Sheinbaum y Acapulco: un mensaje de calado
La imagen que desde el sexenio anterior se quiso instalar de que la “revolución” no puede parar ni un día es, además de falaz, contraproducente


Dos noticias halagüeñas y van de la mano. Primera, la presidenta de la República tomará un asueto. Segunda, los días de descanso de Claudia Sheinbaum serán en Acapulco, el más entrañable destino de millones de mexicanos. Dos acciones sencillas de enorme significado.
A la presidenta Sheinbaum no le aplica aquello de que las vacaciones son necesarias aunque no siempre resulten merecidas. Vaya año que ha tenido. La intensidad gubernamental de estos 12 meses, que ilusionan a unos mientras preocupan a otros, no tiene precedente.
El volumen de reformas emprendidas en 2025, tanto las relativas al Plan C con la ejecución de la elección judicial, como las que en el camino se agregaron, como la ley de amparo y la apertura de la discusión electoral, rara vez se ven en un solo año.
Si se agrega el hecho de lidiar desde enero con Donald Trump, ya se tiene un combo de retos políticos nacionales y globales que la presidenta sorteó de manera decorosa, indicio de ello es su aprobación en las encuestas, que si bien bajó, sigue alta.
Pero la vacación de la presidenta es una buena noticia más allá de los méritos que haya hecho en el arranque de su Gobierno. Supone una saludable señal de que la mandataria se siente en capacidad de pausar. Un relajamiento que a todos caerá bien.
El exhaustivo y dedicado método Sheinbaum se verá beneficiado si la presidenta le agrega momentos de descanso. Su trabajo rendirá más de esa forma. Y el ambiente en general también se refrescará. Detenerse permite pensar, alimenta la reflexión. Y acaso despolarice.
La imagen que desde el sexenio anterior se quiso instalar de que la “revolución” no puede parar ni un día es, además de falaz —vivimos la acción de un Gobierno mexicano más, con sus ímpetus y desvaríos, con sus méritos y fallas estructurales—, contraproducente.
Porque si la Administración tomara debida distancia sobre sus actos y alcances, en una de esas habría aprovechado mejor el fin de año para presumir y capitalizar políticamente, desde luego, acciones como la que en unos días podrá constatar de primera mano la propia Claudia.
Me refiero a que inopinadamente Sheinbaum presentó vía zoom la semana pasada uno de los esfuerzos más interesantes de su sexenio: el formato de enlace remoto no es el idóneo si se quiere presumir cabalmente lo ya concluido de la reconstrucción de Acapulco.
En la mañanera del 19 de diciembre la presidenta inició su conferencia con la exposición —de funcionarios desde Acapulco vía zoom, subrayo— del producto de cinco meses de trabajo para recuperar la Costera Miguel Alemán, la arteria que da vida al puerto.
Cuesta trabajo pensar en algo menos acapulqueño que un zoom; incluso si para esa transmisión se dieron cita en el puerto, además de funcionarios, empleados y empleadores de obras realizadas cien por ciento con mano de obra local.
Acapulco es una histórica maraña de intereses. Múltiples gobiernos locales y federales le han fallado por décadas a los habitantes de ese destino. El resultado es una sociedad precarizada que convive con desplantes del lujo más delirante.
Todo eso —que incluye mafias de todo tipo y una rampante inseguridad— antes de Morena y con Morena. Y encima llegaron los huracanes Otis y John, que azotaron Acapulco con menos de un año de distancia, octubre 2023 y septiembre 2024, respectivamente.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador tuvo una de las respuestas más controversiales que se recuerden luego de que Otis dejara a Acapulco en cueros. La gravedad de la situación incluyó pillaje, saqueos, bandas asolando a la población y, sobre todo, pérdida de miles de trabajos y hasta hambre.

Si bien hubo asistencia por parte de la Secretaría del Bienestar, que dispersó cientos de millones de pesos en ayudas materiales y económicas, la tragedia requería una intervención mayúscula. Poner orden y reponer infraestructura. Eso es lo que se propuso Sheinbaum.
Con el cambio de sexenio se decidió revivir al Fonatur, entidad del Estado que permite salvar trabas burocráticas en proyectos que implican varias jurisdicciones. La presidenta encargó ese organismo a uno de sus colaboradores con nivel de subsecretario federal.
Fue precisamente Sebastián Ramírez, que había promovido la carrera de Claudia desde los tiempos de ambos en la Ciudad de México, quien recibió el encargo acapulqueño. Y el viernes él fue, junto con la gobernadora Evelyn Salgado, quien presentó vía zoom los avances.
La numeraria expuesta dice poco sobre lo realizado.
Porque una cosa es decir que a lo largo de cinco kilómetros de la costera se reconstruyeron banquetas que sin un solo escalón permitirán la movilidad y se abrieron 2.500 metros de áreas verdes en la costera, y otra es el espíritu de la obra en general.
Lo que se propone es generar la noción de que se rehabilita un espacio urbano, la costera misma y enclaves del Acapulco histórico, como ejemplo de que el puerto no solo es viable en el futuro, sino una apuesta que ha de dotar a su sociedad de nueva calidad de vida.
Sheinbaum tendrá unos días para descansar en la zona misma en donde su Gobierno ha puesto el pie para crear condiciones que den viabilidad —con obras de drenaje que no se habían hecho en lustros o con la determinación de regular y ampliar las formas de transporte público— para los acapulqueños, no solo para los turistas o para los foráneos que tienen propiedades en Acapulco Diamante.
Si en algún lugar vale la pena la apuesta de un Estado fuerte que logre dotar de servicios a una comunidad para humanizar la calidad de vida de sus habitantes, ese es el Acapulco post-Otis/John. Y el intento inicial bien vale una vacación… y un buen festejo de la presidenta.
Los retos de Acapulco están muy lejos de quedar resueltos. Carencias como, por ejemplo, el agua potable en muchas colonias, y desde luego de seguridad, son apremiantes. La costera es un primer paso. Uno para celebrar en Acapulco, el puerto emblema de la fiesta mexicana.
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