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Columna
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Trump, Netanyahu y España

El pacto que une a los dos líderes se quebrará. Sus intereses geoestratégicos son, en el fondo, opuestos

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibe al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en la Casa Blanca, en Washington, el pasado 7 de abril.
Víctor Lapuente

“Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída, la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18)

Las democracias por excelencia del Lejano Oeste (Estados Unidos) y el cercano Oriente (Israel), las dos tierras prometidas, están en manos de dos fanáticos aliados: Trump y Netanyahu. Pero su pacto se quebrará. Escrito está.

Sus intereses geoestratégicos son, en el fondo, opuestos. Trump necesita la paz en Gaza y Netanyahu la guerra. El presidente estadounidense ansía poner fin al conflicto para forjar suculentos negocios con los países del Golfo y tentar a viejos enemigos, como Irán. Como señala el The New York Times, todas las iniciativas de Trump en la zona son incómodas para Netanyahu, como la tregua con los hutíes o el levantamiento de sanciones al régimen sirio, por cuyo líder EE UU ofrecía hasta diciembre pasado 10 millones de dólares. Si alguien nos hubiera dicho hace unos años que militantes islamistas celebrarían en Damasco tocando el claxon una decisión del presidente Trump, lo habríamos tildado de loco.

Y Netanyahu lo ha apostado todo a la guerra. Como apunta el ex primer ministro Ehud Barak, poco sospechoso de antipatriota y que siempre ha defendido que el objetivo es que Hamás no tenga capacidad de hacer daño, Netanyahu carece de los dos requisitos para gestionar una crisis: sobriedad y estrategia. Y está cada día más débil. Su coalición de apoyo se desintegra, con una extrema derecha cada vez más irracional que sueña una Gaza sin palestinos y un ejército israelí cada vez más racional, cuyos oficiales ya no se esconden para airear su descontento con una campaña militar inmisericorde a la vez que ilógica.

En este contexto, la comunidad internacional debe aumentar su presión. Es positivo, pues, que a las críticas de Francia, Reino Unido y Canadá se sume la simbólica voz de Alemania. Y en España estamos un paso por delante, liderando el esfuerzo para sancionar a Israel. Aunque con dos excepciones: la izquierda posmoderna, que insiste en castigar indiscriminadamente a la sociedad israelí, incluyendo a la superviviente de los ataques de Hamás que cantó en Eurovisión; y la derecha trasnochada, para quien Netanyahu es un ariete en su guerra santa contra Sánchez. Critiquemos a este Gobierno en mil cosas, pero recordemos que el primer líder democrático en denunciar abiertamente la masacre en Gaza fue Sánchez, que en noviembre de 2023 frente a la puerta de Rafah puso el grito en el cielo contra la ya brutal campaña militar. Seguramente todos necesitamos espíritus más altos y menos altivez de espíritu.

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