Si no es urgente no es importante
Regresamos a una polarización inducida desde arriba, la única idea a la que es fiel el presidente del Gobierno, obstáculo para cualquier entendimiento


El regreso al poder de Donald Trump ―un narcisista incompetente que ha trastornado el orden internacional y las estructuras comerciales y de seguridad, y presume de la crueldad como forma hacer política― muestra que muchos de nuestros debates son sobreactuados o falsos.
En numerosos terrenos el PSOE y el PP, que representaron el 66% del voto de las últimas elecciones generales, están relativamente de acuerdo y podrían llegar a pactos con cesiones mutuas. (Mientras, los nacionalistas españoles de Vox se comportan como vasallos de Trump, e Irene Montero repite la propaganda de Putin). Los desacuerdos entre los dos grandes partidos se magnifican, y la posibilidad de pactar algo solo parece posible ante un peligro inminente. Ahí son útiles figuras como el ministro de Economía, Carlos Cuerpo. Resulta exótico ver a un ministro que no dé vergüenza: que parezca competente, que no insulte a medios ni periodistas, que no cese a diplomáticos por nimiedades, que no mienta sobre muertos en la frontera de Melilla, que no tergiverse dictámenes de la Comisión de Venecia, que no diga memeces sobre la presunción de inocencia, que no vote contra la permanencia de España en la OTAN. Es un alivio hasta para los columnistas críticos.
Cuando la amenaza exterior se disipa un poco, podemos volver a nuestras actividades tradicionales, que son recreaciones más o menos incruentas de un enfrentamiento civil. Todos respiramos aliviados, incluida la oposición. Si no es urgente no es importante, y así regresamos a una polarización inducida desde arriba: la única idea a la que es fiel el presidente del Gobierno, obstáculo para cualquier entendimiento. El peligro para el sistema es cierto, pero peor sería perder el poder. En pocos lugares se ve el orden de prioridades de forma tan clara como en Televisión Española, donde trabajan tantos excelentes profesionales, convertida sin complejos en un órgano de propaganda y a veces en algo todavía peor. La telebasura es un servicio público y, por tanto, debe pagarse con impuestos, profesionales del sectarismo entran en el Consejo o dan lecciones de deontología, y cómicos que recuerdan al humorista sin gracia de Discothèque de Félix Romeo nos enseñan lo que debemos pensar. Las películas emitidas en Cine de barrio llevarán una advertencia que explique el contexto de las conductas sexistas. Para mejorar esa grotesca mezcla de paternalismo, colonización e impostura, el aviso de la cadena debería ser un audiocomentario de José Luis Ábalos.
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