Leonera
La vida pasa por nosotros y nos demuestra una y otra vez que la memoria es más traicionera que la imaginación

Las ciudades, los relojes, la memoria y el tiempo son una leonera. Lo sabe la buena literatura porque conoce bien a las personas que bajan los escalones, salen a la calle y se ponen a caminar con la ilusión de que todo está regularizado. Pero los ojos, si vamos de extranjeros, se llenan de muchas sorpresas. Y si ejercemos la normalidad en nuestro vecindario, en el camino de todos los días, estamos expuestos a que los latidos desobedientes del corazón empiecen a dialogar con los rumores de un portal, mientras el reloj que llevamos en la muñeca salta del viernes al sábado, del mañana al pasado, de un paseo diario a un beso de despedida que ocurrió hace mucho tiempo, incluso en otra ciudad o en otros labios. La vida pasa por nosotros, contra nosotros, a favor de nosotros, sobre los espejos, las fotografías, los libros, los armarios, las sábanas de una cama, los sueños, y nos demuestra una y otra vez que la memoria es más traicionera que la imaginación, que las manos se mueren poco a poco si vivimos un amor con deshonestidad y que nadie está a salvo del dolor, pero una ruptura a tiempo es menos catastrófica que un adiós aletargado en su retraso.
Salgo a la calle, voy conmigo mismo, aunque mi sombra y yo vamos a sitios distintos. Esta ciudad es una habitación doble de uso individual, procuro buscar cierto orden en mi caminata. En seguida me doy cuenta de que he empezado por el final. No me pongo nervioso al desorientarme. El amor, los hijos, el cine y literatura me han enseñado a convivir con las preguntas que se me escapan del corazón. Mientras discuto el desarreglo de mis tiempos, mis recuerdos, mis alegrías, mis heridas, mis ganas de vivir, veo a través de una ventana que alguien está leyendo un libro. Sonríe. Sonrío. Me acerco, saco un bolígrafo que no funciona, busco en el bolsillo otro, este sí, y apunto los datos. Es de Fernando León de Aranoa, se titula Leonera (Seix Barral, 2025).
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