El Tribunal Constitucional corrige una infamia
La injusta condena contra Anónimo García fue un ejemplo evidente de las miserias de la mente literal


El Tribunal Constitucional ha estimado por unanimidad el recurso de amparo presentado por Anónimo García, el creador del falso Tour de la Manada, y ha anulado la condena que había recibido. Es una noticia estupenda: repara una injusticia. Anónimo García es un creador ultrarracionalista que emplea el humor para mostrar las incoherencias de la sociedad y los medios de comunicación. Heredero de Alan Sokal y de Luis Buñuel, del situacionismo y Joey Skaggs, sus intervenciones pueden resultar pueriles, porque solo quien tiene algo de niño es capaz de distinguir y decir la verdad. Para denunciar el sensacionalismo en el tratamiento del caso de La Manada, Homo Velamine creó una web que presentaba “un tour”, donde se ofrecían recorridos por la zona del crimen y se anunciaban camisetas y calcomanías. La web, claramente irónica, estuvo tres días accesible; luego allí mismo se explicaron el experimento y sus motivos.
Los medios publicaron escandalizados la noticia de la existencia de la web; mucho menos el desmentido que los dejaba en evidencia. Anónimo García fue condenado por el artículo 173.1 del Código Penal —en la primera pero no última vez que se empleaba en un asunto de libertad de expresión— por “trato degradante”, como si hubiera querido dañar a la víctima de la violación. La Audiencia Provincial de Navarra y el Tribunal Supremo ratificaron la condena. Anónimo fue sentenciado a 18 meses de cárcel y al pago de 15.000 euros y costas. La acción y sus consecuencias también produjeron que perdiera su trabajo en Greenpeace. Juan Soto Ivars escribió un libro admirable sobre este caso: Nadie se va a reír (Debate); también denunciaron el disparate que suponía la condena Germán Teruel, Víctor J. Vázquez, Valerio Rocco y Tsevan Rabtan, entre otros.
El Constitucional considera que se vulneraron la libertad de expresión y de creación artística de Anónimo García. La injusta condena fue un ejemplo evidente de las miserias de la mente literal: un juicio a la ironía y un ataque a la sátira, una sentencia plagada de incomprensión e incoherencias. Los que trabajamos en los medios deberíamos atender a la doble denuncia de Anónimo García: el sensacionalismo y la falta de rigor (que se camuflan mejor tras buenas intenciones y etiquetas moralistas como “activismo”). Y todos, periodistas, jueces, políticos y ciudadanos, tendríamos que reflexionar sobre la atmósfera desquiciada que propició esa condena delirante.
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