Nuestra Señora de la Columna
A la vieja que de niña se moría de vergüenza ajena al escuchar una saeta se le caen hoy las lágrimas al oír un tambor romper el silencio en un pueblo de mala muerte


Henos aquí otro año, queridos lectores, reunidos en torno a esta ara. Con este son ya nueve los Jueves Santos que tengo el cuajo de encaramarme a este púlpito a soltarles el sermón de las 350 palabras mientras ahí abajo la parroquia se divide entre los que observan vigilia severa y los que caen en los pecados de la carne, que venimos a ser los mismos a diferentes horas del día y la noche. A ver, no me quejo. Pero disponer de una tribuna fija desde la que predicar en el desierto es un privilegio y una tortura que solo entienden quienes lo gozan y la sufren cada semana. Lo que sí constato es que, en esta década de pasión, calvario y éxtasis ante el Word en blanco que me embarga todos los santos jueves del año, según vengan dados las musas y el ánimo, me he hecho infinitamente más vieja por fuera y más niña por dentro. Sí, se puede.
La misma niña a la que llevaban sus padres a rastras a las procesiones porque se cagaba de miedo ante el hiperrealismo de las sagradas imágenes es hoy la vieja que ve en cada Piedad con Jesús en brazos a todas las madres de todas las guerras con sus hijos muertos en el regazo cuyos retratos ganan cada año el World Press Photo. A la misma vieja que de niña se moría de vergüenza ajena al escuchar una saeta, se le caen hoy las lágrimas a chorro oyendo un tambor romper el silencio en un pueblo de mala muerte. La misma niña, en fin, que odiaba la beatería de su madre al imponerle su vigilia a toda su prole, es la vieja que, tal día como hoy, esté en galeras o de vacaciones en Maldivas, daría todo lo que tiene por volver a echarse al coleto el potaje, las torrijas y el tostonazo de Quo Vadis en la tele con sus viejos roncando a su vera. Hoy, Jueves Santo, día en que sacan a Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna en muchas procesiones, esta señora atea que firma, amarradita a la suya por el cíngulo del amor propio y el compromiso sin más escarnio que el juicio ajeno, se pregunta, humildemente y con todo respeto, cómo se puede echar tanto de menos lo que antes se echaba tanto de más, y viceversa. Feliz Pascua.
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