El sectarismo no bajará los alquileres
En Cataluña, los topes al alquiler han resultado un parche. Los economistas coinciden en que la solución pasa por incrementar la oferta de pisos


Las manifestaciones por la vivienda se han vuelto folclóricas en España: se producen cada cierto tiempo, la política se dice muy preocupada, parece que algo se mueve y, sin embargo, la mayoría de los inquilinos, o quienes quieren serlo, siguen sin ver su drama resuelto. Es llamativo cómo el enfrentamiento ideológico puede llegar a anestesiar a los ciudadanos, mientras se siguen sin aplicar medidas efectivas para bajar el precio de los alquileres.
Un ejemplo está en Cataluña. Quienes decían que el control de precios “no expulsaría oferta” quizás se equivocaron. Muchos caseros han encontrado la forma de burlar los topes fijados por la Ley de Vivienda: en vez de poner sus pisos en el mercado de alquiler habitual —el que da estabilidad a cualquier persona—, los habrían ido desviando a alquiler de temporada o por habitaciones, donde se fija el precio libremente. Según el Incasòl (el instituto catalán del suelo), en 2024 creció el alquiler de temporada un 45% respecto a 2023. Cataluña es hoy la comunidad más cara para alquilar una habitación, según Fotocasa. Incluso tomando datos actualizados del Idescat (el instituto de estadística de Cataluña), el resultado es que los precios subieron en el conjunto Barcelona alrededor del 1% a lo largo de 2024, con subidas o bajadas según barrios. Algunos ciudadanos habrán podido acceder a un alquiler ligeramente más barato, pero no parece que sea la mayoría porque ha descendido también el número de contratos: un 15% en 2024, según el mismo organismo. La ciudad frena las subidas de precios de 2023, que fueron del 10,6%, pero los topes a los alquileres se demuestran un parche.
Sin embargo, basta darse una vuelta por el sentir ciudadano para apreciar cómo de popular se ha vuelto creer que el control de precios es la solución más efectiva, o hasta la única. La izquierda ha logrado que su marco sea ganador en un contexto de frustración social, donde es fácil que cualquier persona anhele vengarse de los rentistas, aplicándoles la mayor intervención posible. El maniqueísmo se vuelve el mejor amigo del malestar en un país como España, donde ser inquilino multiplica el riesgo de caer en la pobreza.
Con todo, Cataluña prevé ahora también topar los precios del mercado desregulado para impedir las fugas citadas, aunque no sería de extrañar que en un año se siga expulsando oferta. Algunos arrendadores podrían no ver ya ningún incentivo en arriesgarse a poner sus inmuebles en el mercado, o incluso, encontrar nuevos recovecos para sortear la legislación vigente. El ministro Pablo Bustinduy reconoció que algunas inmobiliarias siguen cobrando sus gastos de gestión al inquilino, no al rentista; muchos inquilinos aceptan lo que sea en esta atroz gincana que se ha vuelto lograr un techo.
El caso catalán deja así varios aprendizajes también extrapolables al tablero nacional. El primero, la cuestión ideológica. Resultó escandaloso que hace unas semanas PSOE y PP anunciaran que contrapondrían modelos —el socialdemócrata frente al liberal— cuando los economistas siguen coincidiendo en las soluciones: hace falta incrementar la oferta de pisos porque tenemos un déficit de viviendas. Sin embargo, la sensación de desidia parece la norma en insignes comunidades gobernadas por la derecha, por más que tengan planes de construcción en curso, igual que en Cataluña. Según Idealista, Madrid se corona como la autonomía donde más subieron los precios en 2024. En este país de rojos y azules habrá quien duerma tranquilo creyendo que algo se mueve, simplemente, porque ha visto cómo el suyo grita más que el de enfrente en las tertulias.
En segundo lugar, hay un clima de opinión latente sobre que construir vivienda tampoco es la solución. Hace pocos meses di algunas conferencias al respecto, y ese era el sentir de buena parte del público y de otros ponentes. A menudo se coge el boom inmobiliario para justificar que entonces hubo un crecimiento de precios en paralelo al crecimiento de oferta, pero ello no implica que lo primero viniera motivado por lo segundo. Los precios seguramente habrían crecido más sin el aumento de pisos. La financiación de los bancos circulaba con más facilidad que ahora, mientras que hoy mucha gente no tiene ninguna capacidad para ahorrar y comprarse a una vivienda. Sería comprensible que las generaciones mayores tuvieran miedo a otro boom inmobiliario; en el caso de los jóvenes, es evidente que hay un trabajo ideológico tras su desconfianza hacia la construcción de vivienda, como también, en su idealización sobre intervenir el mercado del alquiler.
En definitiva, las manifestaciones por la vivienda son efectivas para seguir engordando el resentimiento social de no sentirse escuchado, o incluso, para lanzar nuevos liderazgos juveniles, como fue hace 10 años el caso de Ada Colau, antigua activista de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Alguien tendrá que suplir el vacío que deja Sumar, siglas políticamente amortizadas, o el envejecimiento de una marca como Podemos, tras más de una década en activo. Para todo lo demás, abunda más ideología y parches que soluciones eficaces: el drama del alquiler ha dejado de ser simplemente el de los precios abusivos.
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