La guerra de Feijóo
El líder del PP no consigue llevar a la extrema derecha a su redil: se suma al redil de la extrema derecha, que no es exactamente lo mismo


Con la manifestación contra “la mafia y su capo” del próximo domingo, el PP se incorpora ya definitivamente a la oleada reaccionaria que está absorbiendo a gran parte de las derechas liberales europeas. Cada día hay una noticia nueva en esta dirección: la última viene de Polonia, donde la extrema derecha ha conservado la presidencia de la República, con un candidato aún más ultra. Y ahora el PP, con el grotesco ejercicio de demonización del PSOE en el que busca su salvación, abre pista a la alianza con Vox, sin querer darse cuenta de que con estos movimientos de aproximación y reconocimiento, lo que va a conseguir es reforzar a Santiago Abascal y los suyos, que le ganan en capacidad de seducción y descaro. El PP da ya por descontado que para gobernar necesitara la ayuda de Vox, con el riesgo de parte del electorado en la zona intermedia entre las dos derechas acabe prefiriendo el original a la copia. O, por lo menos, en esto confía Abascal ahora mismo. Lo que es indudable es que el PP anda perdido desde que, contra todas sus previsiones, Sánchez tumbó a Rajoy con la moción de censura, y han pasado ya siete años. La derecha no encuentra la tecla adecuada. Y Sánchez resiste más de lo que muchos habían imaginado.
En política, como en la vida, las cosas a menudo son mucho más prosaicas de lo que parecen. La manifestación contra “la mafia” y “su capo” (Pedro Sánchez, por supuesto) convocada por Alberto Núñez Feijóo culmina una estrategia sin proyecto político, reducida exclusivamente a la descalificación del presidente del Gobierno. No se le conoce al líder del PP una sola idea propia, un mínimo relato sobre cuál asentar su apuesta de futuro, quizás porque como gran parte de las derechas europeas, condicionadas por los poderes económicos de la fase actual del capitalismo —que poco tiene que ver con el capitalismo industrial en el que la democracia encontró acomodo— tiene escaso margen de maniobra.
Sin duda, Feijóo, con su rostro inexpresivo y más bien triste, no es la figura adecuada para relanzar un partido que no ha superado el desconcierto de un final de etapa inesperado. Y la pregunta es: ¿por qué el partido le está aguantando? Todo el mundo sabe que con él les será difícil regresar al poder. Y sigue ahí. En parte porque el empuje de Abascal y los suyos ha descolocado al PP, que ha sido incapaz de salir del callejón buscando a un personaje susceptible de relanzar el proyecto con ambición y no solo con resentimiento. No osaron dar el salto colocando a una figura de otra dimensión y empatía al frente del partido, capaz de unificarlo no solo con el silencio, y de dar la batalla desde cierta grandeza, no solo con la repetición miserable de la descalificación del adversario con endebles fundamentos, negando el reconocimiento mutuo que da valor a la pugna parlamentaria.
La cuestión de la amnistía es un ejemplo canónico del estancamiento del PP de la mano de Feijóo y de la cuestionable cultura democrática del partido. Es propio de la democracia resolver los conflictos por la vía de la negociación y el acuerdo. La crisis de 2017 llegó muy lejos. El independentismo fue más allá de lo razonable en una declaración de independencia no nata que demostró que no se daban las condiciones para este paso. La respuesta represiva no se hizo esperar. Y era evidente que había que buscar vías de distensión y reconducción del conflicto. La amnistía lo era, como se dispone a reconocer el Tribunal Constitucional. Y a pesar de que su aplicación está lejos de haberse completado, por los sucesivos frenazos de los tribunales, sus efectos pacificadores ya son manifiestos. El clima político ha cambiado sustancialmente, lejos de los momentos de confrontación. Parece que este reconocimiento no va con la derecha, empeñada en seguir alimentando la batalla. Y el PP habla de “corrupción política” y acusa a Sánchez “de regalar impunidad a cambio de poder”. Puede que al PP le interese la conflictividad permanente con Cataluña, aunque a la hora de la verdad no le dio los dividendos que esperaba y Sánchez capitalizó la distensión.
Feijóo tira contra la amnistía cuando sabe perfectamente que si llega al poder necesitará que las derechas del nacionalismo periférico le echen una mano, en el juego normal de la alternancia democrática. Con su intransigencia, se autocondena a la dependencia de Vox, con quien ya comparte comunidades y ayuntamientos con significativas concesiones a las exigencias del neofascismo. No lleva a la extrema derecha a su redil: se suma al redil de la extrema derecha, que no es exactamente lo mismo. La deriva de Feijóo conduce al PP directamente al terreno del autoritarismo posdemocrático al que Vox viene apelando desde hace tiempo. ¿Sorpresa? No. La deriva está en el mapa europeo: miren a Francia, sin ir más lejos.
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