César Duarte, el mundo al derecho
El exgobernador de Chihuahua creyó que estaría protegido y, en rigor, casi lo logra. A través de pagos mensuales en efectivo torció voluntades y compró silencio hasta que fue detenido y extraditado


El Estado de Chihuahua lleva años dado vuelta. El cielo abajo, el desierto arriba. En las mínimas líneas necesarias para narrar su historia reciente, pretendo esclarecer como el maruduartismo —esa criatura bicéfala formada por César Duarte y María Eugenia Campos— engendró en Chihuahua un Gobierno invertido.
Con la caliente captura de su amo y señor, el mundo parece enderezarse.
Hay de Duartes a Duartes
Fue en tiempos de Calderón que Duarte cruzó la meta. Impulsado por Beatriz Paredes —a quien más tarde financiaría en su búsqueda por la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México— y por Emilio Gamboa Patrón, César Duarte ejecutó un salto cuántico: de vender coches usados y presidir la Confederación Nacional Campesina pasó a internarse en los recovecos del PRI hasta recibir, el 8 de julio de 2010, la constancia de mayoría como gobernador del gigantesco Estado.
Una década más tarde —el mismo día, diez años después— sería detenido por primera vez en Miami, Florida, y extraditado a México. Pero me estoy adelantando. Fue en los primeros seis años de ese decenio cuando se plantó la semilla de las 21 órdenes de aprehensión que llegarían a emitirse en su contra y, también, la del resistente maruduartismo.
Durante su Administración, el gobernador robó a manos llenas. La historia de Duarte —y los 6.000 millones de pesos que creativamente se embolsó— deja a cualquiera de los demás corruptos gobernadores convertidos en inocentes niños de pecho. Llámese Yarrington, Borge o incluso el otro con quien comparte mañas y apellido. Hay de Duartes a Duartes.
Los desfalcos que se atribuyen a Duarte son tan diversos como desmesurados. Basta una sola de sus órdenes de aprehensión para ilustrar el abismo: 96 millones de pesos desviados de programas estatales destinados a productores ganaderos que ya habían muerto.
Lo de Duarte fue un robo a raudales. El último día su mandato se tiene registro de que se esfumaron 500 millones de pesos pagados a una facturera, junto con el hurto de 73 vasijas cuyo valor mínimo era de cincuenta mil pesos por pieza.
Con los miles de millones de los chihuahuenses, el ladrón adquirió ranchos, se hizo de vehículos, pagó impuestos, compró un cuadro de María Félix, intentó hacerse del Banco Progreso Chihuahua, acumuló ganado exótico —llamas, toros angus, percherones— y coronó su inventario con un sillón del papa Francisco para orar on devoción.
César Duarte, además de ratero, tiene mal gusto.
No obstante la magnitud de sus fechorías, Duarte creyó que estaría protegido —y, en rigor, casi lo logra. A través de pagos mensuales en efectivo torció voluntades y compró silencio. El monto total atribuido a tales erogaciones, la famosa Nómina Secreta, asciende a 1.048 millones de pesos. De esa cantidad, una décima parte presuntamente fue a parar a los bolsillos de la actual gobernadora de Chihuahua, María Eugenia Campos, que —por diez millones de aquel caudal— vendió su alma a algo muy parecido al diablo.
Otros nombres incluidos en la Nómina Secreta merecen ser invocados al presente: hablemos de César Jáuregui, hoy fiscal del estado; apuntemos a Cruz Pérez Cuéllar, alcalde de Juárez y posible candidato de Morena.
Fue por todo aquello —y mucho más que en estas ejemplificativas líneas apenas se insinúa— que, gracias a las gestiones del gobernador que lo sucedió y a investigaciones que exhibieron la descomunal robadera, Andrés Manuel López Obrador activó una de las 21 órdenes de aprehensión que pendían sobre Duarte y dio el primer paso.
Así, con el auxilio de Trump —el mismo día en que los mandatarios se veían cara a cara —llegó el aviso: César Duarte había sido detenido y arrancaba su proceso de extradición.
La Maru del Maruduartismo
Mientras César Duarte permanecía en prisión, el engranaje de la Nómina Secreta —el seguro de vida que casi logra garantizarle impunidad— seguía girando, ajeno al encierro de su beneficiario.
María Eugenia Campos —refugiada en el PAN tras el colapso moral del PRI duartista— llegó a la gubernatura del Estado grande con todo y una vinculación a proceso.
No debería sorprender lo que se dice: que fue Julio Scherer Ibarra, entonces consejero jurídico de López Obrador, quien le ayudó a Maru a obtener un amparo para asumir el cargo de gobernadora.
Al poquísimo tiempo de haber llegado Maru al frente de Chihuahua, y tras ser amenazada por Duarte con exhibir los recibos originales que la vinculan a la Nómina Secreta, la gobernadora habría comenzado a restituirle bienes y, finalmente —en abierta colusión con la fiscalía estatal y el poder judicial— consiguió su liberación.
Sobra la tinta que denuncia cómo, antes y después de la reforma obradorista que prometió transformar el Poder Judicial, el maruduartismo lo tiene echado bajo el brazo.
Así fue que el saqueador del estado terminó bailando impunemente en los bares del mismo.
El mundo al derecho
Tras años de que López Obrador le jalara las orejas a Gertz para imprimir algo de celeridad en la reaprehensión de Duarte, con una nueva orden de aprehensión en mano y con la llegada de Ernestina Godoy —recién desempacada fiscal—, Duarte volvió a caer.
En un desconfiado operativo federal que da por perdida a la justicia local chihuahuense, la Fiscalía General de la República y la Secretaría de Seguridad de Harfuch, lo atraparon fuera de su casa mientras, del otro lado del Atlántico, María Eugenia Campos —católica contumaz— se paseaba por el Vaticano inaugurando un nacimiento rarámuri.
Aquí cabe decir que, aunque el arresto de Duarte parezca un acto de máxima justicia, es apenas un gesto menor: si el Estado no es capaz de atrapar y castigar a bandidos de semejante talla, con nadie lo hará.
El último clavo
La aprehensión de una de las dos mitades que conforman el maruduartismo suena, para muchos políticos, a promesa de último clavo.
Me refiero a los que se beneficiaron de la Nómina Secreta y a los que permanecen impunes de la Operación Zafiro —el esquema de desvío de recursos que, en tiempos peñistas, alimentó a gobiernos estatales priistas—: Alejandro Gutiérrez, Manlio Fabio Beltrones, el propio Peña Nieto.
Me refiero también al Partido Acción Nacional. La detención de Duarte y la exhibición pública de María Eugenia Campos deberían ser, para el partido, el golpe fatal.
Para Maru, en cambio, aún quedan cartas abiertas.
Al menos un paso se ha dado. No solo porque la asociación indisoluble entre Maru Campos y César Duarte va quedando expuesta, sino porque el Estado ha decidido actuar contra los locos que llevaban años pregonando ser loqueros.
Con ello nos permite imaginar que quizá —solo quizá— la locura no es nuestra. Que el Estado aún posee la fuerza y la cordura para repartir algunas camisas de fuerza.
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