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Columna
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La oreja de Dios

La virtud fundamental de Francisco fue que escuchó todas las opiniones

El arzobispo de Zaragoza, Manuel Escribano, oficiaba el domingo en la basílica del Pilar una misa solemne en recuerdo del papa Francisco.
Víctor Lapuente

No voy a apostar a quién será el nuevo papa porque es un pecado, castigado durante siglos con la pena de excomunión, y es ilegal hasta en Nevada, la capital mundial de las quinielas. Quizás será más moderado que Francisco, porque tras la tempestad viene la calma; o más aventurado, porque recogerá las nueces del árbol que Bergoglio sacudió. Pero el nuevo pastor de la iglesia tendrá más responsabilidad porque su rebaño será todavía más grande. Aunque en Europa la religión parezca una rémora del pasado, en el conjunto del planeta la población católica se ha cuadriplicado desde 1910, pasando de unos 290 a unos 1.400 millones.

Cada día hay más católicos, y cada día los papas son más escuchados. Con la excepción de san Pedro, de los 266 pontífices en los 2.000 años de la Iglesia, la mayoría de fieles no debía de saber ni cómo se llamaban. Eran personas anónimas que delegaban la labor pastoral en parroquias y órdenes religiosas. Hoy, los católicos no sólo le ponen nombre y cara al papa, sino que cada una de sus frases que recogen los micrófonos, ya sea en un púlpito o en las escalinatas del avión, da la vuelta al globo en minutos y es objeto de análisis, crítica y admiración.

Además, el papa ejerce una creciente influencia sobre las iglesias que abandonaron el manto de Roma tras la reforma protestante y es, de facto, el líder espiritual más seguido por muchos de sus feligreses. No es porque los evangélicos, luteranos o anglicanos crean que el jefe de la históricamente archirrival Iglesia católica sea infalible, sino porque sus iglesias carecen de una cabeza tan visible.

Y las palabras del papa traspasan las fronteras de la religión. En nuestra España laica pocas labores públicas son valoradas positivamente por el 83% de la gente, como el papado de Francisco, según una encuesta de Metroscopia. Y en un mundo más secularizado y con creencias más fragmentadas sobre qué constituye la buena vida, hay más necesidad que nunca de una guía espiritual cohesionada. Aunque sea de mínimos. Esa ha sido la virtud fundamental del papa Francisco. Escuchó todas las opiniones. Su filosofía era: encuentra a la gente donde está y como está. Ya sea trans o del Opus. No se puso las orejeras de la ideología.

Por eso, para los conservadores, fue muy lejos. Y para los progresistas se quedó corto —y es de verdad incomprensible que hoy la mujer no esté en pie de igualdad con el hombre en la Iglesia—. Pero todos escuchamos a Francisco porque él nos escuchó antes. No sé si fue la voz de Dios, pero sí el oído del mundo.

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