieron la categoría de adultos (men, women) y crearon otras dos para los menores de 16 años: men-boys y boys, para varones; women-girls y girls, para “hembras”, como se las denominaba. Los españoles no dejaban de solicitarles men-boys (muchachos) y, en menor medida, women-girls (muchachas). Los comerciantes ingleses con casa en Liverpool que trabajaban para los clientes del Caribe español no salían de su perplejidad. El 18 de julio de 1803, Thomas Leyland, de la casa Thomas Leyland y Compañía, escribía al capitán Caesar Lawson una carta. Le informaba de que el barco Enterprize, que colocaba bajo su mando, estaba listo para hacerse a la mar, y que debía dirigirse inmediatamente a Bonny, en la costa de África —hoy, Nigeria— para intercambiar mercancías “por negros de primera, marfil y aceite de palma”. La petición asemeja una lista de artículos escrita antes de ir al supermercado. Sobre los “negros” añadía una condición: “Solicitamos que todos sean hombres, si es posible conseguirlos”. Si no fuera factible atender esta petición, “compre el menor número posible de hembras, ya que buscamos un mercado español para la venta de su carga, donde las hembras son una venta muy tediosa”. En cuanto a los varones, pedía que seleccionara a “aquellos que estén bien formados y fuertes; y no compre ninguno mayor de 24 años”. El barco podía transportar 400 esclavos. El capitán Caesar Lawson prefirió añadir algunos más y embarcó 412. El 9 de enero de 1804, el Enterprize llegó a La Habana y vendió 392 esclavos. En la travesía habían fallecido 19. No pudo ser vendida una niña por hallarse enferma. Siete de cada diez esclavos vendidos eran varones. Había 98 niños y muchachos (men-boys) y 78 niñas y muchachas (women-girls), en total, 176 menores “no acompañados”. Por cada adulto se pagó en Bonny un paquete de mercancías; por los menores, la parte proporcional. El beneficio neto duplicaba la inversión realizada y podía llegar a proporcionar hasta el 150%. En este caso del Enteprize ascendió a 280 pesos por esclavo, unos 9.000 dólares a precios de hoy.
Lejos de menguar esta morbosa afición por los “menores no acompañados” extraídos de África, fue en aumento. En 1830, la fragata Veloz Pasajera, del catalán Jayme Tintó, transportó en sus bodegas hasta Cuba a 534 esclavos, de ellos un 51% niños. En 1834, el Formidable desembarcó 418 esclavos de los 728 que había embarcado en la costa africana de Calabar, la mitad niños; la mortalidad padecida durante la travesía fue del 42,6%, y a ella asistieron durante semanas los supervivientes, testigos del drama. La goleta Minerva transportó con vida a 490 esclavos en 1835, siendo los menores el 59% de la carga humana. En 1861, el bergantín Flight fue capturado por los británicos cuando se dirigía a Cuba con 504 africanos, de los que el 60,3% eran menores de 16 años. Los comerciantes, los armadores, los capitanes y la mayor parte de las tripulaciones de los navíos eran españoles.
Con este pasado, españoles y otros europeos debiéramos ser más cuidadosos con nuestras palabras y nuestras actitudes. La imagen de autoridades autonómicas negociando durante meses la retribución por acogido que deban recibir de la Administración central, a fin de descongestionar los centros de acogida del archipiélago canario, remite de manera inevitable a las antiguas transacciones económicas por seres humanos. Criminalizar a los migrantes y sembrar sospechas sobre los menores en lugar de proporcionales la protección debida contrasta con la benevolencia que en la memoria nacional han merecido quienes, movidos por el lucro, practicaron crímenes de lesa humanidad con africanos.
Forzados en el pasado hacia una vida peor, migrantes voluntarios hoy en busca de un porvenir esperanzador, África no ha cesado de ver cómo sus jóvenes parten de la tierra que los vio nacer. En nuestros días son recibidos con una hostilidad que vuelve a ser justificada en nombre de la civilización, dígase hoy control en el movimiento de personas y de fronteras.
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