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Gobierno México
Columna
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Ni obradorismo ni claudismo

Si va a tener éxito duradero, la 4T tendrá que convertirse en una verdadera cultura política de valores arraigados entre cuadros y miembros del movimiento

Jorge Zepeda Patterson

Los términos “proyecto de la Cuarta Transformación”, “humanismo mexicano” u “obradorismo” podían usarse indistintamente hasta hace un año. ¿Qué era la 4T? ¿En qué consistía? En aquello que hiciera o dijera López Obrador.

Había apuestas en común e identidades entre los muchos cuadros que forman esta fuerza política, desde luego. Pero era el líder fundador quien marcaba definiciones, prioridades y agenda. Para efectos prácticos, ese mando y esa concepción fueron necesarios para que este movimiento se hiciera del poder. Muchos compartían su bandera y entendían que su liderazgo era la vía del cambio.

Un año más tarde existen señales de que Claudia Sheinbaum ha tomado la conducción del proyecto, no solo en términos de continuidad o de operación, también de concepción y alcances del cambio que habrá de venir. El proceso es natural y necesario, entre otras razones porque el país y el contexto es otro que en 2018. López Obrador tenía temor de que “el sistema” que le quitó la presidencia en 2006, lo maniatara en Palacio Nacional impidiéndole operar los cambios o peor aún, lo depusiera. Buena parte de su esfuerzo consistió en fortalecer su movimiento y hacerlo invencible. La tarea de Sheinbaum es otra (por no hablar del nuevo orden mundial que desencadenó Trump). Nada va a derrotar a Morena en el inmediato futuro; la prioridad dejó de ser política. Ahora es económica.

La construcción del segundo piso introduce, pues, enormes matices sobre lo realizado en el primer sexenio. Y eso exige un mando único, más allá de que sea natural (y aconsejable) que alguna decisión particularmente delicada sea comentada entre ambos. Pero más allá de eso no nos quede duda de que hoy por hoy la respuesta a la pregunta ¿qué es la 4T? es: lo que haga y diga la presidenta. Sheinbaum lo hará calculando sensibilidades y coyunturas, pero tiene claro que ella es la arquitecta del segundo piso. Y curiosamente los que menos claro lo tienen son los dos extremos: los radicales del movimiento y sus críticos acérrimos. Los primeros vigilando que no se dé una desviación, los segundos exigiéndola. Ambos se quedarán esperando.

Pero comienza a surgir una visión igualmente simplista. Los que hablan del claudismo. Puede entenderse si el término se refiere al estilo personal de la presidenta, claramente distinto al de su predecesor. Hay una forma “claudista” de abordar los problemas e informarlos, como había una forma lopezobradorista o incluso peñanietista. De cada ejecutivo puede decirse lo mismo. También se habla de un grupo de funcionarios y de legisladores “claudistas”, sea porque en su trayectoria han estado más cerca de ella y naturalmente gozan de una confianza construida en años o porque están trabajando en la agenda de cambios del segundo piso. Tampoco es de extrañar que más de un despistado asuma que la defensa a ultranza de lo anterior o la resistencia al cambio, le proporcionarán la protección del jefe en retiro; una especie de apuesta en favor del obradorismo versus el claudismo.

Sin embargo, ponerlo en términos de obradorismo o claudismo, traiciones o deslindes, ayuda a llenar columnas especulativas, pero oscurece lo que en realidad está sucediendo. Ciertamente, hay una fascinación por el tlatoani (que no es exclusiva de México, los populismos personalizados de todas las ideologías y geografías lo muestra). Pero en nuestra cultura política está aún más internalizada la noción de la no reelección, la necesidad del relevo. El priismo fue un envase con diversos contenidos a lo largo de su historia, pero si lo comparamos con las organizaciones políticas formadas en aquellos años veinte de hace un siglo, resultó la más longeva. Y lo debe en gran medida a que nunca modificó las reglas del relevo. Una verdadera vacuna contra el caudillismo que, entre otros factores, terminó cavando la tumba de tantos movimientos que asumieron el poder.

En ese sentido, el obradorismo no devendrá en peronismo. Obviamente, tampoco en claudismo y mucho menos en lo que vaya a seguir, háblese de ebradismo, harfushismo o de cualquier otra derivación a especular.

En realidad, si va a tener éxito duradero, la 4T tendrá que convertirse en una verdadera cultura política de valores arraigados entre cuadros y miembros del movimiento. Si no se construye el contenido del “humanismo mexicano”, o como quiera llamársele, el proyecto terminará convertido en lo que quiera hacer el gobernante de Morena en turno. El presidencialismo en México suele tener ese efecto.

El modelo neoliberal consiguió matizar y en gran medida subordinar ese presidencialismo a las necesidades del capital, el poder económico. Pudo haber dado resultado si hubiese cumplido con las grandes mayorías, pero no fue así. Hoy el presidencialismo regresa a las manos plenas del poder político; y volverá a estar personalizado mientras no exista un movimiento con vida propia y dotado de valores e identidades que constituyan mojoneras para el gobernante.

No tengo dudas de la calidad profesional y humana de Claudia Sheinbaum. La 4T estará en buenas manos los siguientes cinco años. Pero si no se construyen esos cuadros y esos militantes, el país y el propio proceso de la 4T será rehén de los límites y los alcances de quien la sustituya y los que vengan después. Una historia conocida por los mexicanos.

Por eso es que lo de Andrés López Beltrán es un terrible desperdicio. No entendió el trasfondo de lo que intentó su padre. Y no solo me refiero al tema de la austeridad y el ejercicio del poder como servicio. Su estrategia de afiliar en Morena a 10 millones de miembros dice mucho sobre su equívoca concepción política, particularmente por la manera de buscarlos: a través de acuerdos y negociaciones con hombres y mujeres fuertes a lo largo del territorio. Gobernadores, líderes sociales y sindicales. Una afiliación que nada tenía que ver con valores del llamado humanismo mexicano y mucho con negociaciones de interés político. En suma, un coqueteo preocupante con el corporativismo; la membresía a partir de la credencialización, no de las conciencias. Carne de cañón de los dirigentes.

Un partido así solo sirve para ganar elecciones y ofrecer músculo a quien esté en Palacio, punto. No para transformar al país, que estará en manos del gobernante en turno. Si Morena no se convierte en movimiento, con banderas e identidades reales, en el que quepa disentir por razones de conciencia desde un escaño, si solo es el instrumento ciego del soberano, solo quedará encomendarnos a que sepan elegir candidato en su momento.

No es convirtiendo a Claudia en un caudillo como podríamos evitarlo, es acompañándola en la construcción de un movimiento social real que convierta en prácticas los valores del humanismo que la 4T pregona.

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Sobre la firma

Jorge Zepeda Patterson
Escritor y analista político. Ha sido director del diario 'Siglo 21' y 'Público' en Guadalajara y de 'El Universal' en México. Fundador del digital Sinembargo.mx. Premio Moors Cabot por la Universidad de Columbia y premio Planeta por su novela. Autor de 14 libros, con traducciones a 20 idiomas
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